lunes, 12 de marzo de 2018

Entre Chabrol, Regueiro y Aranoa, la posesión de barrio: “Abracadabra”, de Pablo Berger.



La dificultad de que lo extraordinario se mueva, con soltura, en lo ordinario: Abracadabra o el costumbrismo de las posesiones de ultratumba.

Título original: Abracadabra
Año: 2017
Duración: 88 min.
País: España
Dirección: Pablo Berger
Guion: Pablo Berger
Música: Alfonso de Vilallonga
Fotografía: Kiko de la Rica
Reparto: Maribel Verdú,  Antonio de la Torre,  José Mota,  Josep Maria Pou,  Quim Gutiérrez, Priscilla Delgado,  Saturnino García,  Ramón Barea,  Javivi,  Julián Villagrán, Rocío Calvo,  Javier Antón,  Janfri Topera,  Fabia Castro,  Bea de la Cruz.

Con ser una película milimétricamente pensada y realizada con un primor que no desmerece de su película por excelencia, Blancanieves, hay algo en esta obra de Pablo Berger que no acaba de funcionar, a pesar del guion, de una puesta en escena que raya en el realismo casticista, y de unas interpretaciones hiperajustadas y con una considerable dosis de vis cómica en los cuatro personajes sobre los que pivota la acción: el matrimonio, el primo, de afición sus magias e hipnosis, y el “maestro” encargado de conectar, a sus estrambóticas maneras, con el más allá, un Josep Maria Pou que reúne en su caracterización flecos de actuaciones clásicas del cine de terror y específicamente de Svengali, de Archie Mayo, en cuyo personaje central me parece que se inspira la creación de este médium del tres al cuarto. Da toda la impresión de que Berger no consigue sacudirse el costumbrismo de las antiguas “españoladas” que se decía en los años 60 y 70, cuando se hizo un cine tan apegado a la realidad que acabó teniendo más de documento sociológico que propiamente de obra de ficción, y que, gustándole esa dimensión popular de la historia, se ha olvidado un poco de dar la consistencia que la posesión del espíritu maligno del camarero asesino requería; y ello, ya digo, a pesar de que Antonio de la Torre -aquí con un deje interpretativo a lo Alfredo Landa total- está especialmente brillante, sobre todo en la escena del mono en la grúa, de que José Mota borda su papel de hipnotizador aficionado, y de que Maribel Verdú está espléndida en la recreación de la vulgaridad del ama de casa de barrio popular. La película se sigue con interés, sobre todo porque adopta la estructura de la Quest y se va toda ella en la investigación de los primos, Verdú y Mota, en pos de la solución real o paranormal de lo que le está pasando al marido de ella. Las secuencias del vendedor inmobiliario que les enseña el piso del asesino, de donde han de sustraer un objeto personal para que Pou pueda mediar con ciertas garantías con el Más Allá, son extraordinarias, quizás, con las de la grúa, de lo mejor de la película. Mi extrañeza radica en que con todos los elementos que llevo destacados como muy positivos, la película discurre siempre en una suerte de tono menor que no acaba de alcanzar una efectividad total que maraville a los espectadores. No se si la endeblez de la transgresión paranormal exige demasiada aquiescencia o si el tono menor de la fábula de barrio nos ancla demasiado en el costumbrismo y no atisbamos cómo hemos de remontarnos por encima de él para ver una película que no sea tan “chata” en su realización y en su historia cotidiana. Falta, a mi entender, un nexo narrativo más nítido entre la realidad y la paranormalidad: actúan, me parece, como dos vías que tienden a difuminarse una lejos de la otra, en vez de reforzarse para adensar la trama y crear un crescendo narrativo algo más sólido del endeble al que asistimos. No sé si la aparición última del asesino loco, un Quim Gutiérrez con solapas a lo Fiebre del sábado noche, de John Badham, contribuye a ese desdibujamiento de la trama del cuarteto protagonista. Está claro que la historia es la que es, pero no está de más sopesar críticamente si ha sido un acierto o no hacer tan explícita esa identificación entre el asesino y el protagonista. Insisto, la película se ve con agrado y se pasa un buen rato, pero, al menos a este crítico, la decepción acaba imponiéndosele, incluso frente a excelentes secuencias que, desgraciadamente, no consiguen convertirse en la tónica dominante de la película, sino en destellos inconexos que no acaban de redondear la historia.

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