domingo, 21 de enero de 2018

Las perfectas hechuras del clásico: “El extraño amor de Martha Ivers”, de Lewis Milestone.


El nudo corredizo de las ataduras del pasado: El extraño amor de Martha Ivers o poseer un pueblo sin poseerse a sí misma. 

Título original: The Strange Love of Martha Ivers
Año: 1946
Duración: 116 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Lewis Milestone
Guion: Robert Rossen (Historia: John Patrick)
Música: Miklós Rózsa
Fotografía: Victor Milner (B&W)
Reparto: Barbara Stanwyck,  Van Heflin,  Lizabeth Scott,  Kirk Douglas,  Judith Anderson, Roman Bohnen,  Darryl Hickman,  Janis Wilson,  Ann Doran,  Frank Orth, James Flavin,  Mickey Kuhn,  Charles D. Brown.


Conviene, a menudo, volver a clásicos que, sin haberlos olvidado del todo, sí hemos olvidado lo suficiente de su trama como para plantarnos ante ellos con la renovada expectación de quien asiste a una velada de estreno. El director de Sin novedad en el frente (1930), dirige un guion escrito por Rober Rossen, quien debutaría como director un año después, nada menos que con Cuerpo y alma. Estamos en presencia, pues, ante todo, de una historia excelente que Milestone narra con una facilidad envidiable para arrastrarnos tras los pasos presentes de un pasado que llega a la ciudad por accidente, el que tiene un conductor despistado contra el poste que anuncia su ciudad natal, de la que salió tras unos hechos que se nos narran en un prólogo con aroma a drama decimonónico y que está fechado en 1928, un año antes del crack. 18 años más tarde, y debido a ese accidente, uno de los protagonistas de unos hechos que acaban con la muerte de la tía y tutora de la protagonista, hija de un hombre, su padre, un Smith, es decir, un don nadie de quien la tía quiere que se olvide por completo, vuelve al pueblo y acaba entrando en relación con los asesinos, hoy dueños, literalmente, de Iverstown. Con la complicidad de su tutor académico, que ve una oportunidad de oro en la muerte de la propietaria de Iverstone para que su hijo puede ir a la universidad, el crimen se adjudica a un “extraño” a quien acaban cogiendo y condenando a la horca. La historia, Love lies bleeding, del dramaturgo John Patrick, el mismo de La casa de té de la luna de agosto, que también tendría adaptación cinematográfica a cargo de Daniel Mann, admite las dos adscripciones genéricas: el melodrama y el cine negro, una sociedad de miembros bien avenidos, porque es frecuente que las historias sentimentales en dichas películas tenga tanto o mayor interés que el desarrollo policiaco. En este caso, el primer amor de la protagonista, con quien iba a marcharse del pueblo clandestinamente, regresa como un fracasado que aún no parece haber encontrado su lugar en el mundo, mientras que la asesina y su encubridor se reparten el control del pueblo que siempre ha sido pertenencia de la familia Ivers: ella ha multiplicado el negocio familiar y él va a ser elegido fiscal del Estado y es posible que no descarte, en un futuro inmediato, presentarse para Gobernador, primero y para Presidente, después. En esa plácida atmósfera que encubre la sangrante realidad de unas conciencias destrozadas por el pasado: el fiscal es un borracho crónico que medra políticamente ante la indiferencia de su mujer, con quien fue casado estratégicamente por su padre; y ella, ante la aparición de su primer amor y cómplice de su rebeldía contra su tía, se ve abocada a revivir un episodio que, a poco que él escarbe, puede acabar con ella. En un juego de intereses y de fidelidades emocionales, el recién llegado va a revivir, en compañía de una pequeña delincuente que trata de escapar del regreso a la cárcel, una Lizabeth Scott bellísima y capaz de enamorar al curtido vividor que representa van Heflin, con una propiedad a pesar de que, en el desarrollo de la trama, será “vendido” por ella a la fiera venganza del impotente fiscal, temeroso de que la presencia del rival, acabe con su carrera y con las vidas de ambos, la suya y la de su mujer. La trama progresa de una manera plenamente al uso de las tramas del cine negro, con un “extranjero” que llega a una ciudad pequeña para “destapar” un grave caso de conciencia que afecta a los poderosos de la misma, si bien en la película es la variante del hijo nativo del lugar y amigo de la pareja poderosa la que añade a la trama una perspectiva psicológica que engrandece la película: no es lo mismo traicionar a un extraño que a un viejo amigo, por supuesto. Que la propia ciudad se haya convertido en una extraña irreconocible, por la parte del recién llegado, es la contrapartida de tal planteamiento. La puesta en escena cumple con todo los requisitos del mejor cine negro usamericano, y desde el hotel hasta el bar, pasando por la mansión donde se produce el desenlace de la película, no hay espacio en el que los claroscuros de la fotografía no traduzcan los de las almas de unos personajes atormentados por el recuerdo de una lluviosa noche de truenos -que tanto atemorizan a la protagonista- y relámpagos. Para los amigos de las curiosidades, Kirk Douglas debuta en el cine con un papel que poco o nada tiene que ver con los que le harán famosísimo. Y Van Heflin está espléndido en su papel de pícaro con principios. La complejidad de su relación con la gélida propietaria del pueblo, que se trasluce en la reacción reluctante que ambos, tanto él como ella, tienen recíprocamente cuando se besan por primera vez tras veinte años de desencuentro no podían tener mejor actriz que Barbara Stanwyck para darle vida: ambos tienen la sensación de haber besado al diablo... ¡Cuánto de las bondades de la película no se deberán a tan extraordinarias interpretaciones! Las hechuras de la película, con encuadres que en algunos casos, como los primeros planos de Lisabeth Scott, se deben a la presión del productor, son las propias de la mejor época del cine negro usamericano: vestuario, ambientes, mujeres fatales, pasiones arrebatadas, una banda sonora que cobija adecuadamente la vorágine de emociones en juego, la iluminación, la contención hipócrita de unos personajes y el escepticismo burlón de otros, todo, en conjunto, nos permite asegurar que estamos ante un clásico canónico, y con esa con vencimiento acabé de ver la película, en efecto. Hay revisiones que te permiten afirmar que ciertas películas has tenido la fortuna incomparable de verlas por primera vez varias veces.



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