miércoles, 17 de enero de 2018

Con honores de auténtico estreno: “Fulano y Mengano”, un guion de José Suárez Carreño, realizado por Joaquín Luis Romero Marchent.


El neorrealismo poético bienhumorado de la marginación social: “Fulano y Mengano” o de cómo la bondad es capaz de reinventar la vida de los don nadie en persona.

Título original: Fulano y Mengano
Año: 1959
Duración: 82 min.
País:España
Dirección: Joaquín Luis Romero Marchent
Guion: José Suárez Carreño, Jesús Franco, Joaquín Luis Romero Marchent
Música: Odón Alonso
Fotografía: Ricardo Torres (B&W)
Reparto: José Isbert,  Julia Martínez,  Juanjo Menéndez,  Emilio Santiago, Antonio García Quijada,  Manuel Arbó,  Rafael Bardem,  Xan das Bolas, Fernando Delgado,  Emilio Rodríguez,  Manuel Alexandre,  Antonio Burgos.


Rodada en 1955, y  estrenada en BCN en 1957 y en Madrid en 1959, esta película de Romero Marchent salió adelante como un proyecto de la productora  UNINCI cuyos impulsores pertenecían todos ellos a la órbita de influencia del PCE,  que ya había producido la exitosa, y hoy un clásico indiscutible: Bienvenido Mr. Marshall. La historia y el guion pertenecen a José Suárez Carreño, un escritor sobremanera curioso dentro del panorama literario español y a quien dediqué una entrada en mi Diario de un Artista Desencajado, esta. Conociendo, pues, las inquietudes sociales y políticas de Carreño, la historia de dos ladrones acusados en falso y condenados en firme va a suponer algo así como una excursión cinematográfica por lo más marginal de la sociedad española de mediados de los cincuenta, aún en franco desarrollo (releído, advierto que puede pasar incluso por una agudeza, pero ella ha de achacarse al azar de la selección del léxico, no a mi romo ingenio). La presencia de Pepe Isbert y de Juanjo Menéndez como los dos ladrones injustamente sentenciados que salen de la prisión dispuestos a darle la razón a la sociedad que los ha condenado, comportándose como auténticos ladrones sin escrúpulos, nos ubica en una película que debe gran parte de sus bondades cinematográficas a dichas interpretaciones, ¡y a fe que no defraudan, sobre todo Isbert, un auténtico genio indiscutible del Séptimo Arte! El planteamiento está a medio camino entre la comedia de costumbres con trasfondo social y el realismo poético de cierto cine italiano primo hermano del neorrealismo. La esmerada fotografía de la película, émula del neorrealismo, con acusados contrastes y una iluminación casi perfecta en la mayoría de las escenas, se combina a la perfección con una puesta en escena tan privilegiada como es el Madrid de los arrabales, donde apuntan ya las nuevas construcciones mastodónticas para los recién llegados en busca de trabajo y el de las calles donde transcurre buena parte de la acción, que comienza, además, con unas tomas espectaculares, en la ciudad de Segovia. Me ha llamado la atención, por ejemplo, un detalle que puede parecer anecdótico, pero que resulta totalmente inconcebible en aquel Madrid desarrollista: los protagonistas se cruzan con unos niños que van a jugar al descampado ¡al béisbol…! La preocupación de Romero Marchent por encuadrar las escenas con casi todo el surtido posible de encuadres, entre los que abundan los picados y contrapicados, sobre todo, pero también primeros planos muy expresivos y emocionantes, le confiere a la película una calidad que la eleva muchos enteros sobre lo que podría ser considerada una anodina historia costumbrista más. Aunque sin énfasis, las diferencias de clase se manifiestan en el frustrado romance de la protagonista, una Julita Martínez con un atrevido peinado “a lo garçon”, nada frecuente entonces, salvo en personas con una actitud de atrevido desafío al qué diran del tradicionalismo, y que a la actriz le sienta a la perfección, destacando la inocencia de su rostro juvenil en unos primeros planos magníficos. Frente al novio de casa rica que la pretende y que se impacienta por su recato, la protagonista, Esperanza -y el nombre ha de entenderse con todo el simbolismo del concepto-, acaba inclinándose hacia el protagonista, con quien tiene una escena inolvidable en un triste y sucio merendero de las afueras. Como allí se dice, una escena parecida, en la que el chico y la chica vencen su timidez y se acaban revelando el uno al otro que se quieren, “solo pasa en las películas”. Hay un guiño en la película cuando los dos protagonistas, que venden corbatas por las calles, se encuentran con una pareja sentada en un café, y, tras enfrentarse con otro vendedor, de quien admiran su estilo par venderlas,  oyen que los reclaman para escoger una: Carreño,-le dice la joven a su acompañante-, compremos aquella -la que lleva Pepe Isbert. Lo propio hubiera sido que el propio escritor hubiera interpretado ese papel, pero reconozco que hubiera sido excesivo para este intelector, haber podido disfrutar de una aparición semejante. Mientras los ladronzuelos ingenuos pretenden actuar al margen de la ley, hay algo de El malvado carabel en la trama, y es muy divertido el intento de robo en la tienda de música…; pero cuando gira hacia el melodrama, con la regeneración laboral de la extraña pareja -¡menudo acierto de reparto!-, la película sigue ya unos cauces más trillados, porque, al fin y al cabo, el género tiene bien roturado su campo. Con todo, hay tantos detalles de la supervivencia cotidiana, como la casa en ruinas donde se acomodan los mendigos; la propia actividad de mendigo que le recrimina Juanjo Menéndez a Pepe Isbert, por más que este acabe asumiendo su condición sin embarazo ni vergüenza: ¡las dos escenas de los donantes son al más puro estilo Berlanga de Plácido! Se advierte, pues, que, a pesar de un título que parece de Noel Clarasó, cuya novela en catalán, Un camí , tiene un personaje con el que estos dos ladronzuelos tienen algo en común, además de la perspectiva poética que tanto caracteriza el humor de los años 50 y la propia novelística de Clarasó. Insisto, se trata de un título que merecería ser revisado por los espectadores para sumarlo a esa larga y honrosa lista de obras de mediados de los 50 que hicieron de la cinematografía española algo muy sólido, a la altura, como mínimo, de la época dorada del cine italiano, desde luego. No creo que nadie sin anteojeras pueda, más allá de cierta ñoñez propia de la trama sentimental, ponerle peros ningunos a esta joya olvidada de nuestra cinematografía. El espectacular arranque de la película, que acaba en el patio de la cárcel, por ejemplo, donde Isbert conoce a Menéndez, Fulano a Mengano, me siguen pareciendo antológicas. En fin, un disfrute asegurado. O yo ya voy padeciendo de cataratas en este Ojo

No hay comentarios:

Publicar un comentario