viernes, 22 de diciembre de 2017

Star System, sí, ¡pero qué stars!: “Cómo casarse con un millonario”, de Jean Negulesco


Cine de estrellas, con una Bacall extraviada y una Marilyn Monroe de magnífica vis cómica: Cómo casarse con un millonario o un salpicón de estereotipos sexuales y sociales.

Título original: How to Marry a Millionaire
Año: 1953
Duración: 96 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Jean Negulesco
Guion: Nunnally Johnson
Música: Alfred Newman
Fotografía: Joseph MacDonald
Reparto: Marilyn Monroe,  Betty Grable,  Lauren Bacall,  William Powell,  Rory Calhoun, David Wayne,  Fred Clark,  Cameron Mitchell.


Negulesco, que ya había trabajado con Nunnally Johnson en The mudlark, (recientemente criticada en este Ojo),  cuya reputación como guionista, sobre todo a partir del guion de Las uvas de la ira, estaba fuera de toda duda, contó con sus servicios para esta película de estrellas en la que, propiamente, la historia apenas tiene importancia, si bien Johnson escribió un guion inteligente y con algunas réplicas que no pasan desapercibidas a los amantes del cine, como la alusión de Bacall a que le gustan los hombres maduros, poniendo como ejemplo ese, “como se llame”, que actúa en La reina de África, de John Huston: crazy about him , esto es, su marido Humphrey Bogart… Estamos, sin embargo, ante una película diseñada de principio a fin para seducir al gran público a través de una historia ligera, sin complicaciones y con abundante sentido del humor, lo que encuadra la obra en el género de las comedias sofisticadas, glamurosas, llenas de una frivolidad solo comparable a los buenos sentimientos que se vehiculaban a través de ella. La presencia de tres actrices muy diferentes que se unen para lograr una mismo objetivo: casarse con un millonario y dejar su empleo como modelos de casas de alta costura, era, entre otros aspectos, el principal atractivo de la película, y no defrauda. A mí, particularmente, me ha parecido muy fuera de lugar la presencia de Lauren Bacall en el trío protagonista, y algo forzada la presencia de la famosísima pin-up Betty Grable, en lo que puede considerarse el pre-ocaso de su carrera. Junto a ellas, sin embargo, emerge, resplandeciente, la figura de Marilyn Monroe en un papel graciosísimo por el que la película merece ser vista: la de una miope que, por no usar las gafas –los hombres no prestan atención a las chicas con gafas, dice ella en un momento de la película-, va tropezando constantemente por donde quiera que vaya, hasta que, por una forzada casualidad del guion acaba tropezando con otro miope que se acaba convirtiendo en el hombre de su vida.  El planteamiento, que sigue muy de cerca el origen teatral de la historia, no deja de tener ese punto de inverosimilitud absurda que da pie a tantas situaciones estupendas en las películas usamericanas, especialistas en pedirles a los espectadores un asentimiento total al mayor de los disparates para poder disfrutar, a partir de él, de unas escenas costumbristas llenas de giros ingeniosos. Las tres acaban de alquilar un apartamento de lujo en Manhattan -en clave, la dirección correspondía a la del apartamento en el que por aquel entonces vivían Marilyn y Arthur Miller- y están dispuestas a ir vendiendo todos sus muebles lujosos para poder seguir pagando el alquiler hasta que encuentren a sus tres millonarios. La película, teniendo en cuenta la concepción glamurosa de la misma, constituye una exhibición no solo de mobiliario, sino también de vestuario, algo que se concentra en la escena de la película en la que un millonario enamorado de Bacall, y a la que este confunde con un trabajador de una gasolinera y a quien, por ello mismo, desprecia, contempla un desfile de modelos en el que participan las tres protagonistas -profesión, por cierto, que ejercía Lauren Bacall  mientras esperaba a ser llamada para algún papel de importancia en alguna película- y que tiene algo de parodia, a juzgar por las “creaciones” que aparecen, si bien otras son verdaderamente interesantes y bellas como muestras de arte de la alta costura. A medida que se desarrolla la película, cada una de las tres amigas irá encontrando el amor, pero no junto a un millonario, por lo que parece que el último intento de quien lleva la iniciativa entre las tres, Bacall, sí que va a realizarse. En ese momento, sin embargo…, y aquí nos encontramos con una de esas sorpresas a los que los guiones usamericanos son tan aficionados y que me impide continuar. El escepticismo ante la posibilidad de que la suerte les depare el “chollo” del millonario “disponible” que se enamore hasta las cachas de ellas y decida convertirlas en sus “princesas” está presente en las tres protagonistas, de ahí que, dos de ellas, una con entusiasmo, Marilyn, y la otra en menor grado, Grable, se resignen a aceptar que el amor lo puede todo, y que ni siquiera el dinero puede prevalecer contra él. Está claro que la perspectiva misógina de la película puede lastrar para algunos espectadores el disfrute de una comedia ciertamente banal pero perfectamente construida y cuya elegancia en la puesta en escena es pareja con la sólida interpretación de las tres actrices, favoritas del público. Negulesco no se involucra en el proyecto desde una perspectiva de autor, sino de artesano que se pone al servicio del lucimiento del elenco, quizás abusando del plano largo y del inmovilismo de la cámara, como si se ciñera al origen teatral de la historia. La extraña obertura de la película, unos 6 minutos de música ininterrumpida de la orquesta dirigida por el firmante de la  banda sonora, Alfred Newman, tiene su razón de ser en la presentación del sonido estéreo como una novedad en las salas de cine -aún faltan 17 años para llegar al famoso sensurround-, además del rodaje en CinemaScope, sistema que inauguró esta película en el rodaje, aunque la primera que se estrenó como tal fue La túnica sagrada, de Henry Koster. La película permite pasar un rato entretenido, siempre y cuando hagamos salvedad del enfoque misógino, propio de la sociedad de los años 50, y, por supuesto, merece totalmente la pena ver la actuación de Marilyn Monroe, que se supera a sí misma en un papel que conecta consigo mismo en algunos aspectos de su personalidad. 

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