domingo, 31 de diciembre de 2017

La gata en la noria de zinc: “Wonder Wheel”, de Woody Allen.


Una joya de Storaro para iluminar una tragedia grotesca del sur en Coney Island: Wonder Wheel o la condena de la insatisfacción.

Título original: Wonder Wheel
Año: 2017
Duración: 101 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Woody Allen
Guion: Woody Allen
Fotografía: Vittorio Storaro
Reparto: Kate Winslet,  Justin Timberlake,  Juno Temple,  James Belushi,  Max Casella, Michael Zegarski,  Tony Sirico,  Marko Caka,  Jack Gore,  Dominic Albano,  Evin Cross, Debi Mazar,  Brittini Schreiber,  Geneva Carr,  Steve Schirripa,  Matthew Maher.


Boyero estuvo a punto de disuadirme, y la ambientación de feria del cartel, a pesar de ser espacio cinematográfico privilegiado, casi acaba de lograrlo. Reconozco que me arrastró mi Conjunta y que llegué al cine con la ceja levantada y el escepticismo por bandera. Apenas se abre la película con las imágenes de una playa abarrotada en esa feria de pueblo tradicional que fue el parque de atracciones de Coney Island, la gama de tonos crepusculares con que Storaro ha fotografiado toda la película le confiere una especie de aura, como esos crepúsculos eternos del verano que ocupan el cielo como el preludio de una revelación trascendental, que nos sumerge en una atmósfera conseguidísima: la de la tragedia, o la tragicomedia, de los destinos de unos seres frágiles, casi derrotados por la lucha por la supervivencia. Una extraña familia de feriantes que ha acabado viviendo en lo que una vez fuera la casa de los horrores del parque, compuesta por una actriz fracasada que trabaja en un restaurante, una ostrería, un hijo pirómano, y un segundo marido que, al parecer, la ha “rescatado” de caer por la pronunciada pendiente que conduce al abismo y a quien, ella, a su vez, ha rescatado del alcoholismo constituyen la desgarradora imagen patética de una feliz familia usamericana cuya cotidianidad se ve alterada por la presencia inesperada de la hija del marido, quien, contra los expresos deseos del padre, dejó los estudios y se casó con un mafioso que, así se complica la historia, ha enviado a dos matones para hacerla regresar con él, después de habérsele ido la lengua con la policía tras haber sido detenida. La figura de un socorrista que “salva” a la mujer de la mala tentación de desaparecer en el mar un día de lluvia se convierte en un personaje central de la historia tras  iniciar un tórrido romance que alimentará las expectativas de la insatisfecha mujer de darle a su vida un giro de 180º. Él se presenta, además, en unos efectivos apartes directos a cámara, como un autor de teatro que confiesa su aspiración de escribir una obra de arte, una obra maestra, aunque, en ese preciso momento, aún en esté en fase de formación. Como el padre, persuadido por su mujer, acaba aceptando a su hija en casa, con la condición de que vuelva a los estudios, a lo que ella accede, no tarda en suceder la inevitable en semejante situación: la hija y el socorrista se conocen y se enamoran a primera vista. La sensibilidad entre ocre y anaranjada con que Allen, guiado por Storaro, filma el desarrollo de ese triángulo amoroso, con encuadres muy propios de sus mejores películas ambientadas en Manhattan, nos devuelve al mejor Woody Allen y, ¡sobre todo!, al quedar reducida su presencia autobiográfica a la pasión del niño pirómano por el cine, no hemos de sufrir a ningún actor protagonista en sus burdos intentos de remedar al genial director y excelente actor cómico él mismo. Con estos mimbres raro sería que Allen/Storaro no nos ofreciera una película intensa, un drama adobado con un humor que emerge del retrato patético de unos personajes populares con severas limitaciones y algunas escondidas aspiraciones, como la reanudación de la imposible carrera de la actriz fracasada, interpretada por Kate Winslet en el mejor papel que le he visto nunca. ¡Qué poder de verdad en todas y cada una de sus aspiraciones! No siendo actriz de mi predilección, me rindo, sin embargo, a esta especie de reverso de la Blanche de Blue Jasmine, una mujer derrotada, que necesita el consuelo del alcohol para sobrevivir a su propia ruina, a la piromanía de su hijo y a un matrimonio tan insípido como los planes de diversión que su marido le propone permanentemente: ir a pescar o al béisbol. La actuación de Justin Timberlake está a la altura de la de Winslet y, con una dicción perfecta que agradecemos los eternos estudiantones del inglés, compone un personaje capaz de sobreponerse a la mera condición de herramienta de la fortuna a que quiere reducirlo la mujer insatisfecha. James Belushi, por su parte, salido estilísticamente de la tira cómica inglesa Andy Capp pero en su vertiente virtuosa, si bien con un reprimido alcoholismo que, andando el desarrollo de la trama, acaba declarándose, de nuevo, con total virulencia. Cualquier lector habrá captado que estamos ante una obra de teatro en un marco muy estilizado, el del parque de atracciones, del que Allen saca imágenes de ambiente espectaculares. No solo eso, sino que, por la intensidad del drama, que no llega a ser melodrama por la distancia que introduce Allen entre el espectador y lo que ocurre, bien a través de los monólogos dirigidos a la cámara por parte del socorrista, bien por el uso abundante del humor, como la piromanía del hijo de la mujer, bien pudiera decirse que estamos ante un drama sureño muy del estilo de los de Tennessee Williams, por ejemplo, y de ahí el título de la presente crítica. El estrato social al que pertenecen los personajes aumenta la sordidez de sus vidas, de por sí sostenidas propiamente por alfileres y siempre pendientes de alguna “recaída”. Desde esta perspectiva, la “sed de cine” como evasión del niño pirómano, afición que comparte con la madre, quien es devota, también, de las revistas de cine, queda absolutamente justificada. En cierto modo, la manía pirómana del niño es, a su modo, otra forma de evasión, una reacción contra la presencia dominante del mar en su vida. Hay, simbólicamente -si la prenochevieja no me ha afectado seriamente…- una oposición agua-fuego a lo largo de la obra, que se extiende también a los personajes: conformistas-apasionados, contra la que, en ese plano, lucha el niño. La imagen final de la película, que no es el desenlace de la trama, obviamente, por eso me permito aludir a ella, nos permite ver al niño junto a una hoguera en plena playa, lo que viene a significar, acaso, la aceptación de sus propias contradicciones. Con todo, la trama está perfectamente desarrollada y no decepcionará a nadie. Si el cine es básicamente creación de imágenes, de secuencias, de planos, los aficionados no solo van salir encantados de la proyección de Wonder Wheel, sino de que, contra lo que sostenía Boyero, no va a ser una película que olviden a los cinco minutos de haberla visto. Wonder Wheel tiene la aspiración de convertirse en una de esas películas de Allen que quedan siempre en el recuerdo. Y contribuye a ello en grado sumo la lección de interpretación de los cinco protagonistas del drama. Cinco, sí, porque no quiero dejar de destacar la actuación del niño Jack Gore, con un dominio de la dicción que ya querrían muchas firt stars… Me ha traído a la memoria, por la gravedad de la voz, la manera de hablar y la presencia física, a la inmensa actriz niña de Mad Men Kiernan Shipka. No voy a repetir la importancia que tiene para la película la dirección fotográfica de Storaro, pero es la responsable de esa aura mágica que convierte el drama sórdido de la insatisfacción en una obra de arte.

2 comentarios:

  1. A mí también me gustó. El tono teatral de la película subraya la ambientación en los años cincuenta. Es raro encontrar en Woody Allen algo que no valga la pena. Yo no me pierdo una, excepto esa de la que he oído hablar tan mal de Vicky, Cristina, Barcelona.

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  2. "Esa", Jose, es un bodrio de tal naturaleza que ni siquiera parece película suya. Producida por Roures que lo único que quería es que apareciera el "fet diferencial", y a lo mejor por eso aparece un Joel Joan patético... Esta que hemos visto, ya lo digo arriba, pero vuelvo sobre ella y cada vez me parece más "redonda", dentro de su deseada modestia, por supuesto.

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