miércoles, 29 de noviembre de 2017

La lucha por la supervivencia, un drama que hiela la sangre en las venas: “Sister”, de Ursula Meier


Drama psicológico y drama social: L’enfant d’en haut o el margen indefenso de la sociedad del bienestar.

Título original: L'enfant d'en haut (Sister)
Año: 2012
Duración: 97 min.
País: Suiza
Dirección: Ursula Meier
Guion: Ursula Meier
Música: John Parish
Fotografía: Agnès Godard
Reparto: Kacey Mottet Klein,  Léa Seydoux,  Martin Compston,  Gillian Anderson, Jean-François Stévenin.


Reconozco que no me asustan las tragedias en el cine y que una buena dosis de congoja le reconecta a uno con lo que de más humano tiene. Ahora bien, esta película de Ursula Meier es un punto y aparte, la verdad. Empieza con una relato desconcertante, el de un niño que sube a las pistas de esquiar, a cuyo pie vive en un apartamento cochambroso con su hermana, para robar todo tipo de productos de nieve: esquíes, gafas, guantes, cascos, etc. que luego revende para sacar con qué comer, aunque, ya puesto, también roba comida de las mochilas de los esquiadores para alimentar a su hermana, quien ya trabaja, ya está en el paro, y quien tiene relaciones con hombres diversos que no siempre la tratan bien, a juzgar por los moratones. Nada se nos dice de las circunstancias familiares de esos dos seres perdidos en esa estación de esquí, y lo único que sabemos es que no se llevan precisamente bien, a pesar de que el niño hace todo lo posible por que su hermana no sufra privaciones e incluso le compra unos vaqueros nuevos con el importe de unos esquíes vendidos. Aunque el apartamento es también almacén de sus robos, el chiquillo tiene una guarida allí arriba, en los bajos de un restaurante lleno de trabajadores extranjeros que “hacen” la temporada de la nieve, hasta que se acaba y se van con los bártulos a otra parte. A través de la relación con uno de los pinches, a quien le coloca material robado para que éste se saque, a su vez, unos dineros extra, la película va alternando la “jornada laboral” del chiquillo con la relación fraternal, siempre llena de tensiones nunca explicitadas, la naturaleza de las cuales me está prohibido ni siquiera insinuar. Si se mira desde el punto de vista del emprendimiento, aunque sea delictivo, el chiquillo es un prodigio de ingenio e iniciativa, aunque alguna vez lo pesquen en plena faena y reciba un buen escarmiento que él mira frente al espejo como las heridas de guerra de que se ufanan los soldados o los toreros. La soledad afectiva del niño, la distancia glacial de la hermana, las degradadas condiciones de su vida en común y el inexplicable absentismo escolar del muchacho nos plantean una situación difícil de aceptar a primera lectura, pero, insisto, estamos hablando de dos seres que viven en los márgenes de la sociedad del bienestar, aunque el protagonista se pasee a diario por las pistas en compañía de los afortunados que se permiten esas salidas a la nieve. El paisaje invernal que al final de la película, acabada ya la temporada, se deshace, cambiando la montaña de aspecto sin la nieve, constituye un espacio en cierto modo romántico en el que el protagonista vive su aventura individual sin ninguna queja, sin ningún reproche, sin petición ninguna de explicaciones, y con plena confianza en sus propios recursos para salir adelante, por más que, en buena lógica, cueste creer a qué puede dedicarse entre temporada y temporada de nieve. Sí, la hermana trabaja, pero constantemente insinúa al hermano que ha de buscarse la vida por su cuenta y dejarla vivir su vida, porque lleva los amantes a la casa de ambos, ¡qué detalle el de la criatura partiendo el filtro de dos cigarrillos para ponérselos como tapones de los oídos! Se trata, en definitiva de una película con secreto incluido y me está vedado revelarlo. La dirección de Ursula Meier, con exquisita delicadeza, subraya la necesidad de contacto físico, con la hermana, de sentirse querido por ella, aunque esa tristísima situación de indiferencia por parte de ella no le afecta, o no parece afectarle hasta que… Tupido velo. El título original, en francés, es el que más sentido tiene. Las interpretaciones de ambos, la de Léa Seydoux -fantástica en La vida de Adele, de Abdellatif Kechiche- y la de Kacey Mottet Klein son perfectas, un duelo de tú a tú en el que es difícil escoger ganador o ganadora. Darle la vida que le dan a esa relación tan tortuosa y llena de episodios que van de la humillación a la piedad no era fácil, pero, una vez entrados en la película, sobre todo a partir de la aparición de ese giro argumental, la película crece y crece y sigue creciendo hasta un final propiamente deslumbrante, aunque a esas alturas nos pilla con el corazón hecho añicos…
P.S. Como tengo la bendita suerte de tener una memoria compartida, durante el desayuno, mi Conjunta ha sacado a relucir, cuando le he dicho que ya había colgado esta crítica,  la película de los hermanos Dardenne, El niño de la bicicleta, que vimos hace unos días en la televisión y que, en cierto modo, tiene muchos puntos de contacto con la presente, aunque la dureza de esta no es la esperanza sólida de la de aquella, sin duda. En la información sobre la directora había leído que estaba influida por los Dardenne, pero ni siquiera recordaba que era de ellos El niño de la bicicleta. En cualquier caso, quede aquí señalada esa relación indudable.

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