viernes, 6 de octubre de 2017

El amor en la frontera de la perturbación mental: “Ana, mon amour”, de Calin Peter Netzer


Traumas psicológicos, amor y religión en Rumania: Ana, mon amour o la dificultad de una relación desigual.

Título original: Ana, mon amour
Año: 2017
Duración: 127 min.
País: Rumanía Rumanía
Director: Calin Peter Netzer
Guion: Călin Peter Netzer, Cezar Paul Bădescu, Iulia Lumânare
Fotografía: Andrei Butică
Reparto: Mircea Postelnicu,  Diana Cavallioti,  Carmen Tanase,  Vasile Muraru,  Adrian Titieni, Tania Popa,  Igor Caras-Romanov,  Ionut Caras,  Ioana Flora,  Vlad Ivanov, Elena Voineag,  Razvan Vasilescu,  Irina Noaptes,  Meda Andreea Victor, Iulia Lumânare,  Anghel Damian.


Excelente película de Calin Peter Netzer que nos hace viajar en el tiempo a años propios de nuestra época predemocrática, si nos atenemos a la hegemonía sobre las conciencias de que goza la iglesia rumana, influencia que se cruza en la vida de los dos protagonistas cuya compleja historia de amor se nos narra en la película con sumo detallismo, así como a las precarias condiciones de vida materiales y a ciertas conductas familiares. A partir de una relación amistosa que ira progresando hacia el amor vivido en plenitud sexual, al margen de los caducos códigos de conducta de generaciones anteriores, una relación que comienza con un ataque de ansiedad por parte de la protagonista que nos sorprende y nos alerta sobre una posible enfermedad mental que no tarda en declararse con una virulencia que complica enormemente la relación de ambos jóvenes. El carácter depresivo de ella, unido a las crisis de ansiedad, conforman un cuadro psicológico con el que a él no le resulta fácil lidiar, aunque no se amilana y, llevado por su profundo amor, trata de acompañarla para sacarla del hondo pozo en el que está metida y hacia el que tira de él, quien en no pocas ocasiones está a punto de abandonar la lucha. La relación de cada uno de ellos con su propia familia y el intento de ambos de naturalizar su relación ante los padres respectivos da lugar a un importante giro en la historia, porque si creíamos que la relación con los padres de ella -los dos hombres durmiendo en la misma cama mientras las mujeres, madre e hija, en la otra, durante su visita- es surrealista, solo hemos de enfrentarnos a la relación tortuosa de los padres de él, a quienes les parece un disparate que su hijo “cargue” con una “loca” y desperdicie su vida. El embarazo de la joven establece una suerte de tregua en esas relaciones. De repente, la presencia del nieto parece eclipsar todos los inconvenientes que veían en esa relación que, poco a poco, pasando el tiempo, comienza a volverse tortuosa. ¿Cuál es el cambio que bruscamente convierte la película en “otra” película? Que él se despide como crítico de una revista por incompatibilidad con la línea editorial, pero ella, que entró como sustituta de un periodista, va haciéndose imprescindible en el diario y ganando una reputación y unos ingresos que permiten que él sea “el que se queda en casa con el hijo”, mientras su mujer gana dinero pata todos. Sí, es cierto que él va a escribir una novela, como hemos visto en tantas películas en las que la mediocridad escoge como coartada de la inacción el empinado camino del arte, pero eso solo no explica el camino de amargura que él sigue, de amargura y de celos, una vía que acaba llevándolo al psiquiatra cada jueves, en busca de una explicación que le sirva para todo. Es cierto que las infancias de ambos, difíciles y,  en el caso de ella, al borde del abuso sexual de menores por parte del padrastro, condicionan su relación, porque superar esas experiencias traumáticas forma parte de la vida sana que ambos desean llevar para evitar una ruptura que se cierne con vuelos de inevitabilidad. Los dos actores, eje absoluto de la película, son extraordinarios, sobre todo ella, quien borda un dificilísimo papel sin caer jamás ni en la afectación ni en la exageración. Ella es imposible que no recuerde a Sarah Miles, al menos eso me ha parecido a mí, que he calcado rostro sobre rostro durante toda la película menos al final, cuando el look de ella, convertida ya en “otra mujer”, distinta de quien fue cuando se conocieron ambos, permitía verla como otra actriz. En ambos casos, esplendida, eso está claro. No es fácil interpretar a enfermos mentales en el cine, aunque suelen ser papeles muy agradecidos para los premios y certámenes, pero Diana Cavallioti convence con mucho poderío al espectador más resabiado. La película levanta acta de la sociedad rumana en un momento histórico dado y nos permite ver el camino de la misma hacia los estándares de desarrollo capitalista del resto de la comunidad europea. La comparación entre las condiciones de vida de los hijos y de los padres, por ejemplo, es prueba de ello. No hay, por supuesto, afán documentalista ninguno, sino un decidido empeño de mostrar la realidad tal como es, y de ahí esa influencia religiosa en las conciencias de los ciudadanos, por ejemplo. En fin, no se trata de una película “entretenida”, sino de un drama perfectamente realizado y mejor interpretado. Hay muchos temas sobre la mesa y no es el menor el lugar del hombre y la mujer en el seno de la pareja, siempre en disputa. La película es rumana; los conflictos, universales. Y el are nos mete de hoz y coz en ellos, interpelándonos en lo más profundo de nuestras conciencias.

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