lunes, 18 de septiembre de 2017

Cuando el yo y el cuerpo no coinciden: “La chica danesa”, de Tom Hooper





Preciosismo pictórico impecable para la vieja historia de la dramática  transexualidad: La chica danesa o la biografía contenida de una pionera del cambio de sexo.


Título original: The Danish Girl
Año: 2015
Duración: 120 min.
País: Reino Unido
Director: Tom Hooper
Guion: Lucinda Coxon (Novela: David Ebershoff)
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Danny Cohen
Reparto: Eddie Redmayne,  Alicia Vikander,  Matthias Schoenaerts,  Amber Heard, Ben Whishaw,  Sebastian Koch,  Victoria Emslie,  Adrian Schiller,  Richard Dixon, Paul Kerry,  Helen Evans,  Michael Gade Thomsen,  Alicia Woodhouse.


Lo bueno de ver ciertas novedades cuando van camino de convertirse en vejedades, si se me permite el neologismo, es que se libra uno de cualquier condicionamiento a la hora de plantarse ante ciertas películas polémicas, porque resulta casi imposible sustraerse a esa visión colectiva que son las opiniones, críticas, rumores, pases boca a boca, recomendaciones, etc., que tanto me suelen agobiar y frente a las que me defiendo, creo, bastante bien. El otro día me senté ante La chica danesa sin saber absolutamente nada de ella, excepto, claro está, que se había estrenado y que tenía que ver, oí/leí vagamente sobre la transexualidad o el travestismo o algo así. Fuera por la razón que fuese, no entró en el cupo de películas imprescindibles. Ahora la recupero y he salido del visionado de la misma con una excelente impresión, aun reconociendo un exceso de esteticismo en la búsqueda de la puesta en escena perfecta, una frivolidad relativa en el tratamiento del caso y una estilización respecto del original que le quita “hierro”, por así decirlo, a la relativa dimensión chocante que tuvo la biografía real de Einar Wegener, convertido, tras las operaciones de rigor, en Lili Elbe. Solo hay que ver las diferencias entre el original y el estilizadísimo sosias de la película para darnos cuenta de que la ficción es muy piadosa respeto de la realidad, sobre todo porque Eddie Redmayne, travestido en Jessica Chastain, consigue, con muy pocos aderezos, naturalizar la presencia femenina del personaje. La película reduce las cinco operaciones de cambio de sexo a una y dramatiza la relación matrimonial de ambos pintores, su mujer Gerda, invitándola a travestirse para servirle de modelo, le acaba descubriendo una identidad que estaba latente en Einar y que acaba conduciéndole, primero a una profunda crisis de identidad, y, segundo, a descubrir su verdadera naturaleza de mujer, desde la que ve su condición  masculina como una agresión insufrible de la que quiere liberarse cuanto antes. Berlín, la capital más avanzada del mundo en el tratamiento de la sexualidad durante la República de Weimar, es el destino para quien, bajo el asesoramiento de  Magnus Hirschfeld, un apóstol indiscutible de la revolución sexual que no se consumaría hasta la década prodigiosa de los 60 del mismo siglo, decide emascularse, primero y, después, hacerse una construcción vaginal en Dresde, como aparece en la película. Quizás todo hubiera ido más o menos bien en el proceso de cambio de sexo, si no hubiera sido por la “necesidad” de Elbe de querer ser madre, para lo que hasta le llegaron a implantar ovarios que le provocaron un fuerte rechazo y hubieron de ser retirados. La película, no obstante, se mueve en un terreno no idealizado, pero sí, hasta cierto punto de vista liviano, en el que se ahorran los pormenores biológicos del asunto, centrándose en el proceso psicológico del cambio de sexo y en un juego de máscaras, ahora Lili, ahora Einer, que corre parejo al deterioro de la relación entre dos esposos que se convierten en dos amigas, y que, en cierta forma, me ha recordado la película de Ozon, Una nueva amiga, donde Roman Duris le hace una seria competencia a Eddie Redmayne, quien es posible que algo haya tomado de aquella interpretación, aunque la suya, la de Redmayne es espectacular. Me ha llamado la atención un fenómeno curioso: Lili no surge sola de Einer. Primero es la mujer, Gerda, quien la saca a la luz, y, después, es Lili quien ha de ir aprendiendo en infinidad de modelos cuál es el comportamiento adecuado al que quiere adaptar la nueva criatura femenina nacida a partir de Einer. Esas secuencias de la imitación furtiva de los modelos está, me parece, entre lo más sobresaliente de la película. Desde el punto de vista de la realización, la puesta en escena maravillosa de la casa de los pintores, así como de casi todos los interiores, cuidadísimos, que aparecen en la película se anuncia ya desde el principio de la película con el juego entre el paisaje y la recreación artística del mismo, lo que se retoma, como era de esperar, al final de la película. La ciudad de Copenhague, por otro lado, esta fotografiada con una delicadeza en consonancia con el resto de escenarios. En España se han hecho dos películas notabilísimas con este tema y en los dos sentidos posibles, Mi querida señorita, de Jaime de Armiñán y Cambio de sexo, de Vicente Aranda. Luego hay otras sobre el travestismo, como Un hombre llamado Flor de otoño, de Pedro Olea, y otras que se apartan del tema que nos ocupa. Por cierto, a título anecdótico, travestismo fue una palabra inventada y puesta en circulación por Magnus Hirschfeld. La crítica al esteticismo de la película, como un severo defecto, no acabo de entenderla, porque la historia tiene como protagonistas a dos artistas, dos pintores que ven el mundo desde una perspectiva estética que condiciona no solo su visión del mundo, sino, hasta cierto punto, su vida cotidiana, pequeños detalles incluidos. La escena del retrato que hace la mujer de un hombre en su estudio, estando ambos solos, nos pone sobre la pista de una reflexión muy oportuna: la incomodidad del hombre al sentirse observado tan intensamente por la mirada de una mujer. Esa incomodidad es la que sufre el protagonista cuando, convertida en mujer, se siente observada, a su vez, y curiosamente, por otra mujer. A pesar de que el efecto sorpresa de la transformación es poderosamente llamativo en la interpretación de Redmayne,  a ningún espectador puede pasarle por alto la excelente interpretación de Alicia Vikander, la chica sueca…, y la matizada gama de sentimientos y sensaciones que logra transmitir en la vivencia de una relación marital que atraviesa por fases tan distintas como sorprendentes, ¡en el primer tercio de siglo XX! En resumidas cuentas, un espectáculo visual, moral y reivindicativo de primera magnitud.

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