lunes, 3 de julio de 2017

Radiografía de la ambición taimada: “Eva al desnudo”, de Mankiewicz


Una experiencia psicológica, un éxtasis estético: Eva al desnudo o la hija, “triunfante”, de Julien Sorel. 

Título original: All About Eve
Año: 1950
Duración: 138 min.
País: Estados Unidos
Director: Joseph L. Mankiewicz
Guion: Joseph L. Mankiewicz
Música: Alfred Newman
Fotografía: Milton Krasner (B&W)
Reparto: Bette Davis,  Anne Baxter,  George Sanders,  Celeste Holm,  Gary Merrill, Hugh Marlowe,  Gregory Ratoff,  Barbara Bates,  Marilyn Monroe,  Thelma Ritter.


“Manipular”, referido el término a lo que se hace con las voluntades ajenas, tiene una naturaleza metafórica que no parece avenirse con los sutiles juegos de las mentiras, las cirigañas, las añagazas, los enredos, las sofisterías, los embustes, las adulaciones interesadas, las hipocresías et alii que el tal manipulador, de manos blanquísimas, suele llevar a cabo con esas conciencias entregadas a los artificios consumados del manipulador. Eva al desnudo es el retrato perfecto de la ambición y de cuanto la ambiciosa protagonista de esta joya del cine es capaz de llegar a hacer para alcanzar su objetivo. Se trata de una película a la que se ha de volver regularmente, porque es tanta su perfección, que uno duda, legítimamente, si alguna otra es capaz de superarla, dentro del género del retrato de personaje, como ocurre con Avaricia, de Stroheim, por ejemplo. Ante películas como esta, a un crítico se le ocurren preguntas impertinentes y de muy difícil respuesta (o no, depende), como, por ejemplo: ¿Por qué no ha sido posible que una película así se haya hecho en España? Dejemos de lado la cuestión económica, a pesar de su importancia y de que se trata de una película de interiores, por más que millón y medio de dólares en los años 50 era mucho dinero, y centrémonos en lo importante: la historia, el guion, porque actores y actrices aquí equivalentes al reparto de Eva al desnudo no es difícil encontrarlos. ¿Está mal repartido el talento? ¿Es una cuestión de “tradición”? ¿Nos falta, como siempre se dice, una “verdadera industria”, en vez de la “heroica” que tenemos? Ya digo que son preguntas de difícil respuesta, pero siempre me asaltan cuando veo películas como la presente. Estoy tan acostumbrado a ver el talento cinematográfico tan repartido que me niego a considerar que la “infraestructura” lo sea todo y que el presupuesto esté tan indisolublemente unido al éxito y al arte. Leyendo acerca de la película, me ha llamado la atención la decisiva labor “correctora” del productor Zanuck sobre el guion de Mankiewicz, y cómo esa labor de “edición” fue capaz de mejorar el original. No me imagino que Almodóvar, por ejemplo, acepte una corrección externa de sus guiones, ¡con la falta que les hubiera hecho semejante ayuda!... De hecho, de uno de os subrayados del productor salió el título definitivo de la película, pues el original propuesto era Best Performance, unido a la entrega del galardón que, siendo de ficción, la película contribuyó a que fueran creados de verdad, e incluso dos actrices de la película, Bette Davis y Celeste Holm, llegaron a recibirlo. No me entretendré en recontar un argumento tan conocido por todo el mundo, porque es literalmente imposible ser aficionado al cine y no haber visto ciertos títulos como este, Ciudadano Kane, La palabra, Ser o no ser, Rashmon,  y unas pocas decenas en las que costaría lo suyo consensuar un canon, como a nadie se le escapa. Prefiero comentar, brevemente, que nadie se alarme, la impecable actuación de todo el reparto, aunque, merecidamente, el único Oscar se lo llevara ese monstruo de la pantalla que fue George Sanders, un actor muy en la línea de Herbert Marshall, por cierto, simbiosis perfecta entre la elegancia y la ironía; mucho mejor actor que David Niven, muy amigo suyo, aunque con relativa  menor fortuna. Si hace poco elogiaba la actuación de Clifton Webb en Laura, Sanders hace un papel como el suyo, pero sin el trasfondo psicópata del primero. A la crítica volandera le encanta hablar de los “duelos” interpretativos, y aquí cabría hacerlo del que se produce entre Bette Davis y Anne Baxter, pero da la casualidad de que hay muchos otros duelos en esta película, que está más que  sembrada de ellos, porque la película se va construyendo a partir de las relaciones que va forjando la protagonista con cada uno de los demás personajes del drama, excepto con la asistenta del personaje de Bette Davis, Margo Channing, interpretado por Thelma Ritter, grande donde las haya, la primera que avisa al espectador de que la obsequiosidad untuosa de la trepa esconde motivaciones ocultas nada gratas, y ello a pesar del esfuerzo de Zanuck por que no se descubriera demasiado pronto la “doble vida” de Eve Harrington. Vista hoy, de nuevo, la he visto como una enmascarada película de ficción de serie B, algo así como La invasión de los ladrones de cuerpos, de Don Siegel, del 56, not to be confused with La invasión de los ultracuerpos, de Philip Kaufman, del 78, porque el proceso de apoderamiento de la vida de Margo Channing por la aviesa comedianta tiene algo de extraterrestre, como si no fuera algo humano tal capacidad de maquinación para alterar la realidad de las cosas y de las personas. El esfuerzo de suplantación de personalidad llevado a cabo por Eve en la película es un ejercicio maestro de la doblez humana. Y aunque hay una “tercera” en la trama, Celeste Holm, con sus momentos de gloria interpretativa,  ese proceso de secuestro, de abducción de una gloria del teatro nos ha dejado una película realmente eterna, como todos los buenos retratos caracterológicos que abundan en todas las artes, y especialmente en la literatura y el cine. No está de más añadir, aunque también sea sabido, que Bette Davis y Gary Merryll se enamoraron en el transcurso del rodaje de la película, de ahí que en esas escenas de amor interrumpidas por la aparición de la solicita Anne Baxter, impidiendo consumar el beso, por ejemplo, en el aeropuerto, consiguiera arrancar de ellos unas miradas de fastidio, de enojo, tan reales. Descubrir que los guiones de Mankiewicz son una maravilla es absurdo, y ahí está La huella, un prodigio de película, para demostrarlo, entre muchas otras, pero hasta hoy he ignorado que la autora del relato a partir del cual se construyó el guion fue Mary Orr, a quien, extrañamente, le llegaron pocos reconocimientos por su narración, como si la interpretación libre que hizo el guionista de la historia de Orr hubiera dejado esta poco menos que en la condición de boceto o apunte. En fin, Eva al desnudo, desde el inicio, pasando por el larguísimo flash back en que distintos puntos de vista nos van contando la peripecia vital de la trepadora, es una película tocada por la magia de una historia felizmente contada a través de planos no tan efectistas, quizás, como los de Preminger en Laura, pero sí eficacísimos para ir desvelando poco a poco el sentido profundo de la bajeza humana que hemos de descubrir. Luego está, y sería un hermoso capítulo, el de las interioridades de un mundillo tan concreto como el del teatro, en todo equivalente al del cine, y de hecho en la película hay, podríamos decir, una “tensa” relación entre ambos, como si el verdadero teatro hubiera de vivir de espaldas al cine y viceversa. Andando el tiempo, a modo de curiosidad, Anne Baxter interpretaría sobre las tablas, el personaje de Margo Channing, brillando a idéntica altura que en de Eve en la película.

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