sábado, 15 de julio de 2017

“Pasión de los fuertes”, de John Ford: Un superlativo gozo visual y ético.


Todo John Ford en una película, ¿en la mejor película de John Ford? Pasión de los fuertes o el gran desafío a La diligencia , Centauros del desierto y El hombre tranquilo



Título original: My Darling Clementine
Año: 1946
Duración: 97 min.
País: Estados Unidos
Director: John Ford
Guion: Samuel G. Engel, Winston Miller
Música: Cyril J. Mockridge
Fotografía: Joseph MacDonald (B&W)
Reparto: Henry Fonda,  Linda Darnell,  Victor Mature,  Walter Brennan,  Tim Holt,  Ward Bond, Cathy Downs,  Alan Mowbray,  John Ireland,  Grant Withers,  J. Farrell MacDonald, Russell Simpson,  Jane Darwell,  Harry Woods,  Hank Bell,  Tex Cooper,  Mae Marsh, Jack Kenny,  Charles Stevens,  Kermit Maynard,  Francis Ford,  Tex Driscoll.

De verdad, es tan grande el placer de reencontrarse con títulos míticos, pero casi olvidados, aunque ello sea una contradicción casi insuperable, lo sé, que a veces me da por pensar que veo y leo más para olvidar que para retener. Sé que solo con esa estrategia volveré a ver o leer, de nuevo, muchos años después, obras de tanta belleza como esta Pasión de los fuertes para la que han buscado tintes épicos en la traducción de un título denotativo: My Darling Clementine, el tema musical de una historia llena de cotidianeidad y vibrantes relaciones humanas que se mueve en ese terreno tan fordiano de la convivencia entre las pasiones acendradas y un espectacular sentido del humor, pero todo ello, en este caso particular, se suma a una realización que difícilmente puede describirse o encomiarse en el pobre espacio de una crítica cinematográfica. Quiero destacar, en todo caso, que el encargado de la portentosa fotografía de la película es uno de los grandes entre los grandes, Joseph MacDonald, responsable de la fotografía de dos joyas como La calle sin nombre y La casa de Bambú, ambas estrechamente relacionados no solo por la trama, sino por la excelentísima fotografía: la primera, dirigida por William Keighley; la segunda, por Samuel Fuller. Desde el comienzo de la película, en esos espacios de Monument Valley sobre los que Ford hubiera podido pedir un copyright, por lo asociados que están a sus westerns, estelares y crespusculares, nos hallamos ante un prodigio del claroscuro, del enfoque y de la descripción de los dos rivales, el exsheriff  Wyatt Earp y el cuatrero Ike Clanton. MacDonald, además, usa una técnica muy parecida a la de La casa de Bambú, porque son innumerables los planos en los que aparecen las grandes masas pétreas de Monument Valley casi como punto de fuga del plano, del mismo modo que el Fujiyama aparecía en la película de Fuller. El robo del ganado de Earp por parte de los cuatreros se complica por el asesinato del hermano pequeño de Earp, que había quedado al cargo de todo mientras los tres hermanos mayores iban al pueblo, Tombstone a asearse y recrearse un poco. Consumado el robo y el asesinato, Earp acepta la placa de sheriff en un pueblo inseguro en el que nadie se atreve a imponer la ley y el orden. La llegada de Doc Hollyday -Doc de doctor, aunque  ejerce más como pistolero que como médico- complica la trama y genera una tensión  que se complica con la aparición de su enamorada, a quien ha abandonado porque se sabe, por su enfermedad, relativamente cercano a su propia muerte y, tras haber abandona la medicina, no quiere que ella se sume a su vida criminal. Su relación con la cantante del Saloon, una magnífica Linda Darnell, aún complicará más una situación compleja que parece haberse olvidado del principal motivo de la estancia de Earrp en Tombstone, descubrir a los culpables del asesinato de su hermano menor. Esa vida lugareña, llena de personajes pintorescos, de relaciones cordiales y atravesadas, de largos momentos de ocio y de súbita tensión, nos ofrece un retrato de la dura vida del Oeste en la que a veces se producen, ¡y cómo se debió de divertir Ford con esa escena!, milagros como la inauguración de un templo con campanario y sin paredes, pero que se declara inaugurada, aún sin predicador responsable, mediante un baile –“He leído la Biblia de arriba abajo, y jamás he encontrado que diga nada contra el baile”, dice el encargado de la orquesta antes de arrancar el baile de la celebración en el que participa Earp como pareja de la ex de Doc Holliday.  De igual manera, ¿a quién le puede sorprender que en una película de Ford aparezca un comediante que, subido en una mesa del Saloon, recite el monólogo célebre de Hamlet, y que Doc Hollyday, el pistolero ilustrado, lo continúe? A eso es a lo que me refería cuando hablaba de la película fordiana a carta cabal. A resultas del enfrentamiento entre ambas mujeres enamoradas de Hollyday, Earp descubre que una joya que luce la cantante era la que su hermano menor iba a regalar a su novia a la vuelta a casa. Mientras confiesa que un hijo de Clanton se la había regalado, después de que Earp iniciara una caza al hombre de Hollyday, en una persecución de la diligencia por el mismo terreno donde rodara su película La diligencia, siete años antes,  Clanton le dispara y la hiere mortalmente, aunque Earp logra hacer blanco en el cuatrero quien, sin embargo, llega hasta la guarida familiar, adonde es seguido por uno de los dos hermanos restantes de Earp, quien, a su vez, es asesinado por el viejo Clanton así que el ayudante del sheriff llega a la casa tras haber seguido al fugitivo para detenerlo. Quiero dejar claro, antes de acercarme al desenlace, que los mejores planos de la película no necesariamente están ligados a los momentos más dramáticos o emotivos de la historia. Cualquier plano, en cualquier momento, es un prodigio, sobre todo de la profundidad de campo, aquí con caracteres poco menos que de película galáctica. Tras los acontecimientos, que se suceden con inusual rapidez, para lo que es el ritmo general de la película, más cerca del retrato psicológico que del western de acción, nos precipitamos al núcleo de la leyenda de Earp, el celebérrimo duelo en O.K. Corral. Ford, que conoció a Earp, dice que lo rodó siguiendo la descripción que él hizo del famoso duelo, lo cual viene a ser algo así como el reclamo actual con que se abren, en falso, tantas cintas: it’s based  on a true story.    Poco añade, en efecto, la veracidad o no del tiroteo, porque lo cierto es que Ford hace una planificación del mismo excelente per se, al margen de su condición veraz. Hay una contención y una suerte de ritual  casi de cámara lenta en el proceso del tiroteo, que tiene más de ballet que propiamente de escena de acción, a ello contribuye la interpretación ralentizada que hace Henry Fonda de su personaje, aunque es propiamente, “marca de fábrica” de este actor, parsimonioso en los andares, parco en los gestos y lacónico en la expresión oral. Representar , con esos rasgos de personalidad, a quien se enamora por primera vez, en este caso de la ex de Hollyday, quien se queda en Tombstone como maestra, y hacerlo verosímil es realmente prodigioso. Yo me he quedado completamente hechizado por la realización de la película, la cual bien merecería un despiece plano a plano  para que los hipotéticos lectores de esta crítica acabaran compartiendo mi entusiasmo, pero eso es más propio de un programa televisivo o del youtuber en que, a mi edad, no creo que acabe convirtiéndome…





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