miércoles, 5 de julio de 2017

“Los hombres no son dioses”, de Walter Reisch, el precedente de “Doble vida”, de Cukor.


La indeterminación del género: ni comedia, ni tragedia, ni tragicomedia..., y un poco de todo: Los hombres no son dioses o los celos de Desdémona.

Título original: Men Are Not Gods
Año: 1936
Duración: 90 min.
País: Reino Unido
Director: Walter Reisch
Guion: G.B. Stern, Iris Wright (Historia: Walter Reisch)
Música: Geoffrey Toye
Fotografía: Charles Rosher (B&W)
Reparto: Miriam Hopkins,  Gertrude Lawrence,  Sebastian Shaw,  Rex Harrison,  A.E. Matthews, Val Gielgud,  Laura Smithson,  Lawrence Grossmith,  Sybil Grove,  Winifred Willard, Wally Patch.


Esta película me atrajo porque vi, leyendo su sinopsis, que anticipaba la estupenda Doble vida que le deparó a Ronald Colman un merecido Oscar por un papel que aquí Sebastian Shaw es incapaz de elevar a los niveles conseguidos por Colman. Todo comienza como un vodevil, con la mujer de un actor de teatro que acude a la sede del diario del crítico más importante de Londres para implorarle una crítica benévola, porque su marido, un manojo de nervios en los estrenos, no ha sido capaz de estar a la altura que alcanza a poco que la obra vaya adquiriendo un rodaje de días y semanas en cartelera. El crítico, sin embargo, en confidencia con su secretaria, Miriam Hopkins -un pelín sobreactuante, e inducida al desconcierto por esa indeterminación genérica que lastra la película-, revela que ha escrito una crítica despiadada con quien le parece que "masacra" la gran obra de Shakespeare. La actriz, así pues, acaba entrevistándose con la secretaria, quien, compadecida, decide reescribir la crítica, porque este ya ha dicho que tiene por costumbre no releerse jamás, razón por la cual se anima a "corregir" a su jefe. La ley inexorable de Peter, que en el cine se cumple más que en cualquier otro ámbito humano, nos lleva a que el crítico acabe leyendo la tergiversación que ha sufrido su crítica y que nos veamos con la secretaria en la calle, sin oficio ni beneficio. Eso sí, desde ese momento, lo que fue una curiosidad, ir a ver si el actor era tan malo como decía su jefe, se convierte en una adoración hacia su trabajo y, por extensión, a su persona. Como la mujer, que interpreta a Desdémona, por supuesto, le está agradecida, le franquea el acceso a una relación con ellos que enseguida se torcerá, porque, y eso es lo singular en esta incursión del cine en el drama shakesperiano, es la mujer quien sufre de celos patológicos y ve en cualquier mujer una enemiga potencial. Como Otelo vive angustiado por los celos de su mujer, se lanzará a la conquista de la extraña, por más que desde una poderosa ambigüedad: sigue enamorado de su esposa y, sobre todo, depende de ella, de su apoyo y de sus consejos, profesionalmente. Que en 1936 él le proponga a la incondicional admiradora, que establezcan una relación adúltera de la que él pueda disfrutar, liberándose de la presión de su mujer, sin tener que dejar a ésta, es decir, la clásica amante a la que se le monta un piso, no deja de ser un cierto atrevimiento moral, y más aún que ella, después de sentirse humillada e insultada, y no pudiendo vencer la obsesión que siente por él, acabe aceptando esa situación extramarital de él con ella sin renunciar al vínculo. El progreso de la historia nos lleva, sin embargo, en la dirección del drama, porque el actor se asfixia en una relación toxica que no le deja ser libre. Que, antes del desenlace, se sepa que la mujer va a tener un hijo, algo que ignora el marido, pero no la amante, quien rompe con él definitivamente, nos pone en el buen camino de la tragedia que ha de resolverse, como es preceptivo, en el asesinato de Desdémona, justificado por la propia obra.  Se trata de un desenlace previsible, pero que el espectador no se espera, porque, hasta ese momento, casi todo la acción ha transcurrido con el tono ligero de la comedia y el frívolo de la comedia sentimental. La interpretación de Shaw y Lawrence en ese momento adquiere verdaderos visos de tragedia horrorosa que logra impresionar al espectador, al menos a este que escribe. Al trastorno mental transitorio que se apodera de Otelo, responde, entonces, el grito horrorizado de la amante exigiéndole que pare, que no siga, que desista de su acción criminal. El escándalo que se arma en el teatro justifica, obviamente, que se detenga la obra y que no pueda reanudarse, dado el estado de shock en que están ambos intérpretes. Como dice el encargado de comunicar la suspensión: "permitamos a Desdémona, aunque sea por una noche, seguir viviendo..." La película es muy ágil y alterna el rodaje en Londres con interiores, el periódico, la casa de la amante y los lujosos hoteles en los que vive la pareja protagonista con una agilidad narrativa que solo entorpece, en un momento dado, la frustrante relación que no acaba de establecerse como a él le gustaría entre un compañero de la protagonista, un joven Rex Harrison, propenso al histrionismo, y la protagonista, una Hopkins siempre a medio camino entre la comedia, a veces incluso alocada, y una tragedia que solo en el desenlace se consolida como tal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario