martes, 25 de julio de 2017

“La llama Sagrada”, de George Cukor o el señuelo patriótico del fascismo.



Cine político inteligente: La llama sagrada o una admirable dosificación de la intriga y la ambigüedad. 

Título original:  Keeper of the Flame
Año: 1942
Duración: 100 min.
País:  Estados Unidos
Director: George Cukor
Guion: Donald Ogden Stewart (Novela: I.A.R. Wylie)
Música: Bronislau Kaper
Fotografía: William Daniels (B&W)
Reparto: Spencer Tracy,  Katharine Hepburn,  Richard Whorf,  Margaret Wycherly, Forrest Tucker,  Frank Craven,  Stephen McNally,  Percy Kilbride,  Audrey Christie, Darryl Hickman,  Donald Meek,  Howard Da Silva,  William Newell.


Ignoro si por mi creciente  interés por un fenómeno como el independentismo catalán, que tantos rasgos exhibe de nacionalismo autoritario, o si por mi aversión a la doctrina nacionalista, da igual el lugar donde se desarrolle, que se me aparece siempre como la negación de la libertad, de las libertades, pero el caso es que me puse a ver La llama sagrada sin saber exactamente qué iba a ver, que es la mejor de las situaciones para un aficionado al cine como yo, poco amante, de haber leído u oído demasiado antes de ver una película.  La película no engaña, pero da la impresión de ser más modesta de lo que en realidad es. Un gran hombre a escala nacional acaba de morir en un accidente. El país está en estado de shock, porque el tal Forrester “apuntaba” a futuro presidente de los Estados Unidos de América.. Un avezado reportero, escéptico por cuanto ha visto a lo largo de su carrera, vuelve del Berlín de preguerra y, ahora reconvertido en escritor de temas “candentes” y trascendentes, más allá del cultivo de la noticia inmediata, decide ofrecerse a la viuda para escribir la biografía del prócer admirado en todo el país, desde los niño hasta los adultos, pasando por los jóvenes que han formado asociaciones al estilo de los wandervogel alemanes, que, prefiguración de ciertos ideales nacionales del nazismo, se unieron entusiásticamente a él cuando  llegó al poder. La narración adopta el punto de vista del escritor, Steven O’Malley, es decir, siguiéndolo a él, en sus acercamientos a la familia y a los allegados del gran hombre, los espectadores van conociendo en tiempo real de la acción cuanto se supone que han de saber para hacerse una idea de quién fue el gran hombre, cuáles fueron sus méritos y por qué se llora tan intensamente su muerte. La sensación de extrañeza que consigue crear Cukor desde las primeras secuencias no va a dejarnos en toda la película, y las actitudes de las personas involucradas en la trama no van dejar que nuestra inquietud se tome un respiro, porque, de una manera indirecta, casi sibilina, los espectadores se ven obligados a ir atando unos cabos que más lo desconciertan que lo ayudan, como cuando por puro azar descubre lo que nadie sabía, que la madre del héroe está viva y “guardada” en un caserón  cercano al propio del héroe y su esposa, un espacio de carácter gótico que se acrecienta cuando la viuda y el escritor se entrevistan en el salón en el que el plano los coge a ellos en contrapicado con el enorme retrato del prócer al fondo, colgado sobre la chimenea, un plano que, seguramente, Preminger guardó en el disco duro de su retina para cuando, él aún no lo sabía, filmara Laura. El progreso hacia la verdad de la historia, que es lo que el escritor quiere saber, no la versión edulcorada que advierte que están intentando venderle la viuda y el secretario, un fanático y devoto del líder social fallecido, va a seguir un camino lleno de vueltas y revueltas en el que, aparentemente, hasta nos sentiremos perdidos, incapaces de definir si la muerte del hombre ha sido un asesinato en toda regla, si ha sido una injusticia mayúscula o un acto benéfico para la Humanidad, a tal punto llega la sofisticación del guion que Cukor plasma en forma de thriller político que, sin cargar las tintas, sí que nos revela el sueño fascista de los salvadores usamericanos en nombre de bellos y hermosos valores cuya cara oculta es la de la subordinación de todos a las decisiones de uno, “el que sabe”, “el que puede”, el que nada quiere para si y sí todo para la gloria de la Patria. Decía al principio que en estos tiempos de intento de golpe de estado del secesionismo catalán, una película como La llama sagrada son realmente aleccionadoras y un hermoso y preclaro ejemplo de lo que esconden ciertos ideales que se nos presentan como un ejercicio democrático que esconde, sin embargo, el repulsivo rostro del autoritarismo, el supremacismo, la intransigencia y el desprecio del “otro”, es decir, de todos aquellos que no comulgan con los dogmas del que ordena y manda. Tracy y Hepburn responden sobradamente de sus papeles, pero a ella se la ve jugando en un terreno falso en el que no sabe exactamente ni siquiera cuál ha sido su verdadero papel en el drama que se acaba de vivir. O acaso sí y, en esfuerzo supremo de persuasión, nos convence de lo contrario. La presencia de los periodistas en la pequeña localidad donde ha tenido lugar el luctuoso suceso, le permite a Cukor una mirada irónica sobre ese “mundillo” de las exclusivas, la sagacidad reportera, las vidas desgarradas por la exigencia laboral, etc., que sirve de extraordinario complemento social a la biografía del equívoco personaje y de los enigmáticos que lo rodeaban, su madre, aparentemente trastornada y retenida como una prisionera, la viuda, el enigmático primo que representa el papel de protector sin luces pero devoto, y el secretario que es capaz de todo por preservar la buena fama del gran hombre lleno de flaquezas. En fin,  una película que, defraudando a los seguidores de la pareja protagonista, amartelados amantes divertidos en La mujer del año, de Stevens,  y fríos y distantes en esta, supone un logradísimo intento de mezclar política y thriller a través de una relación tensa e intensa entre una viuda llena de secretos y un buceador a pulmón libre en los corales de la verdad. Highly recommended, in fact.

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