jueves, 6 de julio de 2017

Hecha abstracción de la Dictadura, un “polar” muy competente de José María Forque: “091, policía al habla”.


Un reparto de lujo, para una película bendecida por el Régimen, a pesar de todo: 091, policía al habla o la aclimatación efectiva de las formas estéticas del thriller usamericano en blanco y negro.

Título original: 091, policía al habla
Año: 1960
Duración: 91 min.
País: España
Director: José María Forqué
Guion: Vicente Coello, José María Forqué, Pedro Masó, Antonio Vich
Música: Augusto Algueró
Fotografía: Juan Mariné (B&W)
Reparto: Adolfo Marsillach,  Tony Leblanc,  Susana Campos,  José Luis López Vázquez, Manolo Gómez Bur,  María Luisa Merlo,  Francisco Cornet,  Javier Fleta,  Pilar Cano, Luis Peña,  Manuel Alexandre,  Mara Laso,  Ana Castor,  Ángel de Andrés, Julia Gutiérrez Caba,  Gracita Morales,  Antonio Casas,  Asunción Balaguer, Irene Gutiérrez Caba,  Agustín González,  Antonio Ferrandis.


Marsillach podía meterse con toda naturalidad en la piel de Tartufo y en la de Sócrates, pero lo de meterse en la de un comisario de la policía franquista era un reto ante el que no dio la talla, la verdad, porque nos entrega una interpretación que en ningún momento pasa de la caracterización tópica y en la que es imposible discernir ni un átomo de veracidad en el sufrimiento de quien acaba de perder a su hija a manos de un desalmado que la ha atropellado y se ha dado a la fuga; ni siquiera la lógica sed de venganza produce el más mínimo efecto en el espectador. Plano, muy plano, y sufriendo mucho en primeros planos muy intensos que delatan su incapacidad para asumir el papel. No ocurre lo mismo con la dirección de José María Forqué, realzada por la excelente fotografía en blanco y negro de Juan Mariné, quien fotografió ese maravilloso western norteño de Mur Oti que es Orgullo. La historia de la película, con un comienzo como el de La calle sin nombre, de Keighley, recientemente criticada en este Ojo, se nos presenta casi como un documental sobre las excelencias de la policía española al servicio de los ciudadanos, en vez de como lo que también, y principalmente, era: mano armada de la dictadura franquista. Los modestísimos medios con que la policía contaba en aquellos años pretende contrarrestarse, ante la opinión pública, con un despliegue de “tecnología”, más bien cutre…, que les permitiría soñar a los espectadores con que vivían poco menos que en Nueva York. Mientras que el protagonista, Marsillach, intenta aproximarse a ese estilismo de inspiración usamericana, López Vázquez -magistral como siempre- ejerce como versión castiza del policía de toda la vida. La película es diáfana: se sigue el turno de una patrulla policial y se nos cuentan varios “casos” que suceden a lo largo de dicho turno, entre los que se destacan el robo con violencia de la recaudación de una velada de boxeo; un accidente de rodrígueces alcoholizados y salidos, con resultado de dos muertos, episodio en el que la cantante Mara Laso se merienda a sus cuatro compañeros con una exhibición magnífica de vampiresa madrileña de aquellas “noches de Madrid...” a cielos de excepción…; la detención de dos asaltadores sexuales, una historia en la que sobresale la notabilísima interpretación de una jovencísima María Luisa Merlo; un servicio humanitario un punto lacrimógeno,  y, por supuesto, la captura del asesino de la hija del comisario. La película, más allá de la exaltación del servicio policial, y de la pretendida índole popular de aquella fuerza represora, se ajusta escrupulosamente a los cometidos de la patrulla, pero hay un planteamiento de comedia que va más allá del tema central y que se nos presenta casi como una “manera de ser” del pueblo español, y ahí tenemos a los raterillos excelentemente interpretados por Tony Leblanc y Gómez Bur, o a los rodrígueces salidos, con un finísimo Manuel Aleixandre y un Ángel de Andrés perfecto y un Luis Peña que no desmerece de ellos en ningún momento, por no hablar del propio López Vázquez. Esta película es, francamente, una especie de antología de muchos de los mejores intérpretes, durante muchos años, del cine español, excepción hecha de Marsillach, claro, a quien se le daban infinitamente mejor las tablas del teatro. Forqué -no olvidemos Atraco a las 3 o Usted puede ser un asesino- no ignora ni qué comediantes tiene en el reparto ni que un documento policial a palo seco hubiera sido intratable e infumable, de ahí que vaya alternando las escenas de auténtica comedia de altura, con ciertos dramas que evidencian como se va abriendo paso un cambio en las costumbres ultramontanas de los españoles. Todo ello, como dije al principio, con un blanco y negro exquisito, con planos en exteriores magníficos, como el del seiscientos chocado contra la farola al lado del Bernabéu, los primeros planos del protagonista abofeteando a un detenido o el realismo nocturno del intento de violento asalto sexual, protagonizado con un rigor y una veracidad talentosos por parte de  Francisco Cornet, a quien complementa, en el episodio, otro cantante, como Mara Laso, Javier Fleta. Como se advierte, la película está llena de atractivos que no van a defraudar a los espectadores que se atreven con ella. Tiene algo de reliquia de un tiempo afortunadamente ido, y no poco de sociología efectiva del inicio de la transición hacia la modernidad que culminará en el 1977. En fin, no es pieza de museo, pero conviene que sea conservada en el de la cinematografía española. Y last, but not least, la excelente banda sonora de Augusto Algueró, ajustadísima a la acción y con un toque entre jazzístico y música electrónica que realza el poder del blanco y negro y subraya muy efectivamente no pocas escenas.

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