lunes, 17 de julio de 2017

“Balas de contrabando”, de Don Siegel: un híbrido serial entre A y B.



Un reparto inadecuado para una trama sólida y una dirección que logra crear una atmósfera de thriller exótico: Balas de contrabando o una película a medio camino de casi todo.

Título original: The Gun Runners
Año: 1958
Duración: 83 min.
País: Estados Unidos
Director: Don Siegel
Guion: Daniel Mainwaring, Paul Monash (Novela: Ernest Hemingway)
Música: Leith Stevens
Fotografía: Hal Mohr
Reparto: Audie Murphy,  Eddie Albert,  Patricia Owens,  Everett Sloane,  Gita Hall, Richard Jaeckel.



Una lástima que esta película no acabara de lograr esa redondez que solemos exigirle a los títulos de serie B que, sea por la dirección, por el fotografía o por la actuación, podrían ser considerados como serios aspirantes al estrellato de la serie A, en cuyas filas incluso ocuparían lugares de privilegio. La historia de Ernst Hemingway, muy apegada a su propia figura, siquiera sea por la afición a la pesca y por el amor a Cuba, tiene suficientes elementos de interés como para que la película hubiese tenido una vida triunfal que no llegó a tener. De hecho, en España n se estrenó en salas de cine hasta 2007, y, hasta entonces solo podía adquirirse en edición de vídeo. La película, insisto, por si a alguien le cae en las manos, tiene muy buenos momentos, una interpretación, sobre todo de los supuestamente secundarios, Eddie Albert y Gita Hall, quienes, sin embargo, acaban comiéndose los planos a fuerza de verosimilitud y contundencia, frente a un matrimonio excesivamente insulso y almibarado compuesto por un protagonista totalmente equivocado, Audie Murphy y una esposa que, hace lo que puede, teniendo en cuenta la “parte” que le han escrito, Patricia Owens. La ambientación, en el mundo del alquiler de yates para ir a pescar en los aguas del Caribe, está muy conseguida, así como la figura singular del marinero borrachín que borda Everett Sloan, quien se inició en el cine nada menos que con Ciudadano Kane, de Welles. Ese mundo de emprendedores/perdedores que trata de sacar adelante un earn the living  propio y por sus propios medios es el marco de esta aventura delictiva por parte de quien juega con ventaja frente a un patrón de yate que puede quedarse sin él porque un impagado le ha dejado al borde de la quiebra. La presencia, además, de la típica vampiresa, en este caso ajustada a esa atmosfera “deportiva” de la afición a la pesca, y, en su momento, a la fiesta nocturna en La Habana, con ansias irrefrenables -y algo inexplicables- de complicarle la vida al abnegado esposo, súbitamente vuelto atractivo tras haber sido metamorfoseado por la mirada de la diosa nórdica, acaba de redondear el conjunto de clichés sobre los que está montada la película, aunque Don Siegel se maneja perfectamente con ellos y logra ir más allá, sobre todo con el retrato del traficante, de la mera anécdota delictiva. Hay un choque de éticas, digámoslo así que tratan de demostrar a la otra parte la convicción propia. La película, sin embargo, naufraga en ese terreno en el que mejor hubiera podido conseguir una película de renombre, porque tanto la tensión erótica de Halla, como la cínica de Albert están a la altura de otras adaptaciones de Hemingway y, sobre todo, del mejor cine negro de esos años en Usamérica. A mí me parece que reúne suficientes elementos de interés como para no considerar la tarde perdida, si uno la encuentra en la videoteca y la compra, además, por solo 2€. Las escenas de pesca y de acción está muy conseguidas, y el tono menor de una aventura que excede a los encargados de llevarla a cabo, tan apegados a las pequeñas dimensiones de los clientes pescadores, ayuda a completar esta visión agridulce que me parece a mí que deja la película, algo así como una ocasión perdida, teniendo en la mano los cuatro ases de un póker.

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