sábado, 24 de junio de 2017

Una comedia impecablemente clásica: “Venus era mujer”, de William S. Seiter



Una colosal y olímpica Ava Gardner, sin réplica en el plano Robert Walker, para una comedia ingeniosa: Venus era mujer o cómo brillan los secundarios: Eve Arden, sobre todos los demás.

Título original: One Touch of Venus
Año: 1948
Duración: 78 min.
País: Estados Unidos
Director: William A. Seiter
Guion: Harry Kurnitz, Frank Tashlin (Obra: S.J. Perelman, Ogden Nash. Novela: F. Anstey)
Música: Ann Ronell
Fotografía: Franz Planer
Reparto: Robert Walker,  Ava Gardner,  Dick Haymes,  Eve Arden,  Olga San Juan, Tom Conway,  James Flavin,  Sara Allgood,  Arthur O'Connell.

A estas aberturas del Ojo lo que me extraña es que de algo que seleccione en Tallers 79 no tenga alguna referencia que me confirmen la sensatez de mi elección. Es el caso de esta comedia de marcado carácter clásico, a medio camino entre la alta comedia sentimental y el género musical -en origen fue un musical en Broadway-, dirigido por un todoterreno de la dirección, William A. Seiter, cuya carrera se inicia en los tiempos heroicos del cine, en 1915 y se extiende hasta nada menos que 1954, es decir, casi 40 años de profesión que han dado de sí para construir una carrera profesional al servicio de actores y actrices, sobre todo, quedando él en un más que discreto segundo o tercer plano. En cualquier caso, dos son las películas vistas con anterioridad a la presente: El hotel de los líos, con los hermanos Marx y Una oportunidad en el cielo, con Ginger Rogers y, entonces, un guapísimo y seductor Joel McCrea, aunque el premio a la mejor interpretación se lo lleva Ginger Rogers, ¡y  sin dar en ningún momento ni un solo paso de baile…! Venus era mujer, he de admitirlo, no me queda otra, es la típica comedia usamericana que sabe explotar una situación absurda, y hasta casi pueril, para sacar de ella una película que se ve con auténtica delectación y, en ciertos momentos de la película, incluso con admiración por una estructura narrativa que lo liga todo a la perfección y que potencia en grado sumo la sensación de estar ante  una nadería rodada con un sentido riguroso del timing  típico de la comedia y con una recreación apasionada en la figura de una actriz, Ava Gardner, que saldría de esta película con el dulce sambenito de “el animal más bello del mundo”, que ya gustaría a tantos y a tantas. La historia, típicamente broadwayana, no puede ser más absurda ni tópica: una estatua de Venus se anima cuando la besa un diseñador de escaparates de unos grandes almacenes momentos antes de ser presentada por su dueño a la prensa como una de las grandes maravillas del arte de todos los tiempos. A partir de esa “desaparición”, la película sigue el guion de las comedias de enredo, muy próxima al vodevil, con escenas de entradas y salidas, con bañeras llenas de espuma que esconden o no a la protagonista, juegos de malentendidos, etc. Cabe recordar que en el guion hallamos a alguien muy conocido, Frank Tashlin, director de algunas de las mejores comedias de ese genio del cine que fue Jerry Lewis. Si le añadimos un par de canciones que sobrevivieron al musical, perfectamente coreografiadas, nos hallamos ante una comedia de sabor clásico que, desde un punto de partida absurdo, nos depara un rato la mar de agradable en compañía de un animal fotogénico como Ava Gardner y el genio wilderiano de una soberbia secretaria, perdidamente enamorada de su jefe, Eve Arfen, con una vis cómica de primerísima clase, el perfecto complemento al deslumbramiento que produce en el espectador la irrupción y los planos, primeros, medios y generales de esa auténtica Venus animada que fue Ava Gardner, de quien las cámaras se enamoraban desde el pimer plano en que tuviera a bien aparecer en la película que fuese y por buena o mal que esta, la película, claro,fuese. Vestida durante casi toda la película con una estola ajustadísima que perfilaba un perímetro corporal de los que quita el aliento, Ava Gardner es mimada por Seiter en un repertorio de primeros planos y planos medios que podrían muchísimas actrices exhibir como muestra de cómo les gustaría que el director las tratase en la película que estén rodando. Es una lástima que no apareciera por la película en quien s primero se pensó para el papel , Frank Sinatra, y lo acabara haciendo un Robert Walker idóneo para Extraños en un tren, pero absolutamente ridículo en una película en la que da la impresión constantemente de no saber qué diablos pinta en ella, algo que no debió de ponerle fáciles las cosas a Ava Gardner, quien sabe sortear la nula química que tiene con su coprotagonista y sacar adelante una filmación cuyos únicos núcleos de interés son ella misma y la irónica secretaria enamorada del jefe, Eve Arden. Arden, sobre cuya valía poco hay que añadir, actuó en dos películas magníficas y de muy diferente naturaleza: Alma en suplicio, de Michael Curtiz y Anatomía de un asesinato, de Preminger. Reconozco mi debilidad por este tipo de películas en apariencia inanes que esconden momentos de cine muy puro. Hay quienes, desde un inicio tan absurdo renuncian a continuar, creyendo que todo será un disparate detrás de otro, y aunque no les falte razón, lo que les falta es ser lo suficientemente razonables para aceptar el código fantástico que se les está proponiendo -en este caso la comedia sofisticada- y descubrir a través de su realización lo que esta película nos da y con creces: momentos cinematográficos deliciosos y algunos con tanto fuerza cómica como las mejores comedias ácidas de Wilder o las más amables de Lubitsch, cuyo tópico “toque” parece haber asimilado Seiter a la perfección para este entretenimiento ingenioso y brillante. La puesta en escena en los grandes almacenes -como la escena en la  lujosa casa recreada en una de las plantas- tiene detalles estupendos, como el mismísimo inicio de la película, en el que los títulos de crédito se recortan sobre una acrópolis griega tras la que emerge, al acabarse estos, la figura del diseñador de interiores que se incorpora tras la maqueta para darle los últimos toques al decorado, lo cual permite enlazar su trabajo con el retoque que ha de darle a la cortina que permitirá al jefe de los grandes almacenes levantarla suavemente para que aparezca la estatua, una copia a tamaño natural de la actriz, de la que bubo dos versiones, una totalmente desnuda, al más puro estilo clásica, y otra con la estola correspondiente para “adecentarla”, y de esta última se hizo una reproducción a pequeña escala que se adjuntó al dossier de prensa como regalo promocional de la película, lo que no evitó que la película fuera un fracaso, quizá constatando, con ese rechazo popular, que la película acabaría siendo feliz objeto de descubrimiento para amantes de los escondidos destello de la mejor comedia usamericana. Si Marilyn Monroe es un icono,  lo mismo, o con mayor propiedad, si cabe, ha de decirse de Ava Gardner en esta perfectísima encarnación de Afrodita.



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