viernes, 16 de junio de 2017

El cine de denuncia social de Basil Dearden: “Víctima” y “Barrio peligroso”.



La homosexualidad y la marginación juvenil en Víctima  y Barrio peligroso, de Basil Dearden,con códigos cinematográficos distintos de los del Free Cinema. 

Título original: Victim
Año: 1961
Duración: 95 min.
País: Reino Unido
Director: Basil Dearden
Guion: Janet Green, John McCormick
Música: Philip Green
Fotografía: Otto Heller
Reparto: Dirk Bogarde,  Sylvia Syms,  Dennis Price,  Anthony Nicholls,  Peter Copley, Norman Bird,  Peter McEnery,  Donald Churchill,  Derren Nesbitt,  John Barrie, John Cairney.


Título original: Violent Playground
Año: 1958
Duración: 108 min.
País:  Reino Unido
Director: Basil Dearden
Guion: James Kennaway
Música: Philip Green
Fotografía: Reg Johnson, Reginald H. Wyer (B&W)
Reparto: Stanley Baker,  Anne Heywood,  David McCallum,  Peter Cushing,  John Slater, Clifford Evans,  Moultrie Kelsall,  George A. Cooper,  Brona Boland,  Fergal Boland.

Decía Bergamín que  solo hay una inquietud más terrible que la de buscar: la de haber encontrado, y, como ocurre con ciertas paradojas, le sobra razón. Tan es así que nada más acabar de ver Barrio peligroso, la primera película que veía de Basil Dearden, desconocido para mí hasta ese momento, y habiendo quedado tan complacido, a pesar de ciertos tópicos justificables por la época que retrata, finales de los años cincuenta, enseguida me lancé a investigar quién era y qué había dirigido. De mis pesquisas salí disparado a ver otra película suya, Víctima, con Dirk Bogarde, actor de mi absoluta confianza e índice, per se, de la más que posible calidad del guion y/o de la realización de la misma, porque Sir Dirk no se embarcaba, ciertamente, en cualquier empresa cinematográfica y su nombre está asociado, para el cinéfilo, a títulos capitales del séptimo arte. De hecho, él fue el único que aceptó el rol frente a la negativa de muchos actores a encarnar a un  homosexual cuya condición sexual se reivindicaba abiertamente en una época en que la homosexualidad era un delito, como todos bien sabemos por el caso de Alan Turing, recientemente llevado al cine, Descifrando Enigma, de  Morten Tyldum. Tal impacto tuvo la película que dio pie a que el recién elegido Prime Minister, Harold Wilson, legalizara la homosexualidad. Con todo, hasta 2013 la reina Isabel no rehabilitó (y parcialmente) la figura de Alan Turing. Me estoy yendo de lo propio de mi Ojo, que son las críticas, lo sé, pero no está de más este breve excurso para darnos cuenta de la incidencia social que ha tenido, y seguirá teniendo, un cine que es capaz de mostrar a la sociedad algunas de sus lacras para que los poderes públicos sean capaces de erradicarlas. Víctima es una película “de caso policial” que va creciendo, con códigos de cine negro, para desembocar en el cine social y con un caso que pone al descubierto la doble vida sexual de los ciudadanos acomodados, Bogarde interpreta a un Fiscal, cuya relación con un joven los convierte en presas fáciles de unos chantajistas dispuestos a sacar un jugoso dinero del miedo a la descalificación pública de quienes han mantenido relaciones con él. La película arranca, con magnífico nervio, con una persecución policial de un joven que huye y que, tras pedir ayuda a sus acomodados amantes, para poder salir del país, acaba siendo detenido por la policía y, posteriormente, ahorcándose en las dependencias policiales. Esa muerte es el inicio de una trama que la policía irá siguiendo de forma paralela a los intentos del protagonista de someterse al chantaje para no poner en peligro no solo su carrera sino también su matrimonio. Sylvia Syms, la esposa del protagonista, le da una réplica perfecta y emocionante, porque la situación se afronta no desde los códigos del melodrama, sino de los de la tragedia, y resulta harto convincente. La esposa supo, cuando se casó con su marido, con solo 19 años, que este tenía un pasado homosexual. La sorpresa de la mujer, cuando ata cabos entre el nombre del joven que llamó, angustiado, a su marido y la noticia de su ahorcamiento en el periódico deriva enseguida hacia una crisis matrimonial profunda, porque se percata de que su marido no ha abandonado en ningún momento sus antiguas inclinaciones. No se trata, pues, de la posible vergüenza por una revelación insospechada, sino del despecho lógico de quien se siente postergada y preterida. La densidad emocional de la historia va creciendo a la par que la trama del chantaje, y la acción paralela, pero discreta, de la investigación policial. La decisión trascendental es, obviamente, por parte del Fiscal, la de acudir o no a la policía, sabiendo que, en caso de hacerlo, ha de afrontar el descrédito de su persona, el fin de su carrera profesional y el ostracismo social. Finalmente, acude a la policía. La película está llena de suficientes claves para identificar claramente la posición progresista ante la homosexualidad, considerada delito en aquellos años. El ayudante del fiscal, a quien le entrega la foto del chantaje para que sepa lo que ocurre, se limita a decirle: “Durante diez años he admirado su integridad y no veo motivos para tener que dudar de ella ahora”. O cuando, en la escena de los arrestos de los chantajistas, el protagonista le pregunta al policía cómo ve el asunto y este le dice: Someone once called this law against homosexuality the blackmailer's charter. Melville Farr, el protagonista, le repregunta: Is that how you feel about it? Y el detective le responde lapidariamente: I'm a policeman, sir. I don't have feelings. Como se ve, la posición ideológica del director es clara, pero sutil, elegante, como el propio Bogarde, paradigma del gentleman inglés. La realización, en blanco y negro, tiene hechuras de thriller o de intriga policiaca, cuando menos, y el guion progresa estupendamente hasta que el “crimen perfecto”, el chantaje a los prominentes homosexuales, se derrumba cuando uno, en este caso el protagonista, ha de dar el paso de no ceder ante la estructura criminal, aun a riesgo de perderlo todo: vida íntima, trabajo, vida social, etc., algo que ha de afrontar él solo, sin la mujer, quien, tras haber oído que él la “necesitará cuando todo haya pasado” es capaz de decirle que need is a greater word tan love, antes de aceptar que su marido pase solo el calvario que le espera. En definitiva, una película con hallazgos visuales interesantes, como el contrapicado del frontal del Rolls Royce como símbolo de estatus, por ejemplo, o las magníficas tomas ciudadanas de Londres.  Por su parte, Barrio peligroso es una película sobre la delincuencia juvenil que tiene un planteamiento muy novedoso. Un detective de calle, habituado a lidiar con la delincuencia adulta ha de sustituir durante un cierto tiempo a un compañero en la brigada de delincuencia juvenil. Ese factor de desubicación del detective, intentando lidiar con situaciones que caen fuera de su rutina habitual, va a permitir ver, “por vez primera”, a través de sus ojos, un problema social candente entonces y hace no mucho primera plana con la rebelión de las banlieues en Francia, por ejemplo. La película muestra la necesidad de encauzar en los barrios marginales, en este caso de Liverpool -aunque a la película se le achacó en su estreno que ninguno de los actores hablara con el deje propio de la ciudad-, a unos niños que, según en qué condiciones de fracaso familiar, se inician en el deliro, como los gemelos protagonistas, con apenas seis años de edad. La película no es un experimento sociológico ni un documental, y por esa razón la historia se centra en una familia desestructurada, sin padres, en la que la hermana mayor trabaja pero no puede atender debidamente ni a sus hermanos pequeños, los gemelos, ni al adolescente, un David McCallum -que más tarde sería el compañero de Napoleón Solo en la serie televisiva El hombre de CIPOL- que está integrado en una banda de jóvenes ninis dedicados a fechorías pequeñas y no tan pequeñas, porque el adolescente Murphy, “los Murphy”, la familia, son los protagonistas de la historia, por un trauma infantil, es un pirómano que trae descolocada a la policía, que asiste impotente a una oleada de incendios provocados. Poco a poco, el detetive, un sobrio y eficacísimo Stanley Baker, ajustadísimo en su papel de encauzador de menores que se enamora de la hermana mayor -¡y cómo no!, de quien había sido Miss Great Britain siete años antes!, una Anne Heywood que borda el papel de ciudadana resentida que, como ocurre en los barrios marginales, no se recata en manifestar su desprecio hacia los policías de quienes solo conoce la faceta represiva- y que, progresivamente ha de ir ganándose su confianza y la de los niños, pero no así la del joven, quien no tarda en delatarse como principal sospechoso de la oleada de incendios. No sé si contar el final, porque la película da un giro soberbio y nos hallamos ante una situación que es prefiguración de unos sucesos a los que, por desgracia, estamos muy habituados últimamente. En todo caso, es importante destacar la evolución del detective asignado a la prevención de la delincuencia juvenil, quien, frente a sus superiores, que tienen automatizados los resortes represivos , sugiere escoger la vía del pacto y la persuasión sutil y efectiva. En fin, se trata de una película con una excelente ambientación en el Liverpool anterior a los Beatles, con un blanco y negro muy de Free Cinema y con unas interpretaciones, sobre todo las de la pareja protagonista, que rayan a considerable altura. Choca ver a  Peter Cushing, fetiche del cine de terror, en el papel de sacerdote redentor de almas perdidas, pero parece haber nacido para encarnar sacerdotes, la verdad, del modo tan natural como se conduce con los hábitos. La película tiene, incluso, como cualquier obra compleja, sus momentos de humor, como las burlas que ha de sufrir el detective por parte de sus compañeros, relativas a la “peligrosidad” de su misión… Aún me queda por descubrir otra película de Dearden, Crimen al atardecer, en la que el racismo juega un destacado papel. Acaso también Vida para Ruth , sobre la potestad de los padres, por imperativo religioso, para impedir una transfusión de sangre… En ambos casos se trata de películas, como se aprecia, en la línea del cine social sobre el que el Free Cinema proyectó una nueva visión.


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