martes, 16 de mayo de 2017

“Una vida y un amor”, de John Brahm o el amor en tierras exóticas.





A medio camino de todo: thriller, drama romántico, Casablanca o La dama de Shanghai, Una vida y un amor, de John Brahm o los inicios de una veyenda: Ava Gardner.

Título original: Singapore
Año: 1947
Duración: 79 min.
País: Estados Unidos
Director: John Brahm
Guion: Seton I. Miller, Robert Thoeren (Historia: Seton I. Miller)
Música: Daniele Amfitheatrof
Fotografía: Maury Gertsman (B&W)
Reparto: Fred MacMurray,  Ava Gardner,  Roland Culver,  Richard Haydn,  Spring Byington, Thomas Gomez,  Porter Hall,  George Lloyd,  Maylia,  Holmes Herbert,  Edith Evanson.


He de reconocer que la intervención de Fred MacMurray en una película ya me hace sospechar sobre su posible interés y calidad. Que aparezca formando pareja con una Ava Gardner aún alejada de la gran estrella en que llegaría a convertirse, con una belleza más discreta, podríamos decir, esto es, sin que aún tuviera aquella presencia que la acreditaría, años más tardes, como “el animal más bello del mundo”, en definición de quien la amó hasta el delirio, Frank Sinatra, ya me inclina algo más favorablemente hacia ella, pero la firma del director, John Brahm,  “otro” de los  directores alemanes exiliados tras la llegada de Hitler al poder, me invita, decididamente, a darle una oportunidad. Haber visto hace poco Semilla de odio, con Anne Baxter, es aval suficiente para dedicarle un visionado que, sin defraudarme, tampoco me ha entusiasmado. La película se nos ofrece como una muestra de ese cine en ambientes exóticos, en este caso Singapur, poco reconocible, sin embargo, por la ausencia de planos generales o panorámicos de la ciudad, y un exceso de interiores o exteriores de estudio; un cine, ya digo, que incluye, usualmente, una historia a medio camino entre el thriller y el drama romántico, sin que, como en este caso sucede, se sepa cuál es la más importante. A mi entender, el drama romántico es la parte sustancial de la historia, y el asunto del contrabando de perlas un mero pretexto para esa historia dividida en dos partes: un flash back en el que se recuerda cómo se conocen los protagonistas y cómo el ataque japonés sobre la ciudad acaba separándolos el mismo día en que iban a casarse. El contrabandista vuelve, pasada la Segunda Guerra, a intentar recuperar las perlas escondidas en un hotel que había sido requisado por el ejército británico y en el que el contrabandista no pudo, por tanto, recoger su botín. Vuelve, pues, para hacerlo y, por casualidad, en una sala de fiestas descubre a la novia que daba por muerta bailando con un hombre. Se presenta ante ella pero ella no lo reconoce. Tras el bombardeo en el que sufrió un golpe en la cabeza que le produjo una severa amnesia, rehízo su vida y se casó con un rico terrateniente. A esta historia del reencuentro imposible ha de añadírsele la estrecha vigilancia del jefe de la policía y el interés de un estraperlista por hacerse con el botín del protagonista. Llegados a este punto, he de reconocer que el giro de guion de la amnesia bastó para cautivarme, porque, sí, lo reconozco, Niebla en el pasado de Mervyn LeRoy, es una de mis películas favoritas, y, por la misma razón amnésica, La mujer sin rostro, de Delbert Mann me ha gustado tanto, entre las que he visto sobre el tema recientemente. Singapur, un título con el que se pretendía evocar esos amores bajo cielos exóticos, tenía no pocos ingredientes para haberse convertido en una película al estilo incluso de Casablanca, con la que comparte el final, por ejemplo, con un último plano excelentísimo, acaso lo mejor de la película. El peor defecto de la película es el quedarse a medio camino de casi todo, porque ni MacMurray es el galán adecuado, ni la trama de las perlas tiene suficiente consistencia, ni el giro amnésico provoca el suspense acongojante que mantenga en vilo a los espectadores sobre el resultado final del mismo, aunque está muy cerca de lograrlo, es decir, con esa indefinición entre excelente película de serie B o entretenida de serie A, al final nos quedamos un poco en terreno de nadie. Eso sí, la película puede verse y disfrutarse sin excesivo entusiasmo, porque continuamente echamos de menos “lo que podría haber sido”. No creo que todo sea cuestión de presupuesto, sino de que la película exigía una atmósfera que no se acaba de conseguir. Salvo por los extras orientales, casi nos da igual que la acción se sitúe en oriente que en Oregón, no afecta para nada al desarrollo de la trama. Esa falta de consistencia en la puesta en escena afecta notablemente al impacto visual del film. Y eso es ya responsabilidad de Brahm, quien, por otro lado, tiene obra magnífica en la serie B, en el género de terror, Concierto macabro o Jack, el destripador, en las que la atmósfera, por conseguida, es determinante. Insisto, la película se ve con agrado e incluso Fred MacMurray tiene una actuación tolerable -¡lo que hubiera sido esta película con Robert Ryan, por ejemplo…!- y Brahm consigue planos de Ava Gardner que, sin duda, contribuyeron a cimentar la fama universal de su belleza. 

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