jueves, 11 de mayo de 2017

Un thriller intenso y potente de Rafael Gil: “Una mujer cualquiera”, con guion de Miguel Mihura.


Cuanta más películas suyas veo, más se agranda la figura del director Rafael Gil: Una mujer cualquiera o la maldición de la belleza: el hechizo magnético de una María Félix magnífica vampiresa a su pesar.

Título original: Una mujer cualquiera
Año: 1949
Duración: 89 min.
País:  España
Director: Rafael Gil
Guion: Rafael Gil, Miguel Mihura
Música: Manuel Parada
Fotografía: Theodore J. Pahle
Reparto: María Félix,  Antonio Vilar,  Mary Delgado,  Manolo Morán,  José Nieto, Juan Espantaleón,  Juan de Landa,  Eduardo Fajardo,  Carolina Jiménez, Tomás Blanco,  Ricardo Acerdo,  Manuel Aguilera,  Rafael Bardem,  Julia Caba Alba, María Isbert,  Fernando Fernández de Córdoba,  Ángel de Andrés,  Félix Fernández, Julia Lajos,  José Prada.


¡Cuánto agradezco al programa Historia de nuestro cine que me haya permitido rescatar el cine de Rafael Gil! Ya llevo unas cuantas criticadas en este Ojo y hoy sumo una más que he visto con particular delectación, a pesar de que haya personajes tópicos, situaciones manidas y una cierta indefinición entre el melodrama y el thriller, acaso producto todo ello de un guion de Miguel Mihura que se evade del humor, en el que es especialista, para meterse en un drama de perdedores con una huida a ninguna parte que bien puede calificarse de espectacular. La “maldición de la belleza”, subtitulaba esta crítica, porque la belleza va a ser el principal obstáculo que halla la protagonista, María Félix, al querer reiniciar su vida tras la muerte de su único hijo y la separación de su marido, en parte responsable de la pérdida. La profecía del despechado marido: “caerás muy bajo; volverás a la calle”, actúa como una maldición propia del teatro griego, como un fatum contra el que la heroína firme y desvalida al tiempo no va a poder luchar con el feliz resultado que ella quisiera. Decidida, en última instancia, para salir de la pobreza, a “hacer la calle”, se encuentra con el coprotagonista, Antonio Vilar, un miserable con carita de no matar una mosca que busca a “una cualquiera” para endosarle el muerto que él va a asesinar en un ajuste de cuentas por tráfico de cocaína, un asunto que, en 1949, no dejaba de ser un atrevimiento el llevarlo a la pantalla, empeñado el Régimen en mostrar una sociedad poco menos que idílica, como se refleja en algunos personajes secundarios, como el taxista, Manolo Morán, y en el camionero, Ángel de Andrés, la cara feliz de la dramática realidad de los protagonistas. La trama es lo suficientemente compleja como para mantener la intriga de los espectadores y tiene algunos golpes de efecto que convierten la relación entre los dos protagonistas en  algo muy parecido al tormento del protagonista de Perdición, de Billy Wilder, con los papeles cambiados, aquí es el “dulce” Antonio Vilar, quien exhibe una maldad con las suficientes dosis de complejidad como para que los espectadores nunca sepan exactamente cuál es la carta que va a jugar, una tensión que se mantiene prácticamente hasta el final de la película. No quiero seguir sin hacer mención de la banda sonora de la  película, de un todoterreno musical de su tiempo, Manuel Parada de la Puente, ¡el autor de una música muy asociada indirectamente al cine: la del NO-DO!, puesto que no hubo sesión, desde 1943 hasta 1975 en que no sonara aquella música de la que el imaginario popular dictaminó al oír otra poco bailable: “¡Eso es más difícil de bailar que la música del NO-DO!”. La banda sonora de Parada incluye algunos fragmentos con unos acordes aparentemente distorsionados, como el producido por la hoja vibrante de una sierra, que consigue un efecto de suspense admirable y muy efectivo. Parecen sacados de Vértigo o de Recuerda, del maestro británico. Hay, ya puestos a buscar analogías, algo de Hitchcockiano en esta película de Gil, como la relación de la protagonista con el vecino voyeur que pretende aprovecharse de ella tras haber leído en la prensa la historia del asesinato que cometió.  Los interiores que devienen espacios opresivos y claustrofóbicos se suceden en la película, marcando el ritmo creciente de la angustia de la mujer, quien se ve arrastrada contra su pesar, en parte porque no sabe qué hacer, en parte porque se siente atraída por el asesino de corteses maneras que incluso rompe con su novia por defenderla a ella, a quien parece ligar su destino en una atropellada huida que deja a oscuras la línea dramática paralela de la investigación, de la que iremos sabiendo por vía indirecta en boca de personajes secundarios, como el guardiacivil al que recogen cuando van huyendo en el camión. Insisto, la película me ha dejado un magnífico sabor de ojos, y la dirección de Gil, muy ajustada al protagonismo de una diva como María Félix, con quien rodaría dos películas más, Mare Nostrum, que vi no hace mucho en el mismo programa, y La noche del sábado, una adaptación de la obra de Benavente que me gustaría ver. Una mujer cualquiera nos ofrece la visión de una realidad que desmiente, hasta cierto punto, la España virtuosa y tranquila del Dictador, porque late, bajo tanta paz de cementerios que trajo la Guerra Civil, un mundo del hampa descrito con sobriedad y efectividad. Me parece un acierto de guion la elipsis sobre el acecho de la policía, reducida a noticias que les van llegando a los protagonistas y que determinan, como una presión intolerable, los movimientos de ambos fugitivos. Ahorro el desenlace a los futuros espectadores -hallarán la película en la página web de RTVE, aquí- y les invito a verla para descubrir una tradición española del suspense que bien merece ser revisitada.

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