lunes, 1 de mayo de 2017

“Liliom”: La despedida europea de Fritz Lang desde 1934 hasta 1958, en que rodó “El tigre de Esnapur” en Alemania.





Remake del Liliom de Frank Borzage, de 1930, Fritz Lang se deja seducir por la vida trashumante y el fantástico vuelo celestial de la imaginación. 

Título original: Liliom
Año: 1934
Duración: 118 min.
País: Francia
Director: Fritz Lang
Guion: Fritz Lang, Robert Liebmann, Bernard Zimmer (Obra de teatro: Ferenc Molnár)
Música: Franz Waxman
Fotografía: Rudolph Maté, Louis Née (B&W)
Reparto: Charles Boyer,  Madeleine Ozeray,  Robert Arnoux,  Roland Toutain, Alexandre Rignault,  Henri Richard,  Marcel Barencey,  Raoul Marco,  Antonin Artaud, Mimi Funes.


Puede parecer, a simple vista, y dado el sobreactuado papel de Charles Boyer, que estemos ante un trabajo de encargo, un simple ejercicio de estilo o un entretenimiento que apartara a Fritz Lang de la angustiosa situación en que se vio forzado a huir de Alemania tras negarse a convertirse en algo así como el factótum de la cinematografía nazi, en cuyo proyecto sí que colaboró, como todo el mundo sabe, su mujer, la guionista Thea von Harbou, su segunda mujer, de la que se divorció y separó por la vía express de la huida de la Alemania nazi, donde ella permaneció, adicta al régimen. El mundo de las ferias populares, ahí está Freaks, de Tod Browning, con sus personajes trashumantes, desarraigados y llenos de tanta vitalidad apasionada como instintos a flor de piel, siempre ha sido un mundo al que el cine se ha acercado con mucho interés. En este caso de Liliom, título que responde al nombre del protagonista, un ser consciente de su atractivo para las mujeres y, al tiempo, celoso de su independencia gatuna, nos hallamos ante una suerte de estudio naturalista de una mentalidad muy particular y, al tiempo, muy común, pues Liliom reúne en su persona, al margen del atractivo sexual y romántico para las modistillas, sirvientas y camareras que se divierten la tarde del domingo en su tiovivo musical, lo peor de un machismo que no repara ni siquiera en la violencia física para marcar el territorio de su santo capricho y la embobada devoción de su enamorada, perfectamente representada por una arrobada y casi mística Madeleine Ozeray, defensora de una tesis insostenible hoy: “A veces te pueden pegar y no te hacen daño”, como le confiesa a su hija, evocando el bofetón cruel con que Liliom establece quién manda y quién se ha de someter en su tormentosa relación. La película amenaza con entrar en una tediosa situación cuando el embarazo de Julie da un giro total, porque Liliom, contra todo pronóstico, se enorgullece de ser el progenitor. Convencido por otro don nadie sin oficio ni beneficio para atracar al portador de una nómina para los obreros de una fábrica, es sorprendido por este, que va armado, y por la presencia de la policía. Ante el futuro de acabar en prisión, si no ahorcado, Liliom decide matarse, clavándose en el pecho el puñal con el que iba a cometer el atraco. Y ahí se produce el giro definitivo que le confiere a la película su verdadero interés, en este caso, casi un interés teológico, porque ante la negativa a aceptar que la muerte sea el final de todo, porque eso dejaría sin castigo ni recompensa el crimen y la virtud, el personaje es llevado al cielo por dos ángeles propiamente de Magritte (en la versión de Borzage, sin embargo, es un tren el que irrumpe en escena, al viejo estilo del inicio del cine,  para llevarse el alma del yacente hasta ese séptimo cielo donde será juzgado). La parte celestial es una sátira muy bien desarrollada, con mucha gracia y unas actuaciones y detalles de caracterización, como las alas de los policías, desternillantes. La conclusión es que Liliom es un ciclón de la naturaleza que no va a cambiar su carácter ni siquiera teniendo la oportunidad de regresar un día a la tierra para enmendar con un acto hermoso su borrascoso pasado. Genio y figura… Charles Boyer se mueve mejor en la contención de la parte fantástica que en la sobreactuada de la parte naturalista, pero ese contraste sirve para darle al personaje una dimensión que, nada más conocerlo, parezca que sea imposible de alcanzar. Ojo a quienes tienden a pasar por alto la nómina completa de la ficha técnica: en la fotografía tenemos nada más ni nada menos que a Rudolph Maté, el  director de Con las horas contadas, un clásico del cine negro, ya comentado en este Ojo.  Supongo que cada versión tendrá sus aciertos y sus errores, pero la interpretación de Rose Hobart, y una cinegenia espectacular insinúan que merece mucho ser vista. 

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