jueves, 18 de mayo de 2017

“En el ojo del huracán”, de Daniel Taradash o la irrenunciable defensa de la libertad de pensamiento y expresión.


 La única película del guionista de De aquí a la eternidad o Picnic: En el ojo del huracán o cómo plantarle cara al macartismo con una emotiva y persuasiva defensa de la Primera Enmienda.

Título original: Storm Center
Año: 1956
Duración: 85 min.
País:  Estados Unidos
Director: Daniel Taradash
Guion: Elick Moll, Daniel Taradash
Música: George Duning
Fotografía: Burnett Guffey (B&W)
Reparto: Bette Davis,  Brian Keith,  Kim Hunter,  Paul Kelly,  Joe Mantell,  Kevin Coughlin, Sally Brophy,  Howard Wierum,  Curtis Cooksey,  Michael Raffetto,  Joseph Kearns, Edward Platt,  Kathryn Grant,  Howard Wendell.

De nuevo la intuición cinematográfica me ha deparado el visionado de una película de la que lo ignoraba todo y que, después de vista, lamentaría muchísimo no haberla podido ver. En el ojo del huracán fue la única película dirigida por un oscarizado guionista, Daniel Taradash, quien lo consiguió por su guion para De aquí a la eternidad, aunque fue guionista de otras películas tan excepcionales como Picnic, de Joshua Logan o Encubridora (Rancho Notorius en el original) de Fritz Lang. Se trata, pues, de un caso parecido al de Dalton Trumbo, quien también realizo una sola película, la más que notable Johnny cogió su fusil, película antibelicista y en pro de la eutanasia  que vi, sobrecogido, en mi juventud. Como no sabía absolutamente nada de la película, la elegí en Tallers 79 por la sinopsis y la presencia de Bette Davis. La grata sorpresa de haber acertado se me confirmó nada más iniciarse los títulos de crédito, magníficos y, como no podía ser de otra manera, dada la imaginación y la calidad de los mismos, pertenecen a Saul Bass, el mayor genio de ese sutil arte, ya bastante reconocido, pero aún no tanto como para que los Oscar o los Goya se hagan eco de sus creadores, una especialidad cinematográfica con personalidad propia. La historia que se narra en la película se acoge a la modestia de un incidente en una mediana localidad. El equipo municipal decide invertir en un ala infantil para la biblioteca si la bibliotecaria, Alicia Hull, decide retirar de la circulación un libro titulado El sueño comunista, sobre la presencia del cual en la biblioteca los miembros de la alcaldía han recibido quejas furibundas de algunos votantes, lo que les hace temer sobre su reelección si no toman medidas cuanto antes. A partir de esa anécdota, que se complica en un crescendo de autoritarismo, espíritu macartista y patriotismo mal entendido, se desarrolla, a escala, el conflicto peligroso que supuso para la sociedad usamericana el delirio anticomunista del senador McCarthy, que nos ha dado estupendas películas recientes como Buenas noches, y buena suerte, de Clooney,  Trumbo,  de Jay Roach, la biografía del represaliado guionista de Espartaco, entre otras,  o, algo más lejana en el tiempo, La tapadera, del represaliado Martin Ritt e interpretada por otro represaliado, el magnífico actor Zero Mostel. La película es un claro ejemplo de ese arte en el que los usamericanos son especialistas: a partir de un incidente en una pequeña localidad, este  crece hasta adquirir una dimensión metafórica que lo convierte en una reflexión indispensable sobre el tema que se ventile en ella, en este caso nada menos que una rebelión contra la censura y en pro de la libertad de pensamiento y de expresión, recogido todo ello en la famosa Primera Enmienda de la constitución usamericana.  Dicho así, se diría que estamos en presencia de una película patriótica y, en cierta manera así es, pero, curiosamente, lo es porque en ella se ataca la perversión del patriotismo mal entendido, el representado por el joven político municipal con ambiciones interpretado por un secundario de lujo del cine, Brian Keith. La historia respira un aire de verdad tan contundente que, buscando información sobre ella, he descubierto que se inspira en un caso real, el de  Ruth Winifred Brown, la bibliotecaria que tuvo que pasar por un calvario semejante al de Alicia Hull en esta película. Es evidente que la trama va más allá de lo que sería un mero planteamiento teórico, aunque hay escenas en la película en las que la discusión sobre la defensa de los valores fundacionales de la democracia usamericana, recogidos en la Primera Enmienda, se convierte en un aliciente dialéctico de primer orden. Se enfrentan, pues, dos visiones: la defensa de las libertades frente a la histeria anticomunista que veía satanes tras cada defensor de aquellas. A su manera, los miembros del poder local se constituyen, incluso físicamente, como la audiencia en que reciben a la bibliotecaria, en una réplica del comité de actividades antiamericanas, y Alicia Hull, en una perfecta representante de aquellos artistas e intelectuales que fueron perseguidos e incluso encarcelados, como recientemente tuvimos la ocasión de recordar con motivo de la excelente película Trumbo, el alma gemela de Daniel Taradash, quien, aunque no fue condenado, y acaso precisamente por ello, se atrevió a filmar, tan pronto como en 1956, este alegato contra la histeria liberticida del senador McCarthy. Había que tener valor para hacerlo entonces, y, de hecho, la película no tuvo el éxito que hubiera merecido, pues fue acusada de ser propaganda comunista. Vista hoy, sin embargo, la película merecería los honores de ser vista en todos los institutos de enseñanza secundaria de nuestro país para aleccionar al alumnado sobre a qué extremos de alienación puede llevar la histeria ideológica y el patriotismo nacionalista mal entendido. Sé que me aparto de lo que son habitualmente las críticas en este Ojo, pero el fortísimo rebrote del populismo, unido al del nacionalismo excluyente, supremacista y xenófobo, hace que el visionado de esta película me parezca inexcusable. El adoctrinamiento nacionalista en una sociedad tan plural como la mía, la catalana, está consiguiendo que la peor de las pesadillas de la tolerancia y de la libertad de pensamiento y de expresión se esté convirtiendo en el pan nuestro de cada día. La trama de la película gira, también, en torno a la relación privilegiada de un niño hiperlector con la bibliotecaria, una relación de admiración y devoción que se ve justamente recompensada con el privilegio de llevarse a casa ciertos volúmenes valiosos de la biblioteca. No me cuesta reconocer que la familia del niño, con un matrimonio muy peculiar entre una madre amante de la cultura y un padre que no conecta con su hijo por su rechazo a todo lo que signifique “cultura” es una reducción algo caricaturizada y que pierde realismo por su condición de mero factor de persuasión de hasta dónde puede llegarse cuando la propaganda histérica contra la libertad de expresión y la defensa acrítica del patriotismo se inculca en los seres humanos. La relación que vemos entre el crío lector y la bibliotecaria es en todo equivalente a la que se nos narra en la película de José Luis Cuerda, La lengua de las mariposas, entre el maestro y su alumno predilecto, final incluido. La película como tal, tiene la solvencia narrativa de quien no ignora las leyes esenciales de la realización cinematográfica y consigue implicar al lector en un desarrollo de los hechos muy ágil y convincente. Está claro que la cámara está al servicio del guion y que no se buscan ángulos insólitos ni un despliegue de imaginería visual que, como es lógico, distraería probablemente de la atención que la historia, tan potente, merece. Hay, podríamos decir, una dirección “transparente”, in énfasis, casi “funcional” que pretende pasar inadvertida para potenciar la identificación emocional con la discusión dialéctica que vertebra la película. Aun así, el alegato final de Alicia Hull ante la biblioteca que el niño ha incendiado, cuando dice, desafiante, después de que la inviten a hacerse cargo de la reedificación de la misma, que antes que censurar un libro de su biblioteca “pasarán por encima de mi cadáver”, recuerda mucho el de Vivien Leigh contra un cielo en llamas jurando que no volverá a pasar hambre. Es digno de recordar que la vida de la pequeña comunidad, con las relaciones muy trabadas entre sus miembros, exige, como en este caso, cuando se reúne un comité de ciudadanos para protestar contra el despido de la bibliotecaria, una posición ética nítida que no todos están dispuestos a asumir, y ahí hurga el guion con excelente criterio, porque la lucha contra el fascismo es una lucha social, sí, pero, como no puede ser de otro modo, ha de partir del individuo que “toma partido” ante la injusticia y se “arriesga”, algo que acaba viendo, ya en el desenlace, la segunda de la bibliotecaria que, enamorada del impulsor del despido de Hull, y aun a pesar de haber sido ascendida a bibliotecaria jefa, se percata de la senda de odio por la que han discurrido los acontecimientos sin haberse querido dar cuenta de la responsabilidad, indirecta, que ella tenía en ellos. Es, el de Kim Hunter, famosa por su interpretación en Un tranvía llamado deseo, uno de esos diálogos que rubrican con broche de oro una exposición irreprochable:
Martha Lockridge: Whatever was the issue? A stubborn woman was fired. Your council blew itself up with civic virtue. The city got something to buzz about. I got a better job. You got a platform.
Paul Duncan: You make it sound like a grab bag.
Martha Lockridge: Well, what do you think it was? Patriotism?

En esas estamos, pues.

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