martes, 30 de mayo de 2017

“Asesinato a la orden” y “Trampa de acero”, de Andrew L. Stone o la competente artesanía del suspense.


   
Dos repartos de lujo, Joseph Cotten con Jean Peters y con Teresa Wright, en Asesinato a la orden y Trampa de acero, para dos decorosas películas de serie B con pretensiones.

Título original: A Blueprint For Murder
Año: 1953
Duración: 77 min.
País:  Estados Unidos
Director: Andrew L. Stone
Guion: Andrew L. Stone
Música: Leigh Harline
Fotografía: Leo Tover (B&W)
Reparto: Joseph Cotten,  Jean Peters,  Gary Merrill,  Catherine McLeod,  Jack Kruschen, Barney Phillips,  Freddy Ridgeway.

Título original: The Steel Trap
Año: 1952
Duración: 80 min.
País:  Estados Unidos
Director: Andrew L. Stone
Guion: Andrew L. Stone
Música: Dimitri Tiomkin
Fotografía: Ernest Laszlo (B&W)
Reparto: Joseph Cotten,  Teresa Wright,  Jonathan Hale,  Walter Sande,  Eddie Marr, Carleton Young,  Katherine Warren,  Tom Powers,  Stephanie King,  Aline Towne, Hugh Sanders,  Marjorie Stapp,  William Hudson

El cine artesano es una etiqueta que ampara películas difíciles de inscribir con claridad en la serie A como producto discreto o en la B como revelación, sea por sus ambiciones, sea por la reputación del director, sea por la calidad intrínseca de la propia cinta, y ello a pesar , como sucede en este caso, de tener dos repartos y dos equipos técnicos con nombres señeros de la industria: Joseph Cotten, Jean Peters -ambos participaron en Niágara, de Hathaway-, Teresa Wright -con ella rodaría, también Cotten, La sombra de una duda-, el músico Dimitri Tiomkin o dos directores de fotografía tan destacados como Leo Tover, cuyo bien hacer ya elogiamos al hacer la crítica de Nido de víboras, de Litvak o Ernst Laszlo, de quien así mismo loamos su participación en dos películas aquí criticadas,  D.O.A. de Rudolph Maté y Ten seconds to hell, de Aldrich, y de quien el recuerdo no nos deja olvidar  El viaje alucinante de Richard Fleisher, dentro del cine fantástico. Las dos películas de esta especial sesión doble de Andrew L. Stone, tienen, así pues, una factura técnica impecable y se acercan, dentro del suspense, al género del cine negro, pero sin caer propiamente dentro de sus parámetros, porque la trama gira en torno a dos familias comunes en las que lo extraordinario del mal hace su irrupción con distinto grado, porque en Asesinato a la orden, por ejemplo, se plantea el asesinato de los dos hijastros de una mujer que busca la herencia del marido, algo que el cuñado protagonista ni siquiera sospecha, quien, contra alguna evidencias no concluyentes de un par de amigos suyos, se niega a aceptar que una mujer tan cariñosa haya podido ser capaz de envenenar a toda la familia, a su hermano y a sus dos sobrinos. El suspense, que ha de vencer la resistencia del hermano durante la mayor parte del metraje, se va incrementando con una dosificación perfecta, porque, en un momento dado, incluso el hermano pasa a ingresar la nómina de sospechosos, lo cual es un giro en la trama que permite llegar hasta el final, perfectamente orquestado, con la intriga intacta y una ignorancia total por parte del espectador de cuál sea el veredicto final sobre una u otro.  Trampa de acero, por su parte, aun a pesar del efectivo uso de la voz narrativa en off del protagonista, quien repasa su milimétrica actividad cotidiana llena de hastío y pesadumbre, es bastante más floja que la anterior. La trama narrativa se centra en el género del atraco perfecto, más o menos, porque la singularidad de esta película es que el atracador, un empleado del banco que ve la oportunidad de hacerse con un millón de dólares y salir del país con destino a Brasil, no solo no planea el atraco a la perfección, sino que lo improvisa de la noche a la mañana y la película se va a convertir, por esa súbita decisión en una angustiosa carrera de obstáculos que se inicia con el secretismo con que “invita” a su mujer a  pasar un fin de semana en Río de Janeiro, sin mayores explicaciones que un encargo de la dirección del banco que deja más que sorprendida a su mujer, sigue con la odisea para conseguir los pasaportes, después el visado para Brasil y, finalmente, la casi imposibilidad de encontrar los vuelos, con los enlaces oportunos, para llegar a Brasil antes de que abran la caja fuerte del banco y se percaten del desfalco. Con estas premisas, el espectador no logra empatizar con el vicedirector del banco, por atrevido que sea su golpe, porque es tal el cúmulo de ignorancia, torpeza e ineficacia que al  guionista -el propio director- le cuesta lo suyo solventar todas esas dificultades que desembocan en que, antes de llegar a Brasil, la esposa, una más que convincente Teresa Wright, que representa la cotidianeidad como nadie y evoluciona hacia la sospecha con la misma persuasión de cara al espectador, quien agradece que compense con creces las carencias del alocado ladrón aficionado, acaba sabiendo que su marido es un vulgar ladrón de bancos, momento en el que decide regresar con la hija de ambos y abandonar la compañía de su marido en lo que ella ve como un rumbo al presidio, más que a Río. Es evidente que he de callar aquí la continuación de la trama, por respeto al futuro espectador que pueda pasear sus ojos por esta crítica, pero lo que es cierto es que el final no remonta, en modo alguno, la deriva inverosímil que ha seguido buena parte del metraje y que ha obligado al guionista, como digo, a hacer encaje de bolillos para no desinteresarse de lo que está viendo. Joseph Cotten, por otra parte, hace un papel lleno de excitación, nerviosismo y desquiciamiento que contrasta con sus papeles habituales de hombre sereno y elegante, aun cuando interprete a un asesino. Y aunque no lo hace mal, siempre vemos en él al idiota que no sabe qué se trae entre manos.


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