sábado, 29 de abril de 2017

Un dogmático desvarío danés en la Usamérica profunda: "Querida Wendy", de Thomas Vinterberg.



Armas, logias y adolescencia friqui en Usamérica o Querida Wendy, de Vinterberg, un guión excéntrico de Lars von Trier.

Título original: Dear Wendy
Año: 2005
Duración: 100 min.
País:  Dinamarca
Director: Thomas Vinterberg
Guion: Lars Von Trier
Música: Benjamin Wallfisch
Fotografía: Anthony Dod Mantle
Reparto: Jamie Bell,  Bill Pullman,  Michael Angarano,  Danso Gordon,  Novella Nelson, Chris Owen,  Alison Pill,  Mark Webber.


Quería colocar esta película discretamente en la estantería de los vídeos que habré de regalar para hacer sitio a los imprescindibles, pero me he dicho que una excentricidad del tamaño de Querida Wendy, que involucra nada más ni nada menos que a Vinterberg y a Lars von Trier, quien parece adaptar a escala juvenil su aburridísimo guión de Dogville, despojándolo de la abstracción, pero sin conseguir atraer en modo alguno el interés genuino de los espectadores con espolones, e imagino que ni de los novatos, no la podía pasar por alto sin dedicarle siquiera unas palabras con las que tratar de explicar por qué dos autores de tanto prestigio se han unido para restar fuerzas y ofrecernos una película cuya historia hace aguas por los cuatro costados, desde su inicio. La prueba inequívoca, para mí, de los grandes fracasos cinematográficas está siempre en el escepticismo respecto de sus personajes con que actúan actores y actrices, a veces de reconocida reputación y trabajos meritorios; esa sensación de navegar a la deriva, de haberse perdido en el zoco y no encontrar la salida,  de ignorar las motivaciones comprensibles de sus personajes, etc., son el indicio más fiable del fracaso del guión, al que suele acompañarle el de la realización, perdida en escenas o tópicas o absurdas o incapaces de poner en claro la médula de la historia que se quiere narrar. Un joven marginado, o automarginado, que se declara pacifista, se entera de que posee un arma de verdad, habiéndola comprado como “juguete” para regalar a un familiar. A partir de ese momento, gracias a un compañero de trabajo que es un enamorado de las armas y que guarda como oro en paño una pistola alemana, una Luger, creo recordar,  capturada por su padre en la Segunda Guerra Mundial, ambos crearán un grupo de admiradores de las armas que, reunidos bajo el nombre de los Dandis, a cuya estética se acogen para celebrar sus reuniones e incluso pasearse desafiantes por la calle, mantienen sesiones de estudio de las armas sobre las que aspiran a saberlo todo. Lo inofensivo de todo ello es evidente hasta que la policía asigna al protagonista la tutoría del nieto de la criada negra que ha cuidado al protagonista, un joven que, a pesar de su minoría de edad, ya se ha cargado a una persona con un arma. No es la entrada del joven negro el detonante de la conversión de los jóvenes, todos ellos se declaran pacifistas, en asiduos practicantes del tiro, sino la propia dinámica del estudio de las armas y los efectos de los impactos de las balas en el cuerpo humano. Que toda esa tediosa preparación ha de llevarnos a que empuñen las armas en su limitadísima comunidad, una plaza cuadrada es el único escenario de la película, está cantado desde el principio. En realidad, podríamos decir que la película sería algo así como una versión adolescente de Dillinger è morto, de Ferreri, por la devoción a las armas que desarrollan los jóvenes, un culto que implica, como ceremonia de iniciación en su logia, que le pongan nombre al arma y se desposen con ella. De hecho, la película es un flash back del momento en que el personaje le escribe a su querida Wendy, su pistola, su desolación porque va a encontrar la muerte sin que salga de ella el disparo mortal que acabe con él, lo que le parece una traición imposible de soportar. No creo que haya muchos candidatos a verla, la verdad, a poco que se informen, pero para aquellos valientes que soporten el exceso de metraje y las inverosimilitudes abracadabrantes de la película, como la escopeta de cañones recortados con que la criada negra, que apenas puede moverse, se lleva por delante a un policía que pretendía ayudarla cuando resbaló y cayó al suelo, me abstengo de revelarles el final. En realidad, la voz en off del protagonista es, más allá de un recurso narrativo, algo así como un entorpecimiento del relato, una vía para intentar darle a la acción alguna trascendencia que esta, per se, no tiene en ningún momento. La supuesta crítica a la posesión de armas o al culto a la violencia tiene poco sentido; la necesidad de agruparse en una sociedad secreta, al estilo de la de El club de los poetas muertos, sustituyendo la poesía por las armas, algo más, pero resulta todo demasiado superficial y cutre, digámoslo así, para tomárnoslo en serio como expresión genuina de la juventud usamericana. Sí, es cierto que todos los protagonistas tienen “pocas luces”, eso está claro, pero, por eso mismo, resultan tantas cosas incomprensible en el forzado desarrollo del guion hacia un desenlace al estilo de Grupo Salvaje o de Bonnie & Clyde y otras parecidas. Insisto, demasiado talento reunido para un resultado tan mediocre. Usamérica no es un país fácilmente transportable a la pantalla con códigos tan lejanos como los del grupo Dogma. Y se nota ese abismo entre guionista y realizador a la hora de “retratar” a un grupo de jóvenes airados dispuestos a cumplir la máxima petrarquesca: un bel morir tuta una vitta onora. Dejo en el aire que tal cosa se acabe produciendo.

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