martes, 25 de abril de 2017

El intelectual ante la barbarie y el exilio: “Stefan Zweig: Adiós a Europa”, de Maria Schrader.





La endeble película sobre un escritor cuyas historias han dado grandes películas: Stefan Zweig: Adiós a Europa o la melancolía del exiliado de la cultura en la exuberancia de la naturaleza


Título original: Stefan Zweig: Farewell to Europe
Año: 2016
Duración: 106 min.
País: Austria
Director: Maria Schrader
Guion: Maria Schrader, Jan Schomburg
Música: Tobias Wagner
Fotografía: Wolfgang Thaler
Reparto: Tómas Lemarquis,  Barbara Sukowa,  Nicolau Breyner,  Charly Hübner, Lenn Kudrjawizki,  Ivan Shvedoff,  Josef Hader,  Harvey Friedman, Nahuel Pérez Biscayart,  André Szymanski,  Matthias Brandt,  Nathalie Lucia Hahnen, Oscar Ortega Sánchez,  Vincent Nemeth,  João Cabral,  Márcia Breia.


Salgo de la sala deshabitada, éramos no más de veinte personas y hubo tres bajas antes de que acabara la película, con una sensación muy agridulce. Por un parte, me parece que la película es una obra fallida, a medio camino entre el biopic, el documental y el drama psicológico; por otra, se me agiganta la figura de Zweig y me paso toda la película recordando la emoción que me produjo en su momento la lectura de El mundo de ayer, el libro de memorias al que se hace referencia en la película. ¡Qué ironía, el hecho de que un autor de relatos de los que han salido películas como la excepcional de Ophüls, Carta de una desconocida o la intensa y desengañada Ya no creo en el amor, de Rossellini, haya dado de sí tan poco para una película sobre él!  La directora ha desaprovechado una oportunidad que, hemos de reconocerlo, no era asunto fácil, porque, a pesar de la reconocida cordialidad de trato de Zweig, su propensión al aislamiento y a la distancia crítica, a no dejarse llevar por proclamas idealistas y estériles, más de escaparate que efectivas, hacía difícil lograr la conexión emocional con los espectadores. Pienso ahora en la película relativamente reciente sobre Hanna Arendt y la diferencia es abismal. Schrader, no siendo infiel a los últimos años del autor, no acaba de transmitir el terrible desasosiego íntimo que trasluce cada una de las páginas de su libro de memorias, de obligada lectura. Hay momentos de la película en que sí se acerca, cuando va a visitar la casa del amigo en Brasil y abren la puerta que da la terraza y se enfrentan a la naturaleza desbordante que está en las antípodas de lo que había sido siempre su mundo: el de la más elevada y exquisita cultura. El descubrimiento de la naturaleza, del que se podrían haber extraído imágenes tan seductoras como las de Terrence Malik en Nuevo mundo, se queda, en la película, en mero contraste y anécdota, si bien en esa terraza, los dos hombres silenciosos, Zweig al borde del llanto, logran uno de los pocos momentos intensamente emotivos de la película. Sí que hay una visión del personaje famoso y de la relación popular con la cultura que deriva en situaciones incluso cómicas, como la del recibimiento en un pueblo perdido de la selva brasileña, pero no se trata de algo que acabe dándonos una visión profunda del personaje. La película huye de la perspectiva emocional, pero también de la intelectual, y hay algo tópico de gloria nacional que visita la aldea de los antepasados y vive/sufre la obsequiosidad de las gentes que desconocen totalmente la dimensión cultural de su persona, un calvario al que se somete con el agradecimiento del apátrida al que cualquier sonrisa y cordialidad le parece una declaración de amor. Exiliado forzoso de su Austria natal muy poco antes de ser anexionada por Hitler, la vida errante de Zweig lo lleva primero a Inglaterra y después a Hispanoamérica y a Nueva York, donde se encuentra con su exmujer y las dos hijas del primer matrimonio de esta, poco antes de volver a Brasil para instalarse y, finalmente, sucumbir al convencimiento de que la victoria de Hitler era inevitable, algo que no estaba dispuesto a ver con vida, como fue su determinación. Como es obvio, la película rebosa buenas intenciones, y ellas son el principal obstáculo para que esos últimos días del gran escritor acaben constituyendo un relato que seduzca al espectador no interesado especialmente en su figura, algo que, a mi modo de ver, no logra. A quienes nos estremecemos al oír la lista de autores alemanes “represaliados”, pensando en la terrible agonía final de Benjamin en la frontera franco-española o en la miseria preludio de la inanición de Salomo Friedlaender en París, entre otros, es evidente que la dramática aventura de Zweig,  consecuente con su convicción de que se estaba destruyendo la Europa de donde se sentía ciudadano, antes que de un pequeño país como el suyo, Austria, a pesar de haber sido Imperio; es evidente, digo, que, a pesar de la frialdad documental de la película, nos sentimos tocados por ese destino común a tantos intelectuales en aquel tiempo de devastación y barbarie. Vuelvo a repetir que narrativamente la película no funciona y que ha de traer uno del recuerdo las lecturas de Zweig para acompañarse en la odisea del escritor europeo, uno de los primeros forjadores del ideal de la Europa unida, junto con Romain Rolland, otro incomprendido como él cuando defendían ambos la cordura y el pacifismo a ultranza ante el estallido de alegría enajenada con que recibieron pueblo y políticos el estallido de la Primera Guerra Mundial. El final de la película sí que remonta, cinematográficamente y es una muestra elocuente de lo que la película podía haber sido, de haberse definido en uno u otro sentido. Mi consejo, con todo, es ir a verla, siquiera sea para que, al salir, se vaya a cualquiera de las muchas obras fantásticas de Zweig, desde Los ojos del hermano eterno hasta las biografías ejemplares de La lucha contra el demonio, sin olvidar, y esto lo prescribo como deber inexcusable, su autobiografía El mundo de ayer, una declaración de amor a Europa y la cultura universal que esta ha alumbrado a lo largo de su dilatada y asendereada historia.

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