miércoles, 26 de abril de 2017

El inmarcesible encanto del viejo género gótico: “Horror en el cuarto negro”, de Roy William Neill



La belleza de la puesta en escena de estudio y el bien hacer de Boris Karloff en una película de factura clásica: Horror en el cuarto negro o las atávicas profecías de los linajes malditos.

Título original: The Black Room
Año: 1935
Duración: 70 min.
País: Estados Unidos
Director: Roy William Neill
Guion: Henry Myers, Arthur Strawn (Historia: Arthur Strawn)
Música: R.H. Bassett, Milan Roder, Louis Silvers
Fotografía: Allen G. Siegler (B&W)
Reparto: Boris Karloff,  Marian Marsh,  Robert Allen,  Thurston Hall,  Katherine DeMille, John Buckler,  Henry Kolker,  Colin Tapley,  Torben Meyer.


A los amantes del género gótico, o llanamente de terror sin casquería, nos llega el aroma de la madera y la textura del cartón piedra de los estilizados decorados trabajosamente levantados en el estudio para historias de las que todo lo sabemos y seguimos, sin embargo, la peripecia de los protagonistas con el corazón en un puño, porque los obstáculos a la verdad siempre parecen más poderosos que la propia verdad languideciente hasta que… La presencia de Boris Karloff, como la de Lon Chaney, con la película del cual, Maldad encubierta, dirigida por Tod Browning y ya criticada en este Ojo, guarda alguna similitud, o Bela Lugosi  significa siempre una garantía de que la historia en la que los divos del terror se embarcan tendrá los niveles de calidad que su fama exigía, y la verdad es que nunca defraudan. En esta ocasión, un noble ya mayor ha tenido descendencia en forma de mellizos, el menor de los cuales, además, ha sido alumbrado con un brazo paralitico. Ambos hermanos viven, desde que nacen, bajo los auspicios de la terrible maldición que aqueja a la casa noble: que el hijo pequeño acabará con la dinastía asesinando a mayor. Desdoblado en dos hermanos antitéticos, el primogénito que ostenta el título de barón es un déspota criminal que abusa y se deshace por la vía expeditiva de las mujeres de su territorio, y el hermano lisiado es una bellísima persona, culta, educada y cordial que se granjea el respeto de los demás sin apenas esfuerzo, frente al odio que despierta el hermano mayor. Como es de esperar, el barón, que comete sus fechorías en un cuarto negro porque las paredes son de ónix negro, donde hay un pozo al que va arrojando los cadáveres de sus víctimas, no tardan en concebir un plan que le permitirá, camuflado, seguir viviendo, porque sus gobernados, enfurecidos, pretenden acabar con él: propone dimitir, cederle el título de barón a su hermano y él desaparecer para siempre y rehacer su vida en otro país. Lo aceptan, pero ignoran que el plan pasa por deshacerse del lisiado y ocupar su lugar, al ser gemelos idénticos. Y entonces comienza un acoso al coronel de su milicia para casarse con su hija, pretendida por un joven y apuesto capitán. La complicación de la trama pasa por hacer al capitán responsable de la muerte del coronel, quien ha descubierto, a través de un espejo, cómo el barón asesino se delata al “activar” el brazo lisiado con el que firmar el contrato de boda que le ofrece el coronel, lo que acaba significando que ha de cargarse un testigo que los sería de cargo contra él por el asesinato de su hermano. Se advierte, pues, que el juego del doble está perfectamente llevado, y progresa todo él hasta una ceremonia de boda que supone la alegría de todo el pueblo, un día de fiesta mayor, que se tuerce cuando el cura dice las palabras de rigor: si alguien sabe de algún impedimento para celebrar esta unión, que hable ahora o calle para siempre. Y ahí lo dejo, porque el desenlace enérgico, dinámico, incluso vibrante, es de esos que hacen al público ingenuo estallar en un aplauso liberador. La película tiene algo de expresionista por el uso continuo del claroscuro en justa consonancia con el carácter sombrío, pendenciero y criminal del aristócrata que quiere impedir a toda costa que se cumpla la profecía bajo cuyo temor ha vivido siempre la familia. La puesta en escena es muy meritoria, a medio camino entre los Estudio 1 de nuestra veja TVE y los decorados efectistas de las viejas aldeas centroeuropeas del mejor cine alemán de los 30. Y quien ha montado con todo ello una narración que no decae en ningún momento y que sigue una línea ascendente de interés y misterio por los destinos de los protagonistas es un director desconocido hoy, Roy William Neill, pero de quien nadie ha dejado de ver alguna de las películas dedicadas a Sherlock Holmes con la interpretación paradigmática de Basil Rathbone y Nigel Bruce, y de quien nadie debería dejar de ver una reconocida joya del cine negro como es Ángel negro. He aquí, pues, una clásica película de “doble sesión” de las que vi miles en mi adolescencia y de las que guardo un recuerdo que el paso del tiempo no ha desmejorado en absoluto, a juzgar, al menos, por lo visto en este Horror en el cuarto negro.

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