martes, 4 de abril de 2017

Artesanía en la industria: “Mensaje de otro mundo”, de Herbert I. Leeds


Los fundamentos de la narrativa cinematográfica en una historia de estafadores y policías: Mensaje de otro mundo, de Herbert I Leeds, o el entretenimiento garantizado de la profesionalidad de la serie B.
Título original: Bunco Squad
Año: 1950
Duración: 67 min.
País: Estados Unidos
Director: Herbert I. Leeds
Guion: George Callahan (Novela: Reginald Taviner)
Música: Paul Sawtell
Fotografía: Henry Freulich (B&W)
Reparto: Robert Sterling,  Joan Dixon,  Ricardo Cortez,  Douglas Fowley,  Elisabeth Risdon, Marguerite Churchill,  John Kellogg,  Bernadene Hayes,  Robert Bice,  Vivien Oakland, Dante,  Kathleen Ellis,  Jewel Rose,  Cecil Weston.

A medio camino entre el cine negro y el cine policíaco, y con el esquematismo propio de los telefilmes, Mensaje de otro mundo es una película de serie B que nos ofrece un ejemplo elocuente y admirable de la elegante eficacia narrativa cinematográfica y de la maestría en la puesta en escena. Que conste que no he descubierto una obra singular perdida en los estantes de saldos de los videoclubes, pero esta película me parece un ejemplo cimero de un tipo de cine de entretenimiento con unos estándares de calidad que garantizan lo primero a partir de los segundos. La historia es tan sencilla como planos son los retratos de los protagonistas y tópicas las situaciones, pero los tres ingredientes de la película tienen suficiente entidad como para asistir a la proyección de la misma con una complacencia que valora los ecos del gran cine que se aprecian en ella. La historia gira en torno a la proliferación de estafadores en Los Ángeles que utilizan el recurso del espiritismo y las correspondientes sesiones con la médium de turno para seducir a ancianas millonarias con el nítido objetivo de lograr quedarse con sus fortunas, y de ahí surge el título, Bunco squad, en la que Bunco significa estafador en argot, lo que le confiere, a la película, desde el título, algo así como un descenso real, no ficticio, a las verdaderas tramas del delito. La historia está contada desde el punto de vista de la policía con una voz en off que se ciñe a los acontecimientos y los describe como si de un documental divulgador de la benéfica acción policial se tratase. La trama está perfectamente ligada y ante la maldad sin escrúpulos del jefe de la banda, un encantador don Juan que ataca su objetivo a través de la secretaria de la vieja millonaria, sucede todo no de un modo vertiginoso, pero sí indesmayable, ciñéndose la narración única y exclusivamente al desarrollo del caso concreto que aborda la película. La dosificación entre exteriores losangelinos e interiores de estudio muy conseguidos, como la casa del mago retirado que ayuda a la policía a luchar contra los “impostores” que tanto daño hacen a los profesionales del ilusionismo, en una lucha que recuerda vagamente la de Houdini contra los espiritistas, o, personalizándolo, Houdini contra Conan Doyle, si así se prefiere, le da una animación a la película y un ritmo capaces de seducir a los espectadores que se sumen al visionado de esta cinta. La persecución en coche por una de las colinas de Los Ángeles está rodada con notable maestría, y no desmerece de las que hemos visto en las películas de Hitchcock, por ejemplo. Los intérpretes, todos ellos desconocidos para el gran público extranjero -ignoro, allí en Usamérica, qué estatus estelar tendrían- se ajustan a las mil maravillas a los planos papeles que han de representar, y lo hacen con tanta eficacia que hasta consiguen haceros creer que la película no merece la infamante clasificación como película B. La novia del policía, una actriz de series de televisión,  la bellísima Joan Dixon, que alcanzará su cénit interpretativo en La emboscada, de Harold Daniels, jugará un papel en la trama al hacerse pasar por una médium que intenta, mediante un contacto “singular” con el más allá, a través del cual consiguen una carta auténtica del hijo de la buena señora, contribuir a que esta no acabe firmando el testamento en el que hace legatarios de sus bienes al grupo de delincuentes que ha urdido la trama para desvalijarla. Los planos inmediatos, en leve contrapicado, consiguen una cercanía casi física de los espectadores, y la solvencia con que el joven inspector va resolviendo el caso -y dejando de acudir a importantes citas con su novia- , contribuye a ese encanto algo ingenuo de una película literalmente “sin complicaciones”, esto es, que no pretende, más allá de lograr una verosimilitud total de la acción, descubrir facetas insólitas de la psique humana,  complejos artificios delictivos o lacras sociales tremebundas. Es destacable, por ejemplo, la estupenda escena en la que uno de los delincuentes va a ver a la nueva médium que pone en peligro su negocio para amedrentarla y, en la oscuridad absoluta de la sala, con la única fuente de luz de la bola de cristal mágica, el matón recibe una lección gracias a las dos figuras totalmente vestidas de negro -el mago y un policía- contra las que lucha como si lo hiciera contra sombras que, más allá de toda comprensión humana, lo vapuleasen habiendo venido del más allá para defender a la médium, ¡encantadora! Quiero, en conclusión, rendir homenaje a esa escuela de cine que nos ha legado un cine comercial  tan digno que nos permite entender las altísimas exigencias de una industria en la que se han filmado auténtica joyas de la cinematografía universal. El mismo Herbert I. Leeds, por ejemplo,  cultivó un cine detectivesco, las aventuras de Michael Shayne, que en todo son equivalentes a la excelente novela negra, la reina  del quiosco, de la que salieron argumentos excepcionales que alimentaron las más exigentes películas de Hollywood. Recordemos una serie de películas, aparentemente menores pero que a mí me encantaron en su momento, las aventuras de The thin man, protagonizadas por un exquisito y divertido William Powell y una eficacísima Myrna Loy, que fueron adaptaciones de obras de Dashiell Hammett, por ejemplo, un ejemplo de comedia detectivesca llena de glamour y encanto que tuvo un éxito extraordinario en su momento y que aún hoy se dejan ver con algo más que agrado.


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