domingo, 2 de abril de 2017

Amargo melodrama en cinemascope: “Días sin vida”, de Henry King





El príncipe, de las Letras, y la corista, del cotilleo: los últimos años de Scott Fitzgerald en Días sin vida, de Henry King, un sólido melodrama con una impresionante Deborah Kerr.

Título original: Beloved Infidel
Año: 1959
Duración: 123 min.
País: Estados Unidos
Director: Henry King
Guion: Sy Barlett (Novela: Sheilah Graham)
Música: Franz Waxman
Fotografía: Leon Shamroy
Reparto: Gregory Peck,  Deborah Kerr,  Eddie Albert,  Philip Ober,  Herbert Rudley, Karin Booth,  Ken Scott.


Vaya por delante que la actriz británica Deborah Kerr nunca fue una de mis actrices favoritas, aun reconociéndole siempre una solvencia profesional indiscutible, pero cierta frialdad en la expresión y el aire severo de su presencia me distanciaban de ella. En Días sin vida, sin embargo, consigue una actuación a la altura de mis deseos y borda un papel complejo que deja pequeño a un Gregory Peck que, de todas todas, no acaba de encajar en la piel del escritor famoso y maldito al tiempo que fue Francis Scott Fitzgerald. Es sorprendente que un actor como él pase por una película tan intensa con una limitación expresiva tan grande, como si viviera de rentas y con la simple “presencia” pudiera pasar ya por interpretación. La película, ignoro si poco o muy vista actualmente, tiene un poder visual muy notable, porque los escenarios naturales rodados en cinemascope permiten encuadres a medio camino entre la panorámica y el plano americano muy efectivos por su amplitud y por el desahogo visual que supone para el espectador, además de la belleza innata de las localizaciones exteriores en L.A., como la playa donde tiene lugar una de las escenas culminantes de la película, el desvelamiento de la impostura de la “distinguida” dama de la aristocracia inglesa que resulta ser una niña de orfanato dispuesta a borrar sus orígenes para construirse una vida que no solo rompa con su pasado, sino que, gracias a sus dotes personales, le impida ser asociada a él y, sobre todo, volver a caer en la miseria. La dramática escena de la playa, curiosamente, parece evocar, acaso como su reverso, la tórrida de De aquí a la eternidad, con Burt Lancaster, que puede considerarse ya como un auténtico icono del cine. La película está basada en las memorias de la cronista británica, Sheilah Graham, Beloved Infidel -que es el título original de la película-, a quien, después de triunfar en Nueva York le ofrecen una columna sobre el mundo de las estrellas del cine de Hollywood en California. Allí es donde conoce a Scott Fitzgerald, con quien inicia una relación de tres años que serán los últimos de su vida. Pudiera pensarse que estamos ante un biopic más o menos afortunado, pero la película es una historia de amor en clave melodramática que incluye un turbulento periodo en la vida del escritor, ya en su ocaso, cuando lleva mucho tiempo sin publicar ninguna novela, le rechazan los guiones cinematográficos porque no acaba de entender que el cine es un lenguaje notablemente distinto del de la novela y cuando, empujado por su relación con Graham a retomar su actividad novelística, el primer rechazo editorial lo devuelve al alcoholismo del que se había rehabilitado a través del trabajo en Hollywood. La relación entre ambos se centra en la pasión de postrimerías, ambos son mayores cuando la inician, que es descrita con sobria elegancia y sin ninguna salida de tono que la ridiculice: esas son las mejores escenas de Peck. Luego está la otra cara de la moneda, el alcoholismo y la violencia, incluso física, que ejerce el embriagado escritor, incapaz de contenerse, razón por la que se separan: esas son las escenas mediocres de Peck. La película obvia, aunque no del todo, porque alguna escena hay que alude a ella, la relación intelectual que hubo entre ambos, porque Fitzgerald se convirtió en algo así como un Pigmalión para Graham y se propuso educarla y pulirla para que se convirtiera en algo más que una gacetillera. Visualmente, eso se refleja, sin embargo, en los planos de la sala de estar de la magnífica casa que alquila Graham en una de las colinas de Los Ángeles, con una espléndida vista sobre la ciudad, cuando observamos, al comienzo de la película, vacía completamente la estantería y cómo, a lo largo de la relación con Fitzgerald, va poco a poco siendo ocupada por esos libros que él le propuso leer, un plan diseñado perfectamente y que, si aparece en las memorias, sería interesante conocer en detalle, por lo que tiene del consejo del experto y para conocer mejor las propias preferencias de Fitzgerald. Henry King, de quien no hace pocas semanas vi La colina del adiós, que se tiene por una de las cumbres del melodrama -y lo es-, en este caso interracial, con dos magníficas actuaciones de William Holden y Jennifer Jones, y con unas impresionantes “vistas” del Hong Kong de 1955, que nada tiene que ver con el actual de los rascacielos, dirigió, tres años después de esta película, y acaso influido por ella, una adaptación más que notable de Suave es la noche, la novela de Fitzgerald, contando de nuevo con Jennifer Jones y con Jason Robards.  Insisto, sin ser una película completamente lograda, tiene mucho interés y permite ver en todo su apogeo a una gran actriz como Deborah Kerr en radiante madurez.

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