domingo, 26 de marzo de 2017

Factura y reparto de serie A para un dignísimo film de serie B: “Regreso de la eternidad”, de John Farrow.


La lírica contenida de los perdedores: Regreso de la eternidad o el reclamo erótico de Anita Ekberg y el savoir clásico de Robert Ryan.


Título original: Back from Eternity
Año: 1956
Duración: 100 min.
País: Estados Unidos
Director: John Farrow
Guion:  Jonathan Latimer
Música: Franz Waxman
Fotografía: William C. Mellor
Reparto: Robert Ryan,  Anita Ekberg,  Rod Steiger,  Phyllis Kirk,  Keith Andes,  Gene Barry, Fred Clarck,  Beulah Bondi.


Una mujer despampanante, un casino, un encargado que le niega fichas para seguir jugando a la “chica” del jefe. Una entrevista con su amante en presencia de dos mujeres tan esculturales como ella. Como no tiene papeles y su situación le complica la vida al jefe, éste la envía a un prostíbulo en Sudamérica, en Boca Grande. Ella se insolenta y el jefe la abofetea de forma seca y contundente, en un gesto electrizante que deja en mero aprendiz el bofetón de Gilda. La humilla tirándole el billete y “unos dólares” para tabaco y, acto seguido, se pasa a la presentación del resto de los personajes que han de embarcar en un avión con destino a Panamá y, posteriormente, a Boca Grande: Un mafioso que se lleva el hijo del jefe que acabará siendo asesinado; un empresario que pospone la boda con su prometida, que lo acompaña, por cerrar un negocio; un profesor universitario, acompañado por su esposa, que quiere explorar la jungla en busca de tribus primitivas, y, en la escala de Panamá, finalmente, un asesino y un policía que lo conduce para que sea fusilado. La película es una versión de la que el propio Farrow rodara en 1939, también para la RKO con John Carradine y Lucille Ball: Volvieron cinco. En esta ocasión, el reclamo de la Eckberg y la acreditada presencia de Robert Ryan, así como la de un magnífico Rod Steiger, un año después de su extraordinario papel en el musical Oklahoma, ahora en el papel de asesino que acabará decidiendo quiénes de entre todos ellos podrán volver, porque, sí, el avión, que atraviesa una fortísima tormenta, ha de realizar un aterrizaje forzoso en plena selva y, tras muchos remiendos, podrá volver a volar con el menor peso posible, lo que significa que solo 5 de los 11 pasajeros podrán regresar. La película está a medio camino entre la catástrofe aérea y las películas de aventuras en las selvas profundas y remotas. En este caso, además, está presente la amenaza de las tribus jíbaras cuyos tambores tanto recuerdan las películas de Tarzán o la del mismísimo King Kong, introduciendo una amenaza que acabará con dos de los pasajeros y, cuando el avión se va, con el resto, aunque en la película el acecho de los indios solo se manifiesta en algunos primeros planos de un pie, una mano o el bulto en penumbra de algún cuerpo. El decorado de manifiesto cartón piedra del lugar del aterrizaje forzoso, en vez de restarle veracidad al argumento, le otorga una dimensión de película clásica  que solo puede apreciarse desde la ingenuidad con que veíamos, en la infancia, el mismo King Kong o las películas de Tarzán mencionadas. Como es de obligado cumplimiento, en situación excepcional, las personas se manifiestan muy otras de como suelen ser en la vida normal y corriente, y ahí es cuando la adversidad entra en juego para ofrecernos unas “transformaciones” tan elocuentes como bien trazadas. El guion de la versión de 1939 era de Dalton Trumbo, pero el de esta es del guionista habitual de John Farrow, Jonathan Latimer, podríamos decir, pues escribió nada menos que 10 guiones para él. Y sí, a través de pequeños detalles, conversaciones truncadas, pequeños gestos o malentendidos como el encuentro entre Ryan y Eckberg en la escala, o la sorprendente revelación revolucionaria de Steiger al profesor universitario y a su esposa, vamos entrando en el particular microcosmos de los viajeros del avión, cuya cochambrosa presencia, desde el comienzo de la película, ya hacía sospechar lo peor. Salvo el profesor y la novia del empresario, los principales personajes de la película son unos perdedores que hallan, en el transcurso de su aventura, una posibilidad de redención o de redefinición de sus vidas. Me ha sorprendido la eficacia interpretativa de Eckberg, algunos años antes de convertirse en mito gracias a La dolce vita, de Fellini, y la excelente caracterización de perdedor triunfante de Ryan, un actor cuyo trabajo cada vez admiro más. Pero lo que está claro es que el gran triunfador del reparto es un excepcional Rod Steiger, lleno de recursos y con una presencia en pantalla que, a pesar de su físico tirando a birrioso, en las antípodas de las tabletas y los musculitos perfilados de los actuales, la llena con una intensidad vital tan determinante para la verosimilitud de la historia que, salvo algún pequeño desliz hacia la religiosidad usamericana tópica, en modo alguno se ve afectada por lo artificial del aterrizaje forzoso y la encantadora puesta en escena con decorados de estudio. De verdad, no se trata de una película fuera de serie, sino de una serie B que compite en igualdad de condiciones con otros productos muy A que no le llegan ni a la altura de la suela. La dirección de Farrow destaca, además, la perspectiva coral de la historia, aunque no renuncie a algunos primeros planos muy efectivos. Estamos en presencia, pues, de una de esas películas “de sobremesa” que nos dejará un excelente sabor de boca.

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