viernes, 10 de febrero de 2017

En brazos de la mujer fatal: "Una mujer en la playa", de Jean Renoir.


Del estrés postraumático a la ceguera emocional: Una mujer en la playa o la tentación vive entre las dunas.

Título original: The Woman on the Beach
Año: 1947
Duración: 71 min.
País: Estados Unidos
Director: Jean Renoir
Guion: Jean Renoir, Frank Davis, Michael Hogan (Novela: Mitchell Wilson)
Música: Hanns Eisler
Fotografía: Leo Tover, Harry J. Wild (B&W)
Reparto: Joan Bennett, Robert Ryan, Charles Bickford, Nan Leslie, Irene Ryan, Walter Sande.

Después de un comienzo onírico turbador, el protagonista, un excelente Robert Ryan en el papel de persona torturada que no puede librarse de angustiosas pesadillas, aquejado de estrés postraumático, que trabaja en un destacamento militar en el servicio de guardacostas, sale a pasear con su caballo y en el recorrido por la costa se encuentra con una mujer que se refugia en el enorme pecio de un barco varado en las dunas. La ve. Se ven. Pero sigue su camino. Instantes después, se presenta en casa de su prometida y le exige que se casen esa misma noche. La novia lo frena y deciden cumplir los plazos a los que ambos se habían comprometido. Enseguida se intuye que la cosa no va a acabar bien. Y así sucede, en efecto. La atracción que siente el militar por la enigmática mujer, una persona desencantada de la vida y prisionera de un matrimonio en el que la compasión ha sustituido al amor, porque su marido es un pintor que se ha quedado ciego a resultas de un accidente en el que la mujer ha participado, no tarda en ser correspondida;  una relación que pasa de la comprensión mutua a la atracción física mutua y a la envolvente persuasión de ella, una Joan Bennet usando con maestría todos los recursos de su capacidad seductora para jugar a su antojo con el apuesto y torturado militar, para dirigir al incauto militar angustiado en la dirección de una rivalidad con el marido que lo lleve al asesinato que libre a la mujer de su esclavitud y de los malos tratos que, al menos una vez, se ven en pantalla, porque ambos esposos son, además bebedores contumaces. La película es sencilla en su planteamiento, pero va evolucionando a través de la relación del trío protagonista, con un Charles Bickford, enorme secundario, en un papel muy ajustado a su temperamento fuera de la pantalla. Renoir consigue una narración muy fluida de la historia y aunque hay un buena colección de encuadres propios de su magnífica inspiración pictórica, está más interesado en que fluya el melodrama, camino de un clímax que se consigue, finalmente, cuando el pintor, de quien su rival ha sospechado que “representaba” la ceguera, “ve” clara su situación y decide romper amarras con su pasado de una manera radical, quemando los cuadros y, de rebote, la propia casa en mitad de la playa donde vive con su mujer, algo que ocurre justo cuando la exnovia del militar ha jugado su última baza, en un baile, para atraer a su antiguo prometido. He de reconocer que la tensión que sabe crear Renoir tiene mucho de los recursos propios de Hitchcock, de quien nada nos extrañaría que hubiera sido él quien filmara la película, sobre todo por la escena en que Ryan, a caballo, lleva a su rival, quien va caminando cogido de la montura, por el borde de un acantilado para ver si, ante el peligro de caída, reacciona y revela el fingimiento de su ceguera, lo cual en modo alguno ocurre, sino todo lo contrario, que el pintor se despeña hasta la arena de la playa que amortigua la caída, lo que evita que sea mortal. Habían pasado ya 6 años desde Aguas pantanosas, su debut en Usamérica, y el siguiente rodaje sería una de sus mejores películas, El río, y aquí se advierte ese fino trabajo de introspección psicológica y de análisis de las relaciones humanas de todo tipo, aunque con personajes tan castigados por la vida como los de Ryan y Bennet, lo que nos adentra en las conocidas torturas del alma propias del melodrama, género en el que se inscribe esta película con una carga erótica que destaca, sobre todo en el flechazo de los protagonistas y que acentúa, cada vez que sale en pantalla, el vestuario de la protagonista. La playa es, de por sí, toda una puesta en escena, por lo que poco ha tenido que añadir el director al marco de la historia, pero Renoir saca de ella unos planos excepcionales que añaden una especie de aura romántica al encuentro de los protagonistas. El pecio del barco no deja de ser una ruina en la que ambos amantes cobijan su amor, aunque el pintor, en un paseo por la playa, sea capaz de “descubrirlos”, por la presencia del caballo y porque sabe que ella se refugia allí. En fin, una de esas películas que siempre agrada ver, con unas interpretaciones estelares que convencen al más reticente y con un final algo complaciente, pero de todo punto verosímil, dadas las circunstancias y los intentos anteriores que la protagonista había hecho por manipular a otros para conseguir lo mismo que quería conseguir del militar. Cine al viejo estilo de Hollywood: sobriedad, eficacia, historia y una dirección de actores magnífica.


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