lunes, 14 de noviembre de 2016

Desde una aparente comedia del absurdo hasta una persecución antológica: “Número 17”, de Hitchcock



Cómo reconocer al maestro en sus primeros bocetos: Número 17 o un thriller-comedia espectacular del Alfred Hitchcock en progresión geométrica hacia la genialidad labrada plano a plano.

Título original: Number Seventeen
Año: 1932
Duración: 62 min.
País: Reino Unido
Director: Alfred Hitchcock
Guión: Alfred Hitchcock, Alma Reville, Rodney Ackland (Obra: J. Jefferson Farjeon)
Música: A. Hallis
Fotografía: Jack Cox, Bryan Langley (B&W)
Reparto: Leon M. Lion, Anne Grey, John Stuart, Donald Calthrop, Barry Jones, Garry Marsh, Ann Casson, Hugh Caine.


Sí, la casa donde transcurre más de la mitad de la película, un prodigio de colocación de la cámara y de absorbente intriga, aparentemente absurda y eminentemente teatral, es el número 17; pero el carácter lúdico de Sir Alfred hizo coincidir el número de la casa con el número de sus películas y, teniendo en cuenta que el primer corto que dirigió, perdido y luego recuperado, se llamaba Numero 13, no debió dudarlos dos veces a la hora de adaptar la obra del mismo título de  J. Jefferson Farjeon, representada en la escena por el mismo actor, Leon M. Lion, quien fue, a su vez, productor del film de Hitchcock. Adelanto que nadie ha de esperar una obra ni de lejos comparable a los grandes éxitos del autor, pero a los enamorados del cine, y del cine de Hitchcock en particular, les va a resultar más que interesante una obra en la que la primera secuencia, un sombrero llevado por el viento, en lo que todo indica ser un día otoñal, a tenor de las hojas que cubren la acera, cuyo dueño logra atraparlo delante del número 17 de la calle por la que aparentemente pasea sin otro motivo especial que el azar de pasar por allí, es ya una auténtica maravilla. A partir de ese momento, hay un desarrollo in crescendo en el que se van sumando personajes, hasta siete, cuya presencia en la casa solo se explica momentos antes de entrar en el trepidante desenlace de la película. Todos van detrás de un collar que ha sido escondido en la cisterna de la casa abandonada. Las conversaciones de quienes van llegando a la casa no dan pista alguna hasta bastante más que avanzado el metraje, lo que convierte la escena, con sus diálogos y personajes, casi en una perfecta obra del absurdo, hasta que se hace la luz… de la vela, claro, porque la casa está a oscuras y eso permite un impresionante juego de claroscuros con el que Hitchcock parece querer rendir homenaje al “teatro de sombras” que a buen seguro hubo de contemplar en su niñez, además de al cine expresionista del que tanto aprendió. Desde que se abre la puerta de la casa y aparece en primer plano una escalera que lleva al piso superior, sabemos que Hitchcock está en la puesta en escena “marca de la casa”, y el notable partido fílmico que le sacará a esa casa deshabitada, casi de cuento de terror, llena de telarañas y destartalada, y a su escalera, escena de pánico incluida, cuando el protagonista y una intrépida joven, hija del policía vecino que seguía la pista al collar robado, quedan colgados en el vacío tras haberse roto el barandal al que estaban atados, al forcejear para liberarse de las ligaduras. Gracias a una mujer que se nos ha presentado como sordomuda y que, posteriormente, se revela oyente y habladora, la pareja es rescatada en ese “in extremis” que tanto le gusta a Hitchcock y a sus espectadores. A partir de entonces -la casa conecta, vía subterránea, con una estación sobre la que parece estar edificada, los dos protagonistas, el vagabundo que se encontró un cadáver que no tarda en desaparecer, por cierto…, para reaparecer vivito y coleando al final de la escena en la casa, como policía y padre de la chica que colgaba en el vacío, y el propietario del sombrero que se siente obligado a cumplir el deseo de la chica exsordomuda de ser rescatada-, se inicia la persecución final de la película. Nos hallamos ante unas escenas de acción frenética que nada tienen que envidiar a las mejores secuencias del cine actual, excepto por lo que hace al trucaje, porque en la película tanto el autobús que ha tenido que “secuestrar” el protagonista, porque los ladrones no le han dejado subir al tren, aunque sí ha conseguido hacerlo el vagabundo, como el propio tren son reducidos a maquetas que distan mucho, en nuestros días, tan habituados a trucajes tan excepcionales, de la verosimilitud, aunque también se ha de decir que no son excesivas. En las escenas dentro del autobús, hacia el final, aparece en un visto y no visto el propio Hitchcock, aunque se ha de pasar el momento entre el minuto 51 y el 52 fotograma a fotograma para poder verlo, dada la acción vertiginosa que se sucede tanto en el autobús como en el tren, en el que los paseos arriba y abajo de los ladrones por los vagones de mercancías crean una intriga, basada en el riesgo personal que corren los personajes, muy notable. El tren de mercancías conecta con un barco que ha de transportar la carga al otro lado del canal, pero… Y hasta ahí llega cuanto puedo revelar de la trama, porque, aun siendo una película claramente menor en la obra del británico, es interesante la habilidad con que la trama se reserva algunas bazas sorprendentes para que los espectadores saboreen el desenlace y salgan más que satisfechos de la sala, algo que, en efecto, ocurrió, porque la película fue todo un éxito en su momento. ¡Cómo iban a saber, entonces, de lo que sería capaz Sir Alfred no muchos años después, tras aceptar la oferta para trabajar en Usamérica! Bienvenidos, pues, al número 17 de una calle sin nombre. Entren y disfruten del espectáculo…

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