lunes, 17 de octubre de 2016

Las dos caras de Bergman: el neorrealismo y la comedia moral: Ciudad portuaria y Una lección de amor.



   

Dos películas de Bergman tan poco vistas (me imagino) como tan excelentes: Ciudad portuaria, un punzante drama social, y Una lección de amor, una deliciosa e inteligente comedia matrimonial.


Título original: Hamnstad
Año: 1948
Duración: 99 min.
País: Suecia
Director: Ingmar Bergman
Guión: Ingmar Bergman, Olle Länsberg (Novela: Olle Länsberg)
Música: Erland von Koch
Fotografía: Gunnar Fischer
Reparto: Nine-Christine Jönsson, Bengt Eklund, Mimi Nelson, Berta Hall, Birgitta Valberg, Sif Ruud, Britta Billsten, Harry Ahlin, Nils Hallberg.


Título original: En lektion i kärlek
Año: 1954
Duración: 96 min.
País: Suecia
Director: Ingmar Bergman
Guión: Ingmar Bergman
Música: Dag Wirén
Fotografía: Martin Bodin (B&W)
Reparto: Eva Dahlbeck, Gunnar Björnstrand, Yvonne Lombard, Harriet Andersson, Åke Grönberg, Olof Winnerstrand, Birgitte Reimer, John Elfström, Renée Björling, Dagmar Ebbesen, Sigge Fürst

Pensé en dedicarle una crítica a cada película, pero, por no abusar de la paciencia de los atrevidos lectores de este impertinente Ojo cosmológico, he decido agruparlas como las dos caras de una misma moneda, la del director sueco, usualmente encasillado en la parte sombría de la experiencia humana, como sus películas más famosas nos han casi obligado a hacer, desde El séptimo sello hasta Fresas salvajes, pasando por Persona, Secretos de un matrimonio o Gritos y susurros. Pero la obra de Bergman va mucho más allá de ese encasillamiento, no solo porque es más prolífica de lo que muchos creen, sino, sobre todo, porque hay en el director sueco un gusto por la comedia y un saber hacerla que sus buenos aficionados estimarán como yo lo hago, porque una película como Lección de amor tendrá una continuación espléndida, rayando en la perfección, en El ojo del diablo (1960), una recreación divertidísima del mito de Don Juan, una auténtica joya, esta sí que me parece que desconocida incluso para cinéfilos de pro, y que, gracias a mi filmoteca particular, esa especie de cueva de Alí Baba de los tesoros cinematográficos, descubrí hace algunos años. Hoy cumple, sin embargo, detenernos en este par de películas de lo que no sé si podríamos llamar, en puridad, primera época, porque las constantes en el cine de Bergman parecen trazar una línea continua que imposibilita la percepción de esas posibles etapas de su cine. Tan Bergman, por los encuadres, la puesta en escena, el uso maravilloso del primer plano, el blanco y negro de contrastes suavizados o enconados, en función del contenido de la escena, la impecable naturalidad de sus actores, etc.; tan Bergman es el de estas dos películas, entre las que hay die años de diferencia, como el de sus títulos emblemáticos. Ciudad portuaria, entramos ya en materia, es un drama que se abre con el intento de suicidio de una joven que, por rebeldía contra sus padres, un matrimonio que anda siempre a la greña y se desentiende de ella, ha salido del reformatorio adonde ha sido llevada por denuncia expresa de su propia madre, incapaz de “dominarla”. Los intentos de la joven por llevar una vida “normal” se ven frustrados por el peso de sus experiencias traumáticas desde que ingresó en el reformatorio y, después, por los fracasos sentimentales que la hacen desconfiar instintivamente de que cualquier aproximación amorosa a un hombre pueda acabar teniendo un final distinto del de la separación, del fracaso. La película narra, pues, la posibilidad de redención de esa joven a través de la relación con un marinero sin excesivas ambiciones que se enamora de ella y de quien se aleja por la enrevesada psicología de la joven, dominada por el miedo a ser abandonada y por la inminente reunión de sus progenitores, después de que la madre acepte la vuelta del marido del que se había separado. La vida cotidiana en las fábricas, en el puerto, en los bailes, en la escapada de fin de semana como falso matrimonio, etc., parece que nos hable de un enfoque tipo crónica social, pero, al modo naturalista, la película es el “estudio” de la protagonista, a quien sigue la cámara prácticamente durante todo el metraje de la película, una excelente Nine-Christine Jönsson que sabe transmitir en todo momento la angustia existencial en la que vive, así como también la iluminadora experiencia amorosa que tanto le cuesta aceptar sin el miedo a ser burlada y abandonada. La película muestra el tipo de vida que se tenía en los reformatorios y, a través de una de las amigas de ese internado, un caso de aborto que acaba con la muerte de la paciente, después de haber abortado de forma clandestina y en unas pésimas condiciones. La película presta especial atención a las relaciones laborales en las que el acoso a las empleadas forma parte de las “maneras tradicionales” de los jefes y empleados, por ejemplo, quienes buscan cambiar favores profesionales por relaciones sexuales, es decir, nada que, a más de 70 años de distancia, haya cambiado lo más mínimo, a juzgar por las noticias. Bergman, con exquisita sensibilidad , sobre todo a través de la interpretación de la protagonista, tanto en exteriores como en interiores sabe conseguir esa veracidad que permite al espectador asistir a una de esas tranche de vie que decía Zola, un trozo de vida representado ante sus ojos con una capacidad de impresionar que no le permite al espectador refugiarse en distancia alguna: Bergman tira del espectador y lo mete de hoz y coz en la pantalla, para seguir, casi tocando las narices a los protagonistas, totalmente entregado la dramática peripecia vital de sus personajes, seres corrientes, vidas ordinarias, conflictos eternos. Llama mucho la atención un diálogo entre un marinero viejo y otro joven. El viejo sale a bailar, para pasar la tarde del domingo. El joven dice que se queda a leer y le pregunta al viejo si él no lee. Leía, pero he dejado de hacerlo: los libros lo complican todo, le responde, momento en el que el coprotagonista lanza el libro sobre el colchón y decide salir también. Ciudad portuaria es una obra sobre la clase obrera y la puesta en escena lo refleja con especial propiedad. No solo en la humilde casa de la protagonista, sino también en espacios comunes como la playa, el transporte público, la sala de baile o los espacios laborales, como la fábrica donde la protagonista se machaca las manos en su cometido o el puerto donde el estibador trabaja al aire libre. Se suma, pues, Bergman, a un afán casi documentalista que levanta ata de las condiciones de vida de la clase trabajadora, de sus frustraciones, de sus miserias y, dado el final optimista, tras tantas decepciones, también de sus esperanzas. Una lección de amor, por el contrario, hemos de situarla en la pequeña burguesía profesional, personas con sólida formación y un tipo de vida rutinaria que acaba convirtiéndose en una monotonía que fulmina la ilusión de vivir, aunque asegure la tranquilidad. El conflicto se centra en un matrimonio en el que él, un ginecólogo e investigador, se siente atraído por una paciente que lo seduce en su consulta, devolviéndole, en esa peligrosa mediana edad por la que atraviesan todos los matrimonios en exceso acomodaticios, una alegría y una vitalidad que creía definitivamente perdida en aras de la paz hogareña, de la crianza de los hijos y de la atención a los padres. La mujer descubre la infidelidad y sorprende al marido en el hotelito de fin de semana donde, bajo  pretexto de las típicas sesiones del no menos típico y soporífero congreso profesional, se resarcía de la monotonía de su matrimonio. A partir de ese momento, y con un divorcio de por medio, se inicia la reconquista del bien que solo se echa de menos cuando se pierde. Aunque siempre domina el tono de comedia inteligente y sofisticada, la película es toda una radiografía del aburrimiento conyugal burgués, al mismo tiempo que una encendida loa de dicha institución, gracias a los flash back a que nos envía un viaje de ambos esposos separados, camino una de un nuevo matrimonio con el mejor amigo de ambos, con quien ya estuvo a punto de casarse una vez, frustrada ceremonia nupcial, cura de por medio, que constituye una de las mejores secuencias de la película, y camino él de torpedearlo con sus mejores artes estratégicas. Ambos actores, en total estado de gracia interpretativa, sobre todo la inconmensurable actriz  Eva Dahlbeck, cuya interpretación llena de gracia, picardía, ironía, ternura y naturalidad es la mejor baza de la película; secundada, claro está por Gunnar Björnstrand, actor emblemático de Ingmar Bergman, pues aparece en la mayoría de sus películas más famosas. Aquí, ambos, componen una especie de guerra de sexos en un guión ingenioso y perfecto que mantiene interesado al espectador a lo largo de la película, todo ello con un ritmo perfecto para dosificar no solo los gags sino también esa visión levemente ácida que Bergman, entre sonrisas, deja escapar casi como una necesidad, no vaya a ser que, por el tributo genérico, la comedia, van a pensar que el matrimonio es un camino de rosas, en vez del de espinas que él ha sabido retratar como nadie: “El amor es una mueca que acaba en un bostezo”, le dice la mujer al marido, para cortar de raíz cualquier presunción de que pudiera volver con él. “Devuélveme tu amor y lo conservaré como una reliquia”, le dice él, inflamado de amor, teniendo presente todos y cada uno de los momentos en que ella ha colmado el presente tranquilo que siempre ha deseado vivir, y del que ella le dice, cuando él le pregunta por sus deseos más profundos, “que nada cambie, que todo siga igual”…, con la única excepción de querer volver a ser madre; todo ello en una escena en primer plano llena de intimidad conyugal naturalísima, como tantas y tantas otras en que la cotidianeidad de la vida en pareja es captada con una espontaneidad maravillosa, como cuando pasean por el bosque fumando y el humo parece solidificarse fugazmente entre la vegetación. La comedia aborda desde una suave crítica a la institución lo que de poderoso vínculo tiene entre dos seres humanos, su capacidad para forjar una sólida unión que vaya más allá de las tentaciones fugaces o de la posible propia inclinación al abandono y la rutina. De hecho, el marido abandonado ha de conseguir sacar su mejor inventiva para convencer a su esposa de que aún es digno de seguir siendo amado por ella, a quien ha defraudado, y con quien él se ha defraudado a sí mismo. No sé si puede considerarse una herejía  poner en relación Una lección de amor con el afamado toque Lubitsch, pero los diálogos ingeniosos de la película y la desprejuiciada ironía derramada con donosura a través de cualquier situación, llegando incluso a la irreverencia, me parece que tienen en Lubitsch un referente adecuado para entender la gracia desbordante de esta película de Bergman. De hecho, si la actuación de Eva Dahlbeck se hubiera de comparar con la de otra actriz famosa, no dudaría en compararla con la Jeanette MacDonald de El desfile del amor, en cuanto a nivel de frescura, gracia y espontaneidad. En fin, deseo que todos aquellos a quienes Bergman les ha sobrecogido el alma en no pocas ocasiones, vean cuanto antes esta Lección de amor o, en su defecto, El ojo del diablo, para agradecerle pasar un rato tan estupendo, tan agradable y, por supuesto, inolvidable.

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