domingo, 24 de julio de 2016

“En tierra de hombres”, de Niki Caro: cine feminista (necesario).




El cine como arma combativa en pro de la igualdad laboral de los sexos: En tierra de hombres, de Niki Caro, de la humillación a la justicia.

Título original: North Country
Año: 2005
Duración: 126 min.
País:  Estados Unidos
Director: Niki Caro
Guión: Michael Seitzman (Libro: Clara Bingham, Laura Leedy Gansler)
Música: Gustavo Santaolalla
Fotografía: Chris Menges
Reparto: Charlize Theron, Frances McDormand, Sissy Spacek, Woody Harrelson, Sean Bean, Richard Jenkins, Jeremy Renner, Michelle Monaghan, Amber Heard, Rusty Schwimmer.

No llama la atención que algunas críticas masculinas a la película de Niki Caro, como las que pueden leerse en la página de FilmAffinity de la película, redunden en la idea del pastelón, el melodrama, el novelón rosa, o la parcialidad propagandística… como estas dos de Torreiro y de Sánchez, en El País y en Fotogramas: Un panfleto vulgar hasta la extenuación, lacrimógeno sin descanso y con más agujeros que un queso emmental, escribe M. Torreiro;  Panfletario cuento feminista (...) un discurso que huele a rancio melodrama concienciado, escribe a su vez Sergi Sánchez, juicios sumarísimos que tanto chocan con la opinión de Lou Lumenik, del New York Post: Un clásico drama social en la orgullosa tradición de 'Norma Rae'. 'Silkwood' y 'Erin Brockovich'.  ¿Cómo puede darse semejante abismo entre las opiniones críticas? Me apresuro a aclarar que estoy más próximo a la opinión de Lumenik que a la de mis dos colegas españoles, cuyas anteojeras ideológicas les han impedido ver sin prejuicios una historia en la que efectivamente hay emociones y reivindicaciones, pero ni las primeras son sentimentaloides ni las segundas son postureo. Se trata, en última instancia de un caso real y aunque puede admitirse que entre las dos clases de mineras que se nos muestran, las despampanantes y las “curtidas” sí que puede haber una “desviación” estética que pudiera pasar factura a la película, no es menos cierto que la historia de humillaciones, vejaciones y abusos sufridos por la protagonista, convierten la película en un sólido drama que emociona a quien sigue esa historia sin la distancia fría de quien no quiere dejarse involucrar en semejante drama. En modo alguno es la distancia brechtiana, sino el miedo a conmoverse y tener que dar explicaciones de haberse dejado conmover. La película arranca tras la separación de una mujer que sufre agresiones físicas por parte de su marido. Decide volver al hogar familiar y pedir trabajo en la mina donde trabaja su padre, su primer novio, convertido en acosador despechado y otras mujeres que están siendo pioneras en la conquista del derecho a la igualdad frente al trabajo, luchando contra esa tendencia social a dar por sentado que hay trabajos “de hombres” y “de mujeres”, y que, está claro, “la mina no es para ellas”. A partir de las vejaciones continuas que sufren las mujeres por parte de sus compañeros de trabajo, que van incluso más allá del acoso para caer en la humillación deliberada, una de ellas decide, harta de sufrir dichas humillaciones, plantar cara a la compañía. Ahí comienza una batalla judicial que, en la estructura de la película, se va alternando con las perrerías de la vida cotidiana en las minas, de tal manera que progresivamente nos vamos acercando a un clímax en el que el abogado defensor consigue establecer no solo la honorabilidad de la protagonista, puesta en duda por otras mujeres, por su propio padre y, sobre todo, por su propio hijo, fruto de una violación, sino también demostrar irrefutablemente la culpabilidad social de la empresa. El reparto, excepcional, contribuye a que el proyecto producido por Theron, no solo acabe teniendo un empaque de película al estilo de las enumeradas por Lumenik, sino también a que las historias paralelas de su mejor amiga, Frances McDormand o la de la relación de sus padres con ella, adquieran un relieve que penetran en los estratos más profundos de lo real. En este sentido es admirable la interpretación de Richard Jenkins, inolvidable en The Visitor o en la serie Six Feet Under, en quien se fija el guion para mostrar una evolución del machismo recalcitrante a la tolerancia y la justicia de la reivindicación feminista de la igualdad. Hay una descripción de eso que suele llamarse la “norteamérica profunda”, esto es, un compendio de ignorancia, valores perversos y prejuicios arraigados que próximamente serán sometidos a votación presidencial en la encarnación grotesca que de ellos supone Trump. Las muchas historias familiares y de amistad que se cuentan en la película, para las que la demanda judicial es el detonante que las lleva al conflicto y a la necesidad de una solución, plantean ante los espectadores relaciones densas, no solo realistas, sino, me atrevería a decir, ejemplares del “realismo sucio” que tan de moda se puso en la literatura hace algunos años: la vida cotidiana, las relaciones aparentemente triviales, esconden siempre un potencial de conflicto dramático que, si se sabe observar con lucidez y plasmar con inteligencia, no pueden por menos que servirle al espectador como una ocasión para experimentar la catarsis que lo purifica, como en la escena de la reconciliación entre madre e hijo o la excepcional del discurso del padre ante sus colegas en la reunión del sindicato cuando, después de haber tomado su hija la palabra, como cotizante que es, para defender su postura, sube al estrado y, de forma contenido y contundente, reniega de sus colegas y amigos de toda la vida y reconoce que de la única persona de la que no se siente avergonzado es de su hija, a quien, hasta ese momento, había combatido como el resto de los mineros, convencido de que la mina no era un sitio para ella. Es cierto que su mujer decide separarse de él e irse a dormir a un motel, ante la incomprensión de su marido respecto de su hija, y también que, después de una larga vida matrimonial, que algo así se desmorone por fuera habría de hacerle recapacitar, como así sucede. La película narra una historia tan potente y el drama que esconde la biografía de la protagonista es de tal calado que Niki Caro se limita a narrar casi escondiéndose, técnicamente, poniéndose al servicio de la historia sin incurrir en ningún alarde imaginativo que despiste al espectador: la historia es la protagonista; y aunque no cae para nada en la técnica del pseudo documental, tampoco la sobriedad de la puesta en escena la acerca a la estética del telefilm de sobremesa. A mí me emocionó. Allá otros con sus armaduras. A los interesados en este cine combativo social seguramente les interesará saber que Pago justo, de Nigel Cole, con una Sally Hawkins en estado de gracia, es una película excelente que aporta, desde la perspectiva británica, algo que, en cierta manera se echa de menos en En tierra de hombres, el sentido del humor. Son dos variantes distintas, el drama y la tragicomedia, pero la misma reivindicación de imprescindible cumplimiento: la igualdad de sexos a todos los niveles pero, en el caso de estas dos películas, a nivel laboral.

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