viernes, 10 de junio de 2016

Una cumbre del cine negro: “Apuestas contra el mañana”, de Robert Wise


Entre el thriller clásico y el cine social antirracista: Apuestas contra el mañana, una crónica estilizada de la perdición filmada por Robert Wise.


Título original: Odds Against Tomorrow
Año: 1959
Duración: 96 min.
País: Estados Unidos
Director: Robert Wise
Guión: Abraham Polonsky, Nelson Gidding, John O. Killens (Novela: William P. McGivern)
Música: John Lewis
Fotografía: Joseph C. Brun (B&W)
Reparto: Harry Belafonte, Robert Ryan, Shelley Winters, Ed Begley, Gloria Grahame, Will Kuluva, Kim Hamilton, Mae Barnes, Richard Bright, Carmen De Lavallade, Lew Gallo, Lois Thorne


Quien habría de dirigir dos años después de esta película West Side Story, consagrándose como reputado director, dirigió Apuestas contra el mañana casi como si de una película de bajo presupuesto se tratase, para una historia de cine-negro, modalidad de atraco a un banco, que acaba yendo más allá de la simplicidad original del proyecto, diseñado ad maiorem gloriam de Harry Belafonte, productor y principal impulsor del mismo, así como magnifico intérprete, junto con Robert Ryan, de una película tensa, medida, excelentemente fotografiada y con unos exteriores neoyorquinos dignos de mérito, tanto en la metrópolis como en los alrededores, donde tendrá lugar el atraco, en una pequeña ciudad industrial río Hudson arriba. Sí, una película que gira en torno a un atraco que, sin embargo, apenas consume sino el cuarto de hora final de la película. Ello significa que el detallado retrato de los personajes, tres perdedores natos, se lleva la parte del león, con lo que el espectador sale ganando, porque en cuanto oye decir la manida frase: “solo hay que entrar y coger el dinero, está allí esperándonos” sabe que la cosa acabará como el rosario de la aurora. A nadie puede sorprenderle, pues, que el fracaso en el golpe sea un desvelamiento de la trama que pueda influir en el visionado de la película, porque, por suerte para el espectador, lo esencial de la película no se dilucida en esos breves momentos en que tres auténticos aficionados, a pesar de los aires profesionales que se gastan, acaban fracasando, sino en el retrato crudo y objetivo de tres vidas arruinadas que simplemente precipitan un sórdido final que, tarde o temprano, habría de producirse. Un expolicía expulsado del cuerpo, un delincuente de poca monta, racista, y un cantante negro aficionado a las apuestas de caballos y con una abultada deuda con un mafioso que se la reclama, se unen para conseguir un botín que les “enderece” sus vidas: uno, para retirarse definitivamente y salir del cuchitril donde vive; el otro para demostrar a la mujer que lo mantiene -magnífica Shelley Winters- que es capaz de ganarse la vida, y el cantante para salir del aprieto y poder seguir contribuyendo al mantenimiento de su mujer y su hija con quienes tiene algunas escenas muy relevantes en las que se muestra, curiosamente, la impronta racista del cantante, paralela a la de su compinche en el atraco, una tensión que estalla, literalmente, en el desenlace de la película, una persecución llena de tensión en unas instalaciones industriales que acaban saltando por los aires gracias al cruce de disparos entre los miembros enfrentados de la banda. Me ha resultado curioso ver, con pocos meses de diferencia, una película como La casa de Bambú, de Fuller, un thriller en increíble color con un Ryan relativamente joven y lleno de glamour, con una presencia “negra” impresionante, y esta Apuestas contra el mañana, en que aparece como un ser derrotado, envejecido, decadente, pero con idéntica presencia imantadora para la cámara, que se recrea en él, con todos los planos imaginables, para disfrute del espectador, como en la electrizante secuencia erótica que comparte con una Gloria Grahame no menos crepuscular que él. La puesta en escena, calles, coches, hoteles, apartamentos y, sobre todo, el club de jazz donde canta Belafonte una pieza extraordinaria nos habla de la mejor tradición del cine negro, desde Atraco Perfecto de Kubrick hasta La jungla de asfalto de Huston. Recordemos, por si fuera necesario, que Robert Wise fue el montador -y a nadie se le oculta la importancia del montaje en la versión definitiva de la película- de lo que se considera la mejor película de la Historia del Cine: Ciudadano Kane. No hace mucho, en enero de este año, hacía la crítica de El cuarto hombre, de Phil Karlson, una película también de atraco a un banco de excepcional factura. Pues bien, la presente y aquella guardan una similitud de calidad que las hace acreedoras, a ambas, a formar parte de esa selección de las mejores películas del género que todos los buenos aficionados suelen tener. Una de las señales distintivas de la calidad de una película es cómo suelen aprovecharse escenas aparentemente intrascendentes o “de transición” para redondear bien el retrato de los personajes, bien el sentido de la trama. A ese registro pertenecen las diferentes reacciones de los dos miembros de la banda frente al ascensorista que los lleva a la reunión con el jefe del golpe, el expolicía, y al de la coherencia del guion la escena en que el personaje, arruinado por su afición a apostar en las carreras de caballos lleva a su hija al tiovivo y se presentan dos matones de a quien adeuda los 7500 dólares que pueden significar su ruina y la de los suyos, pues su mujer y su hija también han sido amenazadas. Los planos de las sombras de los caballos del tiovivo “compitiendo” como un recordatorio del origen de su nefasto destino caen del lado de la imaginación fílmica sobresaliente de Wise. Finalmente, la obra se abre y se cierra con el primer plano de un sucio charco callejero, charco en el que han desembocado unos títulos de crédito distorsionados cuyo referente no se intuye hasta que emerge con nitidez ese charco-resumen de las arruinadas vidas de los protagonistas. Estamos, pues, no ante una obra menor, sino ante una gran película del género, cuyo desconocimiento, por mi parte, me parece, a toro pasado, imperdonable. Ahora lo reparo.

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