miércoles, 9 de marzo de 2016

Un melodrama clásico en la ópera prima de Manuel Mur Oti: “Un hombre va por el camino”.




El reto de las segundas oportunidades que te brinda la vida: Un hombre va por el camino, un emotivo melodrama con una fotografía espectacular de Manuel Berenguer, maestro de maestros.



Título original: Un hombre va por el camino
Año: 1949
Duración: 92 min.
País: España
Director: Manuel Mur Oti
Guión: Manuel Mur Oti (Historia: Manuel Mur Oti)
Música: Jesús García Leoz
Fotografía: Manuel Berenguer (B&W)
Reparto: Ana Mariscal, Fernando Nogueras, Francisco Arenzana, Matilde Artero, Aurelia Barceló, Pacita de Landa, Manuel Guitián, Marina Lorca, Felisa Ortuondo, Julia Pachelo, Enrique Ramírez

            Aún, al ponerme a redactar esta crítica, me dura la emoción con que he asistido al desenlace de una película que creía simple prueba de tanteo de la obra maestra de Mur Oti, Condenados (de la que ya he hecho la apología, más que la crítica), y que se me ha revelado, sin embargo, como un absorbente melodrama capaz de emocionar profundamente, al menos a este espectador. Gran parte de la responsabilidad en esa emoción la tiene la actuación inolvidable de Fernando Nogueras, un portento de calculada espontaneidad y pluralidad de registros que no llegó a tener el éxito artístico para el que esta película lo catapultaba. Tuvo una larga carrera que fue derivando hacia papeles de secundario, alternados con el doblaje. Aquí es, frente a una Ana Mariscal encajada en un solo registro, desempeñado, sin embargo, con inmenso poder de convicción, el eje de la película y el pretexto fundamental para no perderse la película. El otro factor cinematográfico que hace más que necesaria la contemplación de esta película es la fotografía del maestro que fue Manuel Berenguer, responsable de la fotografía de la mítica Bienvenido Mr. Marshall o de obras tan famosas y populares como Doctor Zhivago y Rey de Reyes, entre muchas otras. Las tierras de León, fotografiadas en un impresionante blanco y negro que juega con las nubes, la lluvia, la niebla y el sol como un malabarista, y el rancho en lo alto de un picacho, filmado, recurrentemente, en contrapicado, constituyen un auténtico personaje de la película, porque la protagonista, una viuda que vive sola con su hija, quiere hacer la realidad el sueño de su marido de arrancarle a la tierra, en el lugar más indómito, sus generosos frutos. Acierta a pasar por allí, después de una presentación que acerca el personaje a los vagabundos felices del humor de postguerra, estilo Mihura, Jardiel o Clarasó, un hombre que esconde un pasado del que se resiste a hablar hasta que el azar de la vida lo pone en el brete de tener que revelarlo. Buena parte de la tensión del metraje parece dedicarse a la lucha interior del hombre entre seguir fiel a su ideal de cigarra o someterse a la dura rutina del trabajo para ayudar a una mujer de la que va enamorándose poco a poco. El esfuerzo heroico de la mujer lo conmueve, pero él se resiste a dejar su vida de vagabundo, de “hombre que va por el camino” sin expectativas ni deseos, al albur de lo que salga, libre e irresponsable. El sueño de la viuda, no obstante, junto con su hija, por la que siente enseguida un verdadero cariño, lo interpela muy en lo profundo, y de ahí esa lucha interior entre ayudarla o seguir su camino. El marido de la mujer era un intelectual, cuyo retrato -el del propio director, Mur Oti- aparece en la vivienda -que construyó con sus propias manos- hasta en tres poses distintas, una de las cuales permite un gag visual estupendo, porque, aceptando ya que se ha enamorado de su patrona, la cámara enfoca al vagabundo ante un retrato del marido, quien sostiene una escopeta de caza, como si lo apuntara para exigirle el típico “manos arriba”. El diálogo entre ambos hombres, el intelectual muerto y el vagabundo hamletiano, se resuelve con una cómica apostilla por parte del último. La estructura de la película tiene mucho de western, lo mismo que otra película extraordinaria de Mur Oti, rodada también en las montañas de León, Orgullo, también exhibida en la impagable Historia del cine español de La 2, que debería de volver a emitirse desde el principio así que acabe… La tensión entre la mujer de la cumbre y las chismosas vecinas del pueblo del valle, enfocada desde la estrecha moralidad de la época, pero sin que los personajes, todos ellos católicos creyentes y practicantes, se opongan radicalmente a ella, por más que se contraponga la nobleza del comportamiento a la beatería y la miseria moral, sirve de contrapunto social que permite desahogar la creciente sensación de hallarnos en una cumbre agreste desde la que tan pronto nos parece estar ante una relación pronta a pecar de almibarada, como ante una relación imposible y de difícil desenlace. Este llega, con la enfermedad de la hija, y deriva hacia un drama personal, el del vagabundo, magníficamente interpretado por el protagonista, que arrastra tras de sí una tragedia que cambió su vida radicalmente. La necesidad de tener que hacer frente a ese pasado, mediante una operación de urgencia de la niña, no es, dada su condición de cirujano, la irrupción del azar caprichoso que todo lo resuelve con una varita mágica, sino un giro copernicano que transforma la película, a través de escenas dramáticas muy conseguidas, como la lucha en la botica donde se provee de los útiles necesarios para la intervención, en un portentoso drama con una insólita capacidad de emocionar. Que yo revele que la película tiene un final feliz, muy propio de los westerns, no le quita ni un ápice de interés a la cinta, y bien harán los amantes del cine en rescatar esta película con la que Manuel Mur Oti debutó en el cine. En modo alguno parece, dado su perfecto acabado formal, la primera película de quien rodaría algunas tan interesantísimas como Orgullo o Condenados, a cuya crítica remita a los espectadores interesados. Esto es lo bueno que tiene el programa de La 2, que no solo permite rescatar auténticas joyas de nuestro cine, sino redescubrir directores amenazados por la dura y espesa costra del olvido.


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