lunes, 7 de marzo de 2016

“Plan siniestro”, un duelo interpretativo entre Kim Stanley y Richard Attenborough





En la onda de El coleccionista, Plan siniestro, de Bryan Forbes: El trauma psicológico y la deriva criminal.

Título original: Séance on a Wet Afternoon
Año: 1964
Duración: 116 min.
País: Reino Unido
Director: Bryan Forbes
Guión: Bryan Forbes (Novela: Mark McShane)
Música: John Barry
Fotografía: Gerry Turpin
Reparto: Kim Stanley, Maria Kazan, Margaret Lacey, Richard Attenborough, Godfrey James, Marie Burke, Hajni Biro, Lionel Gamlin, Marian Spencer, Judith Donner



         Qué duda cabe que hay una historia del cine que habría de escribirse con títulos que, más allá de los de esas listas en las que se repite el canon de las cien o doscientas mejores películas que todo el mundo ha visto, bien directamente, bien a través del relato de otros, nos resultan desconocidos a la mayoría de espectadores, incluso a los muy aficionados, como es el caso de Plan siniestro, un título muy desafortunado frente al original, cuya literalidad sería Una sesión espiritista en una tarde lluviosa. Se trata de una película de intriga psicológica con unas leves notas de terror gótico hecha con un escaso presupuesto, pero con una notabilísima destreza, además de con un reparto en estado de gracia, y por el que la protagonista, Kim Stanley, fue nominada al Oscar como mejor actriz, además de haberlo sido también para los premios BAFTA por dicho papel. La historia es bien simple: una pareja que ha perdido un niño planea el secuestro de una niña para pedir un rescate -el marido no trabaja por ser asmático y ella se dedica a celebrar sesiones como médium- y, mediante su oficio espiritista, conseguir llevar a los padres, mediante las revelaciones a través de sus sueños, al reencuentro con la hija. Richard Attenborough, que es el productor de la película, actúa como esposo solícito y apocado que respeta los planes de su mujer y los sigue al pie de la letra, evitando contrariarla lo más mínimo, a pesar, como se revela ya avanzada la trama, de que él intentó separarse de ella, si bien acabó volviendo a su lado. La realización del secuestro y el cobro de la recompensa son los escasos momentos de acción exterior que tiene la película, perfectamente resueltos mediante una ingeniosa concepción de quienes, por otro lado, son dos auténticos novatos en el difícil terreno del delito, sobre todo el marido, quien comienza a asustarse cuando el trauma que sufrió su mujer al perder el hijo -que nació muerto- la lleva a entrar en contacto con el espíritu del hijo y a recibir mensajes de él en el sentido de favorecer que se “la envíen”, a Amanda, la niña secuestrada, para poder disfrutar de su presencia. La tensión del secuestro y el temor a ser descubiertos no excluye la constante reflexión entre los esposos sobre la inmoralidad de su acción y el extravío de su acto transgresor, sobre todo cuando la niña enferma y les complica su posición. La ficción urdida por los esposos para contener a la niña: que está en una clínica aislada por un ataque de Rubeola, para lo cual habilitan la habitación destinada al hijo que no llego a ocuparla, nos depara un agudo contraste entre la casa oscura y de recargada decoración, y la habitación aséptica y blanquísima donde atienden a la secuestrada, ambos vestidos impecablemente de blanco también, como enfermera y doctor. La rivalidad entre la mujer dominante y el marido apocado, una fantástica interpretación de Attenborough, lo cual no es señalar algo extraordinario, dadas las muestras de su calidad que ha ido ofreciendo a lo largo de su carrera, le da a la pieza un vago aire teatral, si bien es lo propio de una película en la que ambos sostienen todo el peso de la acción, constantemente, sea juntos o por separado el marido en las secuencias de acción, como la excelente del metro donde “cobra” el rescate, burlando el despliegue policial para capturarlo. No tarda mucho el espectador en percatarse de que el ambiente malsano que hay en la casa y entre los esposos ha de tener un origen traumático, por más que la estrategia de dominio y absurda venganza por la pérdida del hijo, urdida por la mujer, acabe siendo entorpecida por su marido. Desde el comienzo, con la imagen del primer plano de la vela que se usa en las sesiones espiritistas, una vela que ira deshaciéndose a medida que avanza la película, para llegar a la última sesión, con la policía, apenas sosteniéndose en pie, advertimos que la cámara va a ofrecernos un buen número de planos que acentúan el carácter claustrofóbico del delito y del trastorno psicológico del que es víctima la mujer, por más que sea ella quien mantiene, en todo momento, la cabeza fría y sabe “exactamente” qué han de hacer ambos. No quiero arruinar el final de la película y, en consecuencia, me abstengo de revelarlo. Eso sí, recomiendo fervientemente la contemplación de una película que bien puede ponerse en relación con otras películas británicas como El coleccionista, por ejemplo, porque a ese nivel de calidad se sitúa.

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