lunes, 29 de febrero de 2016

“Fuego en las calles”, de Roy Ward Baker, una efectiva película de tesis contra el racismo.




La vertiente social del cine inglés: Fuego en las calles, de Roy Ward Baker: un duelo interpretativo entre John Mills y Brenda de Banzie.

 Título original: Flame in the Streets
Año: 1961
Duración: 93 min.
País: Reino Unido
Director: Roy Ward Baker
Guión: Ted Willis
Música: Philip Green
Fotografía: Christopher Challis
Reparto: John Mills, Sylvia Syms, Brenda De Banzie, Earl Cameron, Johnny Sekka, Ann Lynn, Wilfrid Brambell, Meredith Edwards, Newton Blick, Glyn Houston, Barbara Windsor

          No hace mucho critiqué otra película de Roy Ward Baker, Las manos del destripador, una variación sobre la historia de Jack el Destripador, un cineasta del que recordaba con delectación la excelente y turbadora, para un adolescente como yo era cuando la vi, El Dr. Jeckyll y su hermana Hyde, y, por esa apoteosis de  los azares, ando viendo estos días Niebla en el alma, con una sorprendente  Marilyn Monroe y un eficacísimo, como siempre, Richard Windmark, tras haber visto la presente Fuego en las calles, lo cual me permite sugerir que Ward Baker, tenido hasta el presente por un artesano, escorado básicamente hacia la ficción de terror, sobre todo de tipo psicológico, es un autor al que debería prestársele una más digna atención crítica. Fuego en las calles no es una película pretenciosa, desde el punto de vista de la realización o del de la puesta en escena, porque el conflicto racial que ilustra es de una naturaleza tan estremecedora que no parece dispuesto, el director, a desviar ni lo más mínimo la atención del espectador hacia unos valores fílmicos que puedan oscurecer dicho conflicto. El planteamiento y el nudo son de manual: un dirigente sindicalista está dispuesto a ofrecer el puesto de capataz a un negro, y ha de enfrentarse a la negativa racista de sus compañeros de sindicato, lo cual hace en una reunión sindical en la que “noquea” dialécticamente a sus adversarios, saliéndose con la suya. Ahora bien, apenas ha acabado su sólida defensa de la integración racial, le llega la noticia de que su hija se quiere casar con un negro, lo que tiene desesperada a su esposa, quien ha sido víctima de un shock realmente traumático cuando su hija le ha revelado cuáles eran sus planes de boda. A raíz de ese conflicto se desenmascara el verdadero conflicto subyacente: el del fracaso de la relación entre los padres, con él, un soberbio John Mills, viviendo casi exclusivamente para el sindicato y para ayudar a los demás, y ella, una excepcional Brenda de Banzie, convertida en, como dice ella, “un mueble más de la casa”. Hay en la película una escena con una conversación “de dormitorio” realmente estremecedora: precisamente aquella en la que el marido descubre, horrorizado, la terrible responsabilidad de no haberse dado ni cuenta del malestar que se iba adueñando de su mujer hasta convertirla en una mujer fracasada y, hasta cierto punto, resentida. La vida toda de esa mujer abnegada ha sido su hija, quien, en un barrio obrero, ha hecho carrera y se ha convertido en maestra. Las expectativas que la madre ha forjado sobre el futuro de su hija se derrumban tras oír de quién dice estar enamorada. La trama de la película se desarrolla a lo largo de un día, concretamente el 5 de noviembre, cuando se celebra la festividad de Guy Fawkes, noche en que Londres se llena de hogueras que recuerdan la intención del magnicida,  que fue voluntario católico en los tercios de Flandes españoles, por cierto…- de querer volar el Parlamento británico, con el gobierno dentro, para conseguir sus fines, entre los cuales figuraba en lugar destacado la reivindicación de la libertad religiosa. La película refleja una situación social de finales de los 50 y principios de los 60 con una dureza extrema, como se advierte en el “asco” evidente que le produce a la madre el saber que su hija tiene relaciones con un negro: poco menos que los matrimonios interraciales estaban condenados a la segregación social y habían de escoger entre esa unión y vivir en el gueto o reintegrarse, las mujeres blancas, a su mundo de blancos y disfrutar de sus privilegios. La apuesta ética del director es inequívoca y de ahí que la película se constituya en una suerte de referente de la lucha contra la segregación racial en Gran Bretaña y, por extensión, en todo el mundo, puesto que ese conflicto sigue siendo, lamentablemente, un problema universal, a pesar de cuanto se ha avanzado en ese terreno. Hay un potente realismo en la puesta en escena que pretende estrechar el vínculo entre ideología y acción, de tal manera que los espacios nos sugieren, enseguida, cierta “opresión” material que condiciona la vida de los personajes, como el hecho del aseo del protagonista, mediante una jofaina, cuando vuelve de trabajar y se arregla antes de cenar y de marchar a la reunión sindical, porque en el distanciamiento de los esposos subyace la frustración de la mujer de no poseer “un cuarto de baño”, algo sobre cuya importancia es incapaz de pensar con claridad el protagonista, de ahí que sea el padre, que vive con ellos, quien se lo haga ver: para su mujer el cuarto de baño es tan esencial como para él su dedicación sindical. Esa desviación argumental hacia la invisibilidad de la mujer “ama de casa” enriquece notablemente la película y consigue, como he dicho antes, la mejor escena de la película, ese dramático momento de las confidencias en que, Pisuerga y Valladolid…, se abren hasta el máximo sufrimiento posible las viejas heridas enconadas y nunca cicatrizadas. No digo nada de cómo se resuelve la película porque es de una sutileza admirable y de una emoción logradísima… ¡Que la disfruten! 
P.S. Me parece una película que debería proyectarse en las escuelas… Nada que ver, por cierto, con esa meliflua y hasta cierto punto edulcorada Adivina quién viene [a cenar] esta noche 

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