jueves, 24 de diciembre de 2015

“Invasión”: Historia y guion de Borges y Bioy Casares, una película tan insólita como magnética.


                           
                                         
Invasión, entre El hombre que fue Jueves, La zona, el teatro del absurdo, el mundo porteño de Borges y el Cortázar de Casa tomada. La ópera prima de Hugo Santiago.


Título original: Invasión
Año: 1969
Duración: 123 min.
País: Argentina
Director: Hugo Santiago
Guión: Hugo Santiago, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares
Música: Edgardo Canton
Fotografía: Ricardo Aronovich
Reparto: Olga Zubarry, Lautaro Murúa, Juan Carlos Paz, Martín Adjemián, Daniel Fernández, Roberto Villanueva, Jorge Cano, Ricardo Ornellas, Leal Rey, Horacio Nicolai, Juan Carlos Galván, Aldo Mayo, Hedy Krilla, Claudia Sánchez
           
            A este ritmo, admito que YouTube puede ser mi perdición… En poco tiempo he descubierto varias joyas de cuya existencia lo ignoraba todo. Mi suerte crítica, con todo, es que puedo enlazar la URL para que ningún aficionado que pase por estas páginas se las pierda, caso de que se vea con ánimo de pasar de mi teoría a la práctica del visionado. Hugo Santiago es un director argentino radicado en Francia que fue ayudante de dirección de Robert Bresson, de quien se declara discípulo, y quien tras siete años de aprendizaje regresó a Buenos Aires para rodar el guion de Borges y Bioy Casares, Invasión, en el que él también acabaría participando. La película se ha convertido, como buena parte de la obra del autor, en una rareza en principio diríase que solo apta para cinéfilos, pero trataré de demostrar que no es así, que, como El Proceso de Welles, Providence, de Resnais  u otras obras enigmáticas parecidas, la película admite un público muy heterogéneo y no exclusivamente cinéfilo. Estamos ante una historia de intriga en la que una ciudad-estado, podríamos decir, Aquilea, trasunto de un Buenos Aires perfectamente reconocible, sobre el plano de la cual realizó J.C. Distéfano unos títulos de crédito muy ajustados al espíritu de la película, está siendo invadida por unos seres que pasan desapercibidos excepto por la tendencia a vestir gabardinas claras que caracteriza a los invasores. Frente a ellos, y a partir de un viejo profesor que vive solo con su gato, un animal que acaba teniendo una dimensión totémica, a juzgar por la relación que establece Don Porfirio, el anciano, con él, un grupo de hombres, todos ellos vestidos de negro o con colores oscuros, intentará hacer frente a los invasores, tratando de sabotear sus planes de invasión. El hilo conductor de la película pasa por Herrera, un personaje interpretado excepcionalmente por el director Lautaro Murúa, y su mujer, un matrimonio en crisis por la imposibilidad de comunicarle el protagonista a su mujer cuáles son las secretas actividades a que se dedica. Esa relación humana se complica cuando Herrera intuye que su mujer tiene, también, una vida paralela sobre la que no parece dispuesta a dar explicaciones. La película, así pues, sigue dos tramas que, al final, acabarán convergiendo en el desenlace. No es el exceso de información lo que caracteriza a la película, por lo que salvo el carácter supuestamente heroico de los resistentes y el impío de los invasores, dispuestos a acabar con quien se oponga a sus planes de invasión, todo lo demás lo ha de poner el espectador a partir de las andanzas de ese grupo de amigos que, con ciega confianza en la capacidad estratégica de Don Porfirio, se dedica, prioritariamente, a su labor de resistentes. La vida de Buenos Aires, los cafés, el empedrado característico de sus calles, y hasta la estupendísima milonga La muerte de Manuel Flores, con música de Aníbal Troilo y letra de Borges, interpretada en la película por el guitarrista Ubado de Lio y recitada por el actor Roberto Villanueva, todo, en conjunto, hacen de Invasión un mensaje lo suficientemente ambiguo como para que cada cual quiera entender en él lo que le parezca. Es cierto que el mapa de Aquilea no “casa” con el de Buenos Aires, está claro, pero todo lo demás se ajusta como un guante. La película, en blanco y negro, cuenta no solo con una fotografía fabulosa de Ricardo Aronovich, quien colaboró con Scola en La familia y con Resnais en Providence, sino con una dirección que no ha dejado plano ni encuadre al azar, consiguiendo, tanto en interiores como en los muchos exteriores en los que transcurre la acción, un fortísimo poder sugestivo de las imágenes. Quizás, aunque sean notables, las menos imaginativas sean las de la invasión, por tierra mar y aire de los invasores. El resto de la trama, en el que van cayendo de uno en uno los personajes que forman el grupo resistente, nos permite acercarnos a una tensión entre la acción y el espacio, muy a menudo de noche y en espacios neutros como estaciones, el puerto o un estadio de fútbol desierto, lo que acentúa la impresión constante de amenaza, que es lo que más se acerca al mundo despersonalizado del absurdo, como si la ciudad estuviera despoblada y fuera un tablero de ajedrez donde invasores y resistentes jugaran su partida. A menudo tiene uno la sensación de habitar en el espacio frío de los personajes de Magritte o en las calles de De Chirico. De vez en cuando, sin embargo, como la reunión en el café donde se escucha la milonga, se nos impone el Buenos Aires clásico de la narrativa argentina del propio Borges y de Cortázar. El conjunto de actores cumple su cometido a la perfección, esos “hombres de negro” que encarnan valores tradicionales como la amistad, la lealtad, la hombría, la galantería, el sentido del deber, el espíritu de aventura, un patriotismo indefinido y, se deduce, una defensa de la libertad que les lleva a sacrificar incluso su propia vida; todo ello, sin embargo, desde una óptica escoradamente masculina, a pesar del desenlace.  La película mantiene el interés del espectador sin desmayo, y a ello contribuye poderosamente no solo la naturaleza llamémosle bélica de los episodios, sino, sobre todo, el poderoso ritmo visual que ha imprimido Hugo Santiago, además del impagable paseo visual por una ciudad de tanto eco literario como Buenos Aires. Los personajes se mueven en ella, en Aquilea, vaya, casi con el mismo tacto y precaución que el protaganista de Stalker (“La zona”), de Tarkovski, algo que se acentúa en el episodio de la isla, por ejemplo. Hugo Sánchez retomaría el tema mucho tiempo después y llegaría a hacer dos películas continuadoras de esta primera, una trilogía que, forzosamente, he de hacer todo lo posible por ver, está claro...
Acabemos, sin embargo, remitiendo al fatalismo de La milonga de Manuel Flores:
         Vendrán los cuatro balazos
y con los cuatro el olvido;
lo dijo el sabio Merlín:

morir es haber nacido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario