martes, 17 de noviembre de 2015

La primera e interesantísima película de Mario Camus: “Los farsantes”.

                               


La ópera prima de Mario Camus: Los farsantes, la excepcional hermana mayor de Viaje a ninguna parte de Fernando Fernán Gómez.


Título original: Los farsantes
Año: 1963
Duración: 82 min.
País: España
Director: Mario Camus
Guión: Mario Camus, Daniel Sueiro
Música: Enrique Escobar
Fotografía: Salvador Torres Garriga (B&W)
Reparto: Margarita Lozano, Víctor Valverde, José María Oviés, José Montez, Ángel Lombarte, Fernando León, Lluís Torner, Luis Ciges

            En cuanto vi anunciada la película y me acerqué a comprobar la ficha técnica di por sentado, de forma intuitiva, que iba a ver una obra de mucho mérito. Y así ha sido. Con una estética a medio camino entre Antonioni y Passolini, con un blanco y negro desprovisto de contrastes, resuelto en un gris luminoso que envuelve, con la sequedad del paisaje castellano de finales de invierno, la vida y escasas obras de un grupo de cómicos de la compañía de Don Pancho, un excelentísimamente metido en su papel de director de la compañía  José María Oviés,  Mario Camus ha construido un drama humano poderoso y una visión de la sociedad de su tiempo que reúne, por un lado, la maldita condición del artista y, por otro, la pobreza real de la España del incipiente desarrollo y la miseria moral de la clase pudiente. La yerma geografía por la que discurren los cómicos, y los pueblos minúsculos y cerriles por donde se ven forzados a actuar para poder malvivir nos permiten ver un estadio del desarrollo del país que a quienes éramos niños en aquella época nos traen no pocos recuerdos, y no todos agradables. A medio camino entre la picaresca y la heroicidad, porque, cuando llega la Semana Santa la compañía se ve imposibilitada de trabajar, y a ese respecto, los días de hambre en una pensión donde los “recogen” tienen toda la fuerza del mejor neorrealismo italiano,  la trama de la obra se centra en las relaciones dentro del grupo, con rivalidades sexuales, con una pareja homosexual simplemente insinuada, dada la censura férrea que hubo de sufrir la película en su momento, con la descripción de los tormentos a que conduce la represión sexual y con la tentación de incurrir en las mayores vilezas por parte de personajes que a duras penas sobreviven a su miseria, teniendo que dormir en las cunetas y pasando un hambre que hace enfermar a más de uno. Sorprende, con todo, que la censura no se percatara de la visión subversiva de la realidad española que se ofrecía en la película, porque el retrato social es de una dureza extrema. Las imágenes de los cómicos con sus pertenencias a cuestas siendo expulsados de la pensión donde no pagan o de otra donde se instalan para comer y no se les fía, y de la que, después de tomada la sopa, se les echa sin más contemplaciones, permiten entender ciertas reacciones humanas que lindan con la desesperación. Camus tuvo la suerte de reunir un reparto extraordinario para su primera aventura fílmica, comenzando por Margarita Lozano, que llena la pantalla e imanta la atención de los espectadores con su rotunda presencia de animal cinematográfico, pero la secundan a la perfección actores como Luis Ciges, que venía de hacer el Placido de Berlanga, Víctor Valverde, perfecto en su papel de personaje villano y felón o Ángel Lombarte en el de rival de Valverde por los favores de Margarita Lozano. Hay una escena cumbre en la obra, cuando la compañía es contratada por unos ricachones que quieren disfrutar de su humillación y, a cambio de unos dineros que después acabará robando uno de los actores, exigir un stript tease por parte de la más carnal de sus actrices, Lozano, quien no solo nunca lo ha hecho, sino que, contra el compás de una pieza de jazz ad hoc, realiza una interpretación extraordinaria de lo que podría considerarse como el anti strip tease por excelencia. La película está llena, curiosamente, de momentos muertos, y hay que decir que en los vivos, los escasos fragmentos de las representaciones que dan, de teatro clásico todas ellas, los actores demuestran una capacidad más que notable para decir el verso. Son, como ya digo, los momentos de inactividad profesional los que llenan la película, aquellos en los que se revelan las diferentes psicologías de los miembros de la compañía, casi siempre en situaciones límites: frío, hambre, soledad, enfermedad e incluso la muerte. Después de pasar por varios pueblos inhóspitos, aunque bellísimos, la compañía recala en una Valladolid en Semana Santa, cuyas procesiones contemplan los cómicos desde el balcón de la pensión donde llevan varios días sin comer, encerrados y casi inmóviles para ahorrar gastos de energía innecesarios, de ahí el magnífica paralelismo entre la imagen del Cristo yacente visto desde el balcón y el plano cenital de la habitación con todos los miembros de la compañía ocupando las camas y el sillón donde aguardan noticias del empresario. Quiero destacar, por su excepcional valor estético, el número de baile de uno de los actores, José Montez, un zapateado flamenco de un vigor y dramaticidad extraordinarios, ejecutado en pleno delirio ocasionado por la enfermedad y por el hambre. Difícil recordar, en nuestro cine, una danza de ese calibre artístico si no es la de la farruca de Antonio Gades por las calles de Barcelona en Los Tarantos.
        La relación entre Los farsantes y El viaje a ninguna parte es algo más que una evidencia en la temática y en la dureza del planteamiento vital de los cómicos de la legua. Sin embargo, la de Fernán Gómez presenta una elaboración y un sentido del humor que le dan una dimensión muy diferente de la austeridad y dramatismo angustioso que preside la de Camus, con muchas menos concesiones al espectador, ante quien levanta una auténtica tragedia que, lejos de complacerlo, lo acongoja, porque hace suya las enormes limitaciones de esos seres sometidos a un contrato que, con todo, es incapaz de siquiera garantizarles la comida o el alojamiento.
         Me ha parecido una obra de visionado impresindible no solo para entender qué cine tan interesante se ha hecho durante la larga noche del franquismo, sino, también, para tener una visión cabal de la obra del propio Camus, cuya cumbre, Los Santos inocentes, puede prefigurarse ya en el tratamiento del espacio y en la facilidad para adentrarse en la psicología de los personajes con recursos tan sencillos como el encuadre y el primer plano reveladores.

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