lunes, 26 de octubre de 2015

Lon Chaney en su esplendor, a las órdenes de Tod Browning: “Maldad encubierta” y “The unholy three”




Melodrama y crimen en los bajos fondos londinenses: Maldad encubierta o un magnífico Tod Browning que anticipa Freaks en The unholy three.




Título original: The Blackbird
Año: 1926
Duración: 86 min.
País:  Unidos Estados Unidos
Director: Tod Browning
Guión: Joseph Farnham, Waldemar Young (Historia: Tod Browning)
Música:  Película muda / Versión restaurada: Robert Israel
Fotografía: Percy Hilburn (B&W)
Reparto: Lon Chaney, Owen Moore, Renée Adorée, Doris Lloyd, Andy MacLennan, William Weston

Título original: The Unholy Three
Año: 1925
Duración: 86 min.
País: Estados Unidos
Director: Tod Browning
Guión: Waldemar Young (Novela: Clarence Aaron 'Tod' Robbins)
Música: Película muda
Fotografía: David Kesson (B&W)
Reparto: Lon Chaney, Mae Busch, Matt Moore, Victor McLaglen, Harry Earles, Matthew Betz, Edward Connelly, William Humphrey, E. Allyn Warren


         Hacía tiempo que no me plantaba ante una película muda, lo confieso. Quizás la última fuera El amo de la casa, de Dreyer, que debería de ser pasada en las escuelas como parte del aprendizaje imprescindible de la igualdad de sexos, y más ahora que los comportamientos machistas vuelven a tener preeminencia en una generación en la que casi deberían aparecer como excepción en vez de como regla. Dejando de lado fervores de secta, no diré que las películas mudas son el “auténtico” cine, como se suele argumentar, atendiendo a que se nos cuenta la historia a través de las imágenes, porque, en ese caso, serían totalmente prescindibles los cartelones con las leyendas que nos permiten seguir la trama en líneas generales, sin equivocaciones de bulto, y porque las actuaciones de los actores y actrices suelen tener un punto de histrionismo que no se compadece con el naturalismo interpretativo al que nos ha acostumbrado el sonoro; pero sí es cierto que el esfuerzo sintético narrativo a que obliga el cine mudo permite una planificación en la que no suele sobrar ningún plano, pues todos ellos suelen ser imprescindibles para asegurar la correcta e inequívoca recepción de la historia narrada.
         En mi filmoteca de segunda mano he encontrado dos películas del prolífico y versátil Tod Browning, al que se hace mal en reducir a una sola película, Freaks, porque, como ocurre en estas dos cintas, es un director potente y de amplio recorrido genérico. Tanto Maldad encubierta como The unholy three (nombrarla por el título en español, El trío fantástico, casi da repelús…) son dos películas sobre delincuentes en las que la aparición del hombre de las mil caras, Lon Chaney, condiciona la trama, decantándola hacia una desarrollo previsible que no impide, sin embargo, conseguidos momentos de intriga y de genuino suspense. La primera funciona como una película “de ambientes” en la que dos rateros, uno de barriada y el otro de altos vuelos, un dandy, se disputan el amor de una actriz de variedades que presenta un espectacular número de guiñol. El desdoblamiento de Chaney en dos personalidades opuestas, El obispo, un clérigo inválido, generoso y solidario, respetado por sus conciudadanos en ese ambiente de degradación social del  Londres marginal de comienzos de siglo, y su hermano delincuente, un Chaney dueño de un repertorio de gesticulaciones y miradas llenas de una expresividad poderosa, repartida en un abanico de emociones que van desde la chulería despótica hasta el más enternecido de los desvalimientos amorosos, permite al espectador disfrutar de una trama casi de vodevil, si no se tratara de un drama, atendiendo a los constantes cambios de personalidad del protagonista, secundado eficazmente por su rival. El retrato del café cantante donde se desarrolla buena parte de la acción, casi toda ella en interiores, por cierto, ofrece un verismo muy notable. Ya desde el comienzo de la película el director nos ofrece una significativa galería de rostros que recuerda la técnica de los primeros planos de Eisenstein, toda una declaración de intenciones. El ambiente del público, irrespetuoso con algunas artistas y obsequioso con otras, más la presencia de gente de la alta sociedad mezclándose con la “chusma” e ignorantes de su destino: ser atracados por el propio anfitrión que allí los ha llevado, permite al espectador entender perfectamente al protagonista, de quien aún está enamorada una antigua novia que trata de redimir a su expareja, con nulos resultados. La caracterización del “Obispo” está muy lograda y el retorcimiento corporal que la provoca acabará teniendo una importancia decisiva en la trama, porque a resultas de una caída inevitable, dada la caracterización, se precipitará el desenlace dramático de la historia. Me ha sorprendido muy gratamente la facilidad de Browning para los encuadres, porque en ninguno de cuantos recuerdo me parece que haya nada anodino, de igual modo que cada plano contribuye, además, a la creación del vigoroso ritmo narrativo que el director imprime a la película-
         En The unholy three, aun tratándose también de una historia de ambiente delictivo de poca monta, la aparición inicial de un circo lleno de extravagantes atracciones que preludia lo que será, años más tarde, la médula de su película más famosa, permite sospechar que podemos llevarnos una sorpresa mayúscula. No es así, porque la trama, en exceso convencional, solo parcialmente sabe sacar provecho de la participación de un enano-niño, en quien, sin embargo, recae el peso de algunas de las secuencias más hitchcockianas de la película. La trama, sin embargo, tiene una perspectiva moral muy curiosa, porque la rivalidad amorosa que se establece llega a alcanzar una dimensión moral sorprendente, porque el protagonista, el ventrílocuo al que representa Chaney, es capaz de renunciar a su profundo amor en beneficio del rival, de quien se confiesa enamorada la coprotagonista, por más que resulte inverosímil que así suceda teniendo en cuenta el papanatas de marca mayor de quien se enamora, aunque su honradez es lo que más atractivo lo hace, sin duda. El clímax que se produce durante el juicio en el que el falso culpable de un robo y un asesinato puede ser condenado a muerte, con el ventrílocuo intentando convencer al juez de la inocencia del acusado, hablando a través de él como de su marioneta, tiene enorme mérito cinematográfico, a lo que contribuye un juego de plano contraplano que permite escenificar la desesperación del ventrílocuo hasta que llega el momento sublime de la confesión a pleno pulmón de su culpabilidad relativa en todo el asunto.

         Se trata, en cualquier caso, de dos películas muy estimables no solo desde la óptica del cinéfilo, sino desde la del espectador común, quien, a través de ellas, se reconciliará con una época del cine, el cine mudo, en la que se rodaron no pocas obras maestras del género, como, para este crítico, la inmortal Avaricia, de Erich. Von Stroheim, por ejemplo, sin mencionar las muchas muestras excelentísimas de otros grandes como Eisenstein, Griffith, Murnau, Pabst y tantos más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario