martes, 28 de julio de 2015

“Mad Men” con Doris Day y Rock Hudson: “Pijama para dos”.

                                                   
Pijama para dos: Una divertida visión naïf y avant la lettre de Mad Men


Título original: Lover Come Back
Año: 1961
Duración: 107 min.
País: Estados Unidos
Director: Delbert Mann
Guión: Stanley Shapiro & Paul Henning
Música: Frank DeVol
Fotografía: Arthur E. Arling
Reparto: Rock Hudson, Doris Day, Tony Randall, Edie Adams, Jack Oakie, Jack Kruschen, Ann B. Davis, Joe Flynn, Jack Albertson

         Me extraña que tras el éxito arrasador de la serie de televisión Mad Men no se haya revisado, ni en la tele ni en el cine, esta amable y divertida película de Delbert Mann, un director de quien recordamos con emoción su ópera prima, Marty (1955), con un Ernest Borgnine sobresaliente, que lo convirtió en el primer director en conseguir un Óscar en su debut. Pijama para dos ha de verse desde la actualidad de Mad Men, porque la película se nos presenta como una suerte de “estudio” documental sobre esos seres de excepción que habitan en el ecosistema neoyorquino de Madison Avenue y que se dedican al proceloso negocio de la publicidad. El espectador de Mad Men no pierde el ritmo de las comparaciones constantes entre la serie y esta screwball comedy que incluye, como en La fiera de mi niña (1938) incluso una divertida escena de travestismo nada menos que con el entonces rey de la masculinidad: Rock Hudson. Son muchas las virtudes de la película, aunque, en su conjunto, pueda dar la impresión aparente de que cierta ñoñería preside su guion, pero son muchas las cargas de profundidad que hay en una narración aparentemente inocente. Que el alcohol y la prostitución sean recursos habituales del  Draper Hudson para captar clientes, por ejemplo, acercan ambas visiones del tema. Que Doris Day sea una infatigable trabajadora que se rebela contra los métodos sucios de Hudson le da a la película una dimensión burlesca y un motivo recurrente que, como en otras comedias, nos adelanta parte de su desarrollo, porque la “rendición y captura de la fortaleza ética que ella representa” será el meollo del asunto. Los equívocos, así pues, constituirán el aderezo de ese asedio, y he de decir que, aunque tomados en parte de Pillow Talk (“Confidencias de medianoche”) (1955), quizás en este guion aparecen más depurados y con mayor desarrollo, como el relativo a la invención de una personalidad falsa por parte de Hudson, quizás la mejor parte de la historia. Que hay un toque de autoparodia en su interpretación, teniendo en cuenta sus vidas personales, opuestas radicalmente a sus personajes, salta a la vista enseguida, lo que le da a la película un notable aliciente, sobre todo porque ambos “bordan” sus personajes en las difíciles escenas que han de interpretar. Lo cierto es que la relación con Mad Men se va evaporando a medida que la trama deriva hacia la amenaza de que un tribunal ético del ramo publicitario al que están sujetas las empresas para disfrutar de su licencia suspenda en su ejercicio al protagonista, por prácticas contrarias a la ética de la profesión. Con todo, siempre hay oportunidad de practicar el entretenido juego de las comparaciones en lo relativo al vestuario –con ese dominio espectacular de la camisa blanca que Draper convirtió en emblema de la serie–, la decoración de los despachos, la relación con las secretarias, etc. Excepcional, como motivo narrativo, es, sin embargo, el excéntrico jefe de Hudson, el divertidísimo actor Tony Randall, quien consigue ofrecernos una creación divertidísima de un acomplejado hijo que ha heredado el imperio paterno y que, trastornado y sometido a control psiquiátrico, pretende ser de utilidad en la empresa a toda costa, lo que permitirá añadir nuevas vueltas de tuerca al desquiciado guion, para deleite de los espectadores. A su manera, Pijama para dos puede considerarse, por comicidad y puesta en escena, a la altura de Su juego favorito (1964), de Howard Hawks, una divertidísima e inolvidable comedia. La película recurre a un elemento de comicidad que rinde sus frutos sin ningún esfuerzo: una pareja de “viajantes” en Nueva York que se van cruzando sistemáticamente con Hudson, a quien tienen por un “modelo” de varón conquistador. Que sea un recurso muy empleado no le quita ni un ápice de su gracia. Del mismo modo que el descubrimiento de la galleta alcohólica que constituirá el producto de la campaña de publicidad que se ha lanzado sin que este existiera tiene una carga vitriólica más que considerable y da pie a deliciosas escenas, incluido el casamiento no consciente de los publicistas rivales.
         Se trata, en resumen, de un clásico que merece una revisión, no únicamente por su relación, por el tema, con Mad Men, sino porque su guion, medido al milímetro, consigue gags muy apreciables, entre los que no es el menor el de la conversación en el acuario. Así pues, en estos tiempos veraniegos, en los que no nos planteamos demasiadas exigencias, la revisión de Pijama para dos permite pasar casi dos horas en excelente compañía.

viernes, 17 de julio de 2015

Una digna comedia de encargo: “Aprendiendo a conducir”, de I. Coixet


                                

Aprendiendo a conducir: Una valiente comedia amable, para variar, de Isabel Coixet.

JUAN PÉREZ
Título original: Learning to Drive
Año: 2014
Duración: 105 min.
País: Estados Unidos
Directora: Isabel Coixet
Guión: Sarah Kernochan
Fotografía: Manel Ruiz
Reparto: Ben Kingsley, Patricia Clarkson, Grace Gummer, Sarita Choudhury, Jake Weber, Samantha Bee, Daniela Lavender, Matt Salinger, Michael Mantell

         A los seguidores de la directora Isabel Coixet les extrañará hasta lo incomprensible que una representante clásica del cine de autor, usualmente abonada a una visión dramáticamente pesimista de la vida y de la naturaleza humana, nos entregue una comedia agridulce pero optimista o, como dice la propia autora: una oportunidad de hacer una película que al salir no te quieres cortar las venas. Y soy testigo de que lo consigue plenamente. Entré sin convencimiento y salí con el regusto complaciente que dejan las comedias bien hechas y mejor acabadas, porque no se trata, contra lo que pueda pensarse, de un género “fácil”, frente al drama, sino todo lo contrario: el más difícil de los géneros, de ahí la importancia de directores como Lubitsch o Wilder, por ejemplo, maestros consumados de ese género y cumbres de la historia del cine.
         Aprendiendo a conducir se inspira en un hecho real narrado en un reportaje periodístico, pero la directora hizo suya la propuesta porque enseguida vio el paralelismo que había entre aquella historia y su propia vida, tras separarse de su compañero y, estando en Los Ángeles, tomar la decisión de aprender a conducir, una destreza que no incluye, a día de hoy, según confesión propia, la técnica del aparcamiento. Cualquier pretexto es bueno para, desde la vida cotidiana, desde lo que entendemos por una película “costumbrista”, ahondar en el estudio de eso que, con pomposa solemnidad, denominamos la “naturaleza humana”. La situación de partida es un proceso de separación entre una crítica literaria y su marido, quien la abandona por una escritora más joven que ella. La hija se ha ido a vivir a Vermont, siguiendo a su pareja, para tener una intensa experiencia vital del contacto con la naturaleza, por lo que ella, una vez separada, no puede ir a verla sin aprender previamente a conducir, algo que abomina. Como la escena de la separación se produce en el interior de un taxi conducido por quien está pluriempleado como profesor de autoescuela, un indio de la secta Sij que le deja su tarjeta a la crítica tras dejarla, deshecha emocionalmente, en su casa, enseguida se establece el vínculo entre ambos protagonistas, quienes van a protagonizar uno de esos choques muticulturales que, cuando es relatado desde el lado de la nacionalidad del emigrante, da pie a productos culturales etiquetados como cine étnico, novela étnica, etc. En este caso, el punto de vista del narrador se mantiene equidistante y exquisitamente objetivo, por lo que cualquier juicio ha de caer del lado del espectador, aunque la naturaleza humana del doble conflicto, el drama de la separación de la wasp americana y el matrimonio concertado del indio sij no implican la necesidad de posicionamiento ideológico alguno: nos hallamos en el tenebroso, desconcertante y contradictorio mundo de los sentimientos, por lo que todo es posible e imposible al tiempo y nada es inexplicable. Lo hermoso de la película es la sutileza con que la directora ha sabido reforzar la buena labor tejedora del guion, porque, por sus escenas contadas, ambas historias van confluyendo poco a poco hasta estrecharse en un nudo del que el desenlace dará ajustada cuenta, y no al modo alejandrino, ciertamente.

         Como ocurre en el género de la comedia, buena parte del mérito del éxito de una película depende de los intérpretes, porque hacer llorar lo consigue casi cualquiera, pero hacer reír y conmover en el mismo guion, con convicción y persuasión, no está al alcance de todos. Al estilo de aquellas parejas como Tracy y Hepburn en Adivina quién viene esta noche (1967) e incluso Brando y Simmons en Ellos y Ellas (1955) o Eastwood y MacLaine en Dos mulas y una mujer (1970), recordadas así a bote pronto, la pareja formada por Ben Kingsley (tan reconocido que casi ni necesita el elogio merecidísimo de su actuación, en la que este crítico ha visto una lejana influencia del Peter Sellers de El guateque (1968), donde el actor inglés representa también a un indio, pero no sij) y  Patrica Clarkson (a ella ha de recordársela por su divertido papel en Si la cosa funciona (2009) de Woody Allen) alcanza una química interpretativa que consigue estupendos momentos a lo largo de toda la proyección, y no solo por el contraste cultural entre ambos, sino por la relación que se va estableciendo entre sus situaciones personales.  Es evidente que el argumento presenta unos giros cuya naturaleza sorpresiva (y motora, respecto de la acción) me impide decir nada, de modo que aquellos espectadores que tomen la buena decisión de pasar un rato estupendo han de fiarse del buen criterio de este crítico para catar este melón multiétnico sobre la vida y sobre el amor y, sobre todo, no tanto sobre el aprendizaje de conducir, sino sobre el aprendizaje de conducirse, porque lo que está en juego, al fin y al cabo, es cómo toma uno las riendas de su propia vida para que los demás no nos gobiernen a su antojo. Por suerte, el azar siempre aparece con el rostro del bien, y un aprendizaje básico de la vida es saber reconocerlo y entregarse a él sin reservas, con la imprescindible humildad que nos permita ponerlo de nuestro lado.

jueves, 16 de julio de 2015

Cine, cine, cine: “La mujer sin piano” de Javier Rebollo


                   


La mujer sin piano: Ad maiorem Machi gloriam: Una magnética película kaurismáquica de Javier Rebollo



Título original: La mujer sin piano
Año: 2009
Duración: 95 min.
País: España
Director:: Javier Rebollo
Guión: Javier Rebollo, Lola Mayo
Música: Varios
Fotografía: Santiago Racaj
Reparto: Carmen Machi, Jan Budar, Pep Ricart, Nadia de Santiago

         La maldición de un cinéfilo es no poder estar al día de cuanto se proyecta en las pantallas, no solo porque a veces ni siquiera llegan ciertas producciones a ellas, sino porque las limitaciones de una vida humana son una maldición atroz y restadora. La suerte de disponer, actualmente, de dos programas en la televisión pública en los que se atiende, en La 1,  a lo que suele tener efímera vida en las pantallas, tan colonizadas y, en La 2, a la revisión de la historia del cine español con un alegre desorden temporal y unas clasificaciones semanales dudosamente genéricas, pero muy bienintencionada y con una estupendísima selección de las obras fundamentales de nuestro cine, le ha permitido a este crítico en sazón ver una película superlativa que excede, con mucho, la calidad de las últimas propuestas de los directores jóvenes. Una mujer sin piano(2009) es una muestra de lo que los cinéfilos solemos denominar puro cine, esto es, una narración en la que el peso cae sobre las imágenes, no sobre los diálogos de un guion que a menudo convierten muchas películas en teatro filmado, antes que en cine hablado. Comencé a ver la película de Rebollo por puro azar, del mismo modo que la grabé por mera curiosidad. No tenía pensado sentarme a verla, pero a la que comenzaron a desfilar las imágenes por la pantalla, me sentí tan imantado por lo que veía que me costó aguardar al día siguiente –la primera cata la hice poco antes de haber decidido reunirme con Morfeo en tendido supino para arreglar ciertos insomnios pendientes– para acabar de sumergirme en lo que me pareció una humilde e impecable orgía cinematográfica, porque, frente a quienes se lo achacan, nada hay de pretencioso en la propuesta de Rebollo, ni tampoco advierte este crítico una impostura como las que se nos endilgan so pretexto de ultramodernidad en no pocas novedades.
 La historia de una mujer incapaz de remover de su apatía y asexualidad a su marido, a pesar no solo de la solicitud con que lo trata, acaso excesivamente maternal, sino también de su clamorosa disponibilidad erótica, deriva hacia una experiencia del azar vital  que lleva a la mujer a ensayar durante la noche la aventura de abandonar al inapetente de su marido o, en su defecto, la de vivir, bajo otra personalidad concienzudamente elaborada a través de la caracterización, ella trabaja como esteticista, un “romance” inesperado. Tal cosa, o lo que podríamos decir que más se le parece, es lo que sucede cuando la protagonista, con su maleta a cuestas, se adentra en la noche madrileña y se deja llevar por un discreto pero firme deseo de aventura. La influencia de Kaurismäki en la cinta va más allá de los abundantes silencios y del hieratismo de las representaciones, para advertirse en el modo de rodar, en el uso de los planos sin perspectiva, en la cuidadísima puesta en escena y en la voluntad casi geométrica de disponer cosas y personas en el plano. Resulta sospechoso lo bella que puede llegar a ser una ciudad como Madrid a ciertas horas de la noche cuando la atraviesan personajes como Rosa y el trabajador polaco, Radek, en impresionante actuación de Jan Budar, un personaje que se define de un modo aún más simple que pudiera hacerlo Rosa: “Me gusta arreglar cosas”. Ese es el señuelo al que se agarra Rosa en su noche errática, entre la piedad y el deseo, para reescribir el fracaso de su vida y convertirlo en… lo que, finalmente, no puede llegar a ser, cuando descubre que su “manitas” es secuestrado por compatriotas mafiosos, quienes lo pescan poco antes de que él y Rosa se suban a un tren que puede llevarlos no a un destino, sino a su destino, cualquiera que fuese. La desolación de Rosa y la resignación inmediata con que ha de volver a su casa, recuperar su aspecto habitual y sumergirse en el tedio cotidiano sólo podría expresarlo una actriz de mucho peso, propiamente lo que llamamos un animal escénico, y eso es lo que consigue Carmen Machi en esta película.

A pesar del tono dramático que pueda advertirse en esta descripción de soledades compartidas, deudora en buena medida del cine de Jaime Rosales, hay un sutil sentido del humor que atraviesa toda la película y que nos reconforta, nos alivia. El hambre atrasada del polaco y la defensa del trabajo “especializado” que supone el uso del láser para la depilación constituyen momentos casi hilarantes en la película. Es particularmente llamativa la escena en la que sale de la estación para fumar en la calle y se encuentra al lado de una prostituta que recela de la competencia. Cuando se para un coche y la prostituta se acerca, el cliente le sugiere un trío con las dos, para desconcierto de quien escoge la vía polaca frente a la reedición cutre de Belle de Jour… Y el espectador no sale perdiendo, en efecto.  Es cierto que sorprenderá a algunos espectadores el que la película esté más cerca del cine mudo que del cine hablado, pero la elocuencia de los encuadres y de las imágenes es de tal naturaleza que en modo alguno puede echarse en falta el otro discurso, el oral, cuando el de las imágenes es tan parlanchín. Se trata, en definitiva, de una película idónea para cinéfilos, pero muy adecuada para quienes haya desarrollado la sensibilidad y la empatía que nos permite vivir en la piel de los demás historias tan anodinas, pero tan atroces como la de Rosa y Radek.

martes, 7 de julio de 2015

“Lejos del mundanal ruido” o cómo cegarse al escoger marido. Vinterberg vs. Schlesinger


                                                   

Lejos del mundanal ruido o La perfecta ambientación de unas folletinescas pasiones desbravadas…

Título original: Far from the Madding Crowd
Año: 2015
Duración: 119 min.
País: Reino Unido
Director: Thomas Vinterberg
Guión: David Nicholls (Novela: Thomas Hardy)
Música: Craig Armstrong
Fotografía: Charlotte Bruus Christensen
Reparto: Carey Mulligan, Matthias Schoenaerts, Michael Sheen, Tom Sturridge, Juno Temple, Jessica Barden, Hilton McRae, Richard Dixon, Bradley Hall, Jamie Lee-Hill, Eloise Oliver, John Neville, David Golt, Lilian Price, Michael Jan Dixon

        Suele defenderse, en aras de la destensada convivencia social, que las comparaciones son odiosas, pero en el arte no solo no es cierto el imperativo socializante, sino que a veces se convierte en una suerte de imperativo categórico para poder establecer un juicio o darle al espectador argumentos con cierta solvencia; de hecho, en el ámbito de la literatura hay una especialidad que se llama Literatura comparada, no lo olvidemos. En el cine lo que hay son las llamadas “versiones”. Del mismo modo que la originalidad prima en la literatura, al menos desde el Romanticismo; en la historia del cine es práctica habitual que los directores lleven a la pantalla obras llevadas con anterioridad y a veces con notable éxito. El lado comercial de estas versiones serían las adaptaciones americanas de los éxitos europeos. Pero no deja de sorprender que habiendo sido llevada al cine la novela de Hardy, Lejos del mundanal ruido(1967), por un director tan prestigioso como John Schlesinger y actores tan prestigiosos como Alan Bates, John Finch, Julie Christie y Terence Stamp, el director danés Thomas Vinterberg, creador, con Lars von Trier y otros del movimiento fílmico Dogma, se haya empeñado en reeditar aquella aventura que en su momento no tuvo el éxito popular esperado, e incluso podríamos hablar de fracaso, si bien revisada ahora, con motivo de la presente versión, la verdad es que no hay color entre la adaptación apasionada de Schlesinger, creador de imágenes memorables, y esta suerte de faena de aliño que ha hecho el otrora cineasta provocador que fue Vinterberg, cuya obra La celebración (1998) es, sin embargo, una excelente película de visión obligada. Incluso me atrevería a decir que Vinterberg no ha logrado “distanciarse” del original de Schlesinger, al que parece seguir con entusiasmo, como si la película le hubiera gustado tanto que, en vez de plantear una adaptación libre de Hardy, quisiera ceñirse a la obra del director británico.
         La oba de Vinterberg parece empeñada en sortear la veta melodramática, folletinesca, propia de la obra literaria y si bien se inicia la película haciendo la apología de la mujer fuerte e independiente, segura de sí misma y digna competidora de los hombres en una sociedad tan machista como la del siglo XIX, no tardará la fragilidad romántica de la protagonista en descomponer aquella imagen. De hecho la historia de Lejos del mundanal ruido es la del fracaso sentimental de una mujer altiva y orgullosa que, por esa falsa seguridad y por su inexperiencia absoluta en el terreno amoroso, escoge como marido el peor partido posible. Desprecia, de buen comienzo, la propuesta matrimonial de un pastor que la ama más allá de toda medida y que, por esos azares folletinescos, acabará convirtiéndose en el capataz/mano derecha de la protagonista cuando ésta hereda una granja de su tío;  y desprecia, así mismo, la propuesta de su nuevo vecino, un terrateniente soltero que siempre se ha cuidado de ceder a las interesadas pretensiones de sus vecinas, y por quien ella no siente la más mínima pasión, aunque, en el devenir de la historia puede convertirse en un excelente partido que la saque de los atolladeros económicos en que cae por la afición al juego y a las diversiones de su flamante marido. La historia de la protagonista, Batsheba Everden, tiene, así pues, una actualidad sorprendente, porque quizás sea un mal de ayer, de hoy y de siempre la insistencia de tantísimas mujeres en cegarse, curiosamente, ante la belleza y ciertos encantos masculinos y no intuir cómo caen en manos de sus peores enemigos, quienes les darán la peor posible de las vidas, que es lo que le ocurre a la protagonista. Lo llamativo del asunto es, por supuesto, el contraste entre la mujer “fuerte e independiente” y la extrema fragilidad sentimental que tantos sinsabores le depara. La protagonista, Carey Mulligan, reputadísima intérprete de An education (2009) de Lone Scherfig, compone excepcionalmente bien su personaje, porque sabe mantener a lo largo de toda la película una curiosa mezcla de ironía, seducción y determinación que vuelve inteligibles ciertas decisiones totalmente incomprensibles para los espectadores. No ocurre, sin embargo, lo mismo con sus tres pretendientes, demasiado rígidos en sus caracterizaciones, excepto el militar que se casa con ella, y descubre, horrorizado, más tarde, el malentendido que le privó de casarse con su verdadero amor, me refiero a Tom Sturridge, quien protagonizó Radio encubierta(2009) de Richard Curtis, una deliciosa película que hará las delicias de todos los amantes del rock and roll, y que es el único en dar un giro de 180º a su personaje para descubrirnos el abismo de una pasión sometida al maleficio del azar. En el cine es fácil advertir la facilidad con que Bathseba se precipita en el error; pero, a juzgar por las campañas televisivas que buscan prevenir a la juventud de caer en esos errores, no debe de ser, en la vida real, tan fácil evitar caer en él; de ahí que el tema resulte, a poco menos de dos siglos de distancia, tan actual. La educación erótico-sentimental ha formado parte, desde siempre, de la “función” social que ha desempeñado la literatura, y autores como Ovidio pagaron incluso con el destierro por pasarse de la raya, y otros como Longo, desde que fueron descubiertos a finales del XIX, consiguieron pronto el favor de muchos lectores y lectoras ansiosos por abrirse a ese mágico mundo de las relaciones amorosas. En conclusión, la película se deja ver, pero rara vez conmueve, y, bien entendida, puede ser de no poca utilidad para hacer trizas el velo de maya a través del cual observan la realidad amorosa, no tanto una veladura, en realidad, cuanto una distorsión de la que, muy a menudo, no se puede escapar sin serio daño para la integridad física y la psicológica.