lunes, 22 de diciembre de 2014

Mr. Turner: La biografía como arte.



                                           


Mr. Turner: La atrabiliaria y sórdida humanidad del genio incomprendido.


Título original: Mr. Turner
Año: 2014
Duración: 149 min.
País: Reino Unido
Director: Mike Leigh
Guión: Mike Leigh
Música: Gary Yershon
Fotografía: Dick Pope
Reparto: Timothy Spall, Dorothy Atkinson, Marion Bailey, Jamie Thomas King, Roger Ashton-Griffiths, Robert Portal, Lasco Atkins, John Warman

        
         Mike Leigh es un director británico muy personal cuya obra ha tenido reconocimiento universal a partir de su undécima película, Secretos y mentiras (1996), después de la cual ha firmado dos obras, El secreto de Vera Drake (2004) y Another Year (2010) que lo han confirmado como uno de los grandes directores europeos de nuestros días. Mr Turner llega a la cartelera como una propuesta de biografía, que no de biopic, y esta es una diferencia no menospreciable, sobe los últimos 2 años de vida de un maestro de la pintura cuya evolución no fue comprendida en su país, como lo prueba que la reina Victoria rehusara concederle el título de caballero que recibieron otros pintores menores, sin posible comparación con él. La propuesta de Leigh es muy arriesgada, porque Turner, el excéntrico personaje en que se convirtió en sus postrimerías, no es precisamente un ser con el que identificar o sencillamente simpatizar. Hacer una película de dos horas y media con un protagonista que no habla o, cuando lo hace, emite gruñidos, y que eso resulte imantador para el espectador no es ciertamente fácil. Leigh lo ha conseguido con creces e incluso logra que no nos parezca tan larga como de hecho lo es. No diré que al espectador le parezca corta, pero casi. Como en cualquier película inglesa de época, la recreación de los ambientes, el vestuario y los personajes secundarios son de una exquisitez como en pocas filmografías se ve. Leigh, además, ha buscado y hallado, con Dick Pope, una fotografía paisajística que nos permite entender fácilmente la impresión que, en su momento, debió de sufrir Turner cuando buscaba la contemplación de los maravillosos efectos de la luz que supo capturar en sus obras. Asistimos, sin embargo, a la última etapa de su carrera, aquella que podemos considerar no sólo un precedente directo del impresionismo, sino también de la abstracción. El copioso anecdotario del pintor, teniendo en cuenta la convicción social de que se había vuelto loco, nos dice que en algunos cuadros había de hacer una señal en el marco para saber cuál era la parte de arriba y cuál la de abajo a la hora de colgarlos en la pared para su exhibición.
         La película se centra básicamente en la personalidad extrema de Turner, un gañán sucio, maleducado, desconsiderado y primitivo sobre el que no dejamos de preguntarnos, durante todo el rato que dura la película, como es posible que un ser con tan graves carencias humanas fuera un auténtico genio de la pintura. Leigh se complace no en ofrecérnoslos como modelo, sino como contraste, por ejemplo, de su cara opuesta, el crítico John Ruskin, presentado como un petimetre insoportable, aunque fuera, en su momento, el más ardiente defensor de la obra de Turner, una suerte de visionario cuyo gusto se adelantó, como Turner en sus lienzos, a su época; el actor que interpreta a Ruskin, además, hace un papel delicioso y sirve de contrapunto perfecto a la dejadez física y moral del protagonista, a pesar de su pedantería, que encubre, por cierto, opiniones muy bien fundadas.
         Para entender el carácter atrabiliario de Turner, hemos de recordar que su madre se volvió loca y tuvo que ser internada en un manicomio, donde murió. Así como que el propio Turner, después de la muerte de su padre, quien trabajó para él incondicionalmente, para facilitarle la vida como pintor dedicado en cuerpo y ánima a su obra, cayó en una fuerte depresión de la que salió iniciando una relación con una viuda, Sophia Boot (magníficamente interpretada por Marion Bailey, en un maravilloso duelo interpretativo con Dorothy  Atkinson, la criada para todo –y todo es todo…, en unas escenas punzantes y dramáticas, pero elocuentes del carácter del artista–, del cual ninguna de las dos se alza con l victoria, teniendo en cuenta la excelencia de ambas interpretaciones), najo la falsa identidad de un almirante de la armada retirado, aunque en la película lo convierten en abogado.
         La lucha pictórica que ha de afrontar Turner en el seno de la Royal Academy of Arts, con unas escenas llenas de atractivo, porque se trata de un pequeño microcosmos en el que cada uno de los miembros tiene su historia personal, sus rivalidades, sus miserias… Entre la pérdida de visión y la locura, Turner linda con el fracaso, pero es nítida su conciencia del valor propio, un convencimiento con el que se cierra la película: sabe que el futuro le pertenece. Eso se demuestra en dos momentos que no dejan lugar a dudas: Por un lado, rechaza una oferta de compra de toda su obra por parte de un magnate. Le dice que quiere que toda su obra se vea junta y, además, gratis; por otro lado, la cámara se pasea, en la última exposición de sus obras en la Royal Academy, por unos cuadros insulsos, figurativos, llenos de insipidez y desprecio por la nobleza del arte de la pintura, y contra los que los suyos destacan a simple vista.

         Como película, la recreación constante de las obras de Turner y, sobre todo, del conseguido efecto cromático de sus cuadros, mediante la poderosa fotografía que nos ofrece Dick Pope, consiguen que el espectador agradezca tantas excursiones el autor a la naturaleza para capar aquellos momentos mágicos de la luz que después querrá llevar a sus lienzos. A veces, el espectador, tendrá incluso la impresión de que no muy diferentes de este Turner primitivo, rústico y tosco habrían de ser los pintores de las cuevas de Altamira, por ejemplo. En el fondo, se trata de un espectáculo que complacerá no solo a los amantes de la pintura, sino también a los de las biografías y a los anglófilos, tan extendidos…

No hay comentarios:

Publicar un comentario