martes, 18 de noviembre de 2014

Sesión a la antigua usanza: corto + película.



La gran invención: El poder de la fábula o la moraleja de cajón.


                 





Diplomacia: El poder de la palabra o el sutil arte de la persuasión.



Título: La gran invención
Año: 2014
País: España
Director: Fernando Trías de Bes
Reparto: Xavier Boada, Oriol Rafel, Florence Golay, Xavier Noms, Oriol Cruz, Pep Ribas


Ttituo: Diplomatie
Año: 2014
Duración: 80 min.
País: Francia
Director: Volker Schlöndorff
Guión: Volker Schlöndorff, Cyril Gely (Obra teatral: Cyril Gely)
Música: Jörg Lemberg
Fotografía: Michel Amathieu
Reparto: André Dussollier, Niels Arestrup, Robert Stadlober, Paula Beer, Burghart Klaußner, Charlie Nelson, Jean-Marc Roulot.


           
Mucho tiempo hacía que no asistía a lo que antes era lo más normal, una sesión cinematográfica con un cortometraje y un largometraje, conviviendo en perfecta armonía. Desaparecieron un buen día, los cortos, y vuelven muy raramente, y lo suyo es que el aficionado al género corto del séptimo arte haya de ir a festivales específicos donde poder verlos. Sería bueno rescatar la antigua fórmula, porque aún guarda en la memoria el aficionado muchos de ellos, sin recordar siquiera cuál era la película a la que acompañaban, porque la eclipsaban. No es el caso del presente, porque Diplomacia es una película poderosa del reputado director Volker Schlöndorff, autor de obras que no se borran fácilmente de la memoria, como El tambor de hojalata, El honor perdido de Katharina BLum o la magistral Círculo de engaños, entre otras; pero La gran invención es una propuesta irónica y muy aguda que levantará ampollas en ciertos sectores políticos. El corto, obra del economista, prolífico escritor y ahora cineasta Trias de Bes, es una magnífica sorpresa y una buena introducción a la película que se ve a continuación, aunque la relación entre ambas no pasa de ser episódica. El corto plantea una fábula sobre la desaparición de la Unión Europea a raíz del descubrimiento de un documento hitleriano en el que, ante la inminente destrucción del Tercer Reich, economistas nazis diseñan la reconquista de Europa mediante el poder económico, siguiendo los pasos que todo el mundo conoce: hundimiento de los países del sur y la dependencia del sólido sistema económico alemán. El corto, que podríamos clasificar dentro del género del falso documental, como el Zelig de Woody Allen, o  docuficción, toma como punto de partida un documental de la RTF sobre cómo, a partir del descubrimiento de ese documento nazi por pate de un director español, Carlos Giró, éste realiza a su vez un documental en el que traslada al gran público la teoría conspiratoria nazi, lo cual sirve como pretexto que enciende la mecha de las protestas sociales populistas antialemanas que provocan la salida del euro, primero,  y la salida de la Unión Euroea, después, de los países del sur, para, más tarde, provocar el hundimiento final de la propia UE. El resto lo ha de ver el espectador y sacar sus conclusiones. Avanzo, no obstante, que habrá opiniones muy contrastadas, pero lo que no hará esta gran invención es dejar indiferente a nadie. A mí me ha gustado muchísimo el buen humor con que se ha planteado la fábula y la fuerte carga ideológica que tiene detrás y que te fuerza a tomar partido. Quizás, cinematográficamente hablando, no es una maravilla, y se ve enseguida la falta de inversión en según qué momentos; pero tiene un ritmo excelente, las interpretaciones no resultan grotescas, ni la del propio Hitler, y tiene un pulso narrativo que no decae en ningún momento. Acaso el final sea muy discutido, pero se ha de entender en clave metafórica, como todo el corto, en realidad.
Diplomacia es otra cosa, sin embargo. La majestuosidad de la puesta en escena, la convicción de la interpretación de los actores –es una película de hombres, al viejo estilo de las producciones bélicas– y la situación histórica de la que arranca el relato: la derrota final del Tercer Reich y la orden que tiene el gobernador alemán de París de volar por los aires la ciudad aún ocupada por las tropas hitlerianas, pero en proceso de franca retirada, volando todos los puentes de París para provocar el desbordamiento del Sena, además de la destrucción de los edificios emblemáticos de la ciudad: Notre Dame, La Torre Eiffel, el Louvre y otros, forman un conjunto de elementos lo suficientemente atractivos como para conseguir, con la maestría con que lo hace Schlöndorff, una película que, sin ser una obra inmortal, sí que le hará pasar un excelente rato al espectador, porque el duelo interpretativo entre André Dusollier (magnífico en muchas ocasiones y especialmente en aquella divertidísima e infravalorada película, Tanguy) i Niels Arestrup (un secundario de lujo) raya a una gran altura. Diplomacia es un encendido canto al poder persuasivo de la palabra bien empleada. La película tiene un innegable origen teatral que el director no ha querido disimular intercalando escenas de acción que actuasen como contrapunto del drama hablado que se desarrolla en la suite de uno de los grandes hoteles de París, lleno de historias, aunque tampoco faltan, perfectamente ajustadas al desarrollo de los acontecimientos. Se trata de una situación límite en la que se enfrentan dos concepciones muy diferentes de la vida: la diplomática y la militar, La primera, el perfecto espíritu de la acomodación a las circunstancias, reinas y señoras de cualquier decisión –¡si es que es obligado tomar alguna…!–; la segunda, el espíritu de la obediencia debida y el ciego cumplimiento de las órdenes recibidas por los indiscutibles superiores jerárquicos. El progreso de la situación está pautado al milímetro y atrapa al espectador con la angustia de una hipótesis que sabe de imposible cumplimiento: la destrucción de París. El tenso enfrentamiento, sin embargo, entre ambos personajes y las sólidas razones del militar alemán, aunque nada convincentes, consiguen que el espectador considere seriamente, metido en ese apasionado combate argumental, la posibilidad real de un imposible. ¿Hay mayor magia en la representación que conseguir eso? Pues esta es la virtud excelente de la película. Y los responsables de eso son dos actorazos en verdadero estado de gracia. La dirección de Schlöndorf es, podríamos decir, transparente, siempre al servicio del choque de razones y deberes, sin querer adornarlo ni restarle protagonismo a la palabra, reina y señora de toda la representación. En tan poco espacio como el de la suite del hotel, en ningún momento el espectador se siente angustiado ni padece ningún conato claustrofóbico o incomodidad de cualquier clase. La tensión entre las dos posturas transcurre con una fluidez que maravilla al espectador y le obliga a preguntarse cómo es posible que en tan reducido espacio haya sido capaz de convivir casi una hora y media con una situación así, pendiente de dos estrategias tan opuestas. La lucha, en la que vence la palabra sobre la maldición (y mal-dicción, también) de la fuerza bruta es admirable. Y el espectador sale del cine agradecido por ese recordatorio.


         

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