jueves, 23 de octubre de 2014

Relatos Salvajes: El difuminado espíritu transgresor de una excelente realización.



Título original: Relatos salvajes
Año: 2014
Duración: 115 min.
País: Argentina Argentina
Director: Damián Szifrón
Guión: Damián Szifrón
Música: Gustavo Santaolalla
Fotografía: Javier Juliá
Reparto: Ricardo Darín, Darío Grandinetti, Leonardo Sbaraglia, Érica Rivas, Oscar Martínez, Rita Cortese, Julieta Zylberberg, Osmar Núñez, Nancy Dupláa, Germán de Silva, María Marull, Marcelo Pozzi, Diego Gentile, María Onetto


                                             



         Las películas de episodios pueden ser consideradas como un género propio dentro de la larga y maravillosa historia del séptimo arte. Los italianos, por ejemplo, supieron explotarlo con innegable talento, no solo el de sus directores, de estilo muy costumbrista, sino por la pléyade de actores y actrices de altísimo nivel que allí floreció. Siempre, no obstante, ha habido películas de episodios que han gozado del beneplácito del público. Hemos de distinguir entre episodio y corto, porque no es lo mismo una película de episodios que otra de cortos que se juntan para crear un largo, ambos tienen poéticas diferentes. Normalmente las películas de episodios pueden parecer un conjunto de cortos, pero ni lo son ni el propósito que anima  a los directores es el mismo. Los cortos siempre son autónomos; los episodios suelen girar alrededor de un tema muy específico que da sentido al conjunto, como sucedió en el caso de Intolerancia (1916) de Griffith; Los sueños (1990) de Kurosawa, Las tres edades, de Buster Keaton (1923), Los complejos (1965), de Dino Risi o el gran éxito de taquilla que fue en su momento Historias de la radio (1955), de José Luis Sáenz de Heredia, en la España deprimida –en todos los sentidos habidos y por haber de la palabra– de los años 50.
         Me ha costado mucho ponerme a escribir esta crítica, porque mi decepción chocará probablemente con una posible  acogida entusiasta de buena parte del público, sobre todo del más joven que puede sintonizar con esta faceta solo aparentemente transgresora de la película, porque se acoge a tantos tópicos que enseguida, digámoslo así, cae en la rutina de la transgresión, sin buscar un enfoque diferente o novedoso, como en el caso del episodio protagonizado por el airado Darín que, aun teniendo planos excepcionales, se podría haber convertido en una formidable película yendo más allá de la topicidad de la anécdota. Como son diferentes historias, es evidente que los aciertos y desaciertos se reparten entre ellas y, al final, queda un poso de insatisfacción porque de ninguno de los episodios podemos decir que sea absolutamente redondo. La carencia más evidente en todos ellos es el escaso margen que dejan a la aparición de lo sorprendente que le dé un giro ingenioso a casa episodio: todo discurre siguiendo una especie de desarrollo lógico que permite conocer el desenlace de cada episodio,  o poco menos, así que se concluye con la presentación de la trama de cada pequeña historia. En general, la mezcla de comedia y de terror funciona, porque en el interior de cada historia hay un momento casi climático en el que la progresión de los hechos hacia el estallido de violencia consigue provocar una efímera sonrisa en el espectador, como si la vuelta de tuerca de las disparatadas historias le permitiera relajarse ante la violencia liberada en pantalla. A la mente nos vienen enseguida las imágenes impactantes de Michael Douglas en aquella película tan polémica que fue Un día de furia (1993) de Joel Schumacher, a la que incluso tildaron de apologética del fascismo cuando lo que hacía en realidad era describir una enfermedad mental denominada “síndrome de Amok”, bien descrito en una de las novelas del gran Stefan Zweig: Amok o el loco de Malasia.
         En Relatos salvajes hay seis historias, todas ellas, eso sí, con un nivel de interpretación, por parte de actores y actrices, excepcionalmente bueno, aunque, a veces, la escasa consistencia argumental de alguna historia o de alguna de las situaciones dificulta mucho la labor de los actores. No podemos destacar a ninguno de ellos, porque todos cumplen a la perfección –y éste es uno de los grandes alicientes de la película, que conste–, tanto los más famosos, como Darin, Sbaraglia o Grandinetti, como los menos populares aquí, pero mucho en Argentina, como Óscar Martínez, sobresaliente intérprete de El nido vacío (2008), de Daniel Burman, magnífico director de obras como El abrazo partido (2003) o Derecho de familia (2005).
Acaso los episodios primero y último de la película tengan algo más de relieve, no por el mero hecho de iniciar y acabar, sino porque el punto de partida es una historia de aire cortazariano con un final que, aun a pesar de avanzarlo con una repetición innecesaria de planos, más allá del único que era obligado, consigue introducir al espectador en lo que podría haber sido una excelente comedia de humor negro que, obviamente, no ha conseguido. El último episodio, más que por el desarrollo argumental, tan tópico como el de  los demás, supone, desde el punto de vista de la realización, un tour de force visual impresionante, por el ritmo, la puesta en escena, la ajustadísima interpretación, la conseguida atmósfera y la sabiduría con que logra extraer imágenes muy potentes de una situación tan manida como el banquete de bodas, del que parece que no haya posibilidad de enfocarlo desde una manera novedosa. Szifrón lo consigue, sin embargo, y deja al espectador con el buen sabor de boca de lo que podría haber visto, más que con la sensación de haber visto un espectáculo redondo. Son muchas las referencias cinematográficas de cada uno de los episodios, a cada uno de ellos podría buscársele el pertinente correlato, y todo parece indicar que Szifron ha querido meter en una película los seis largos diferentes que podría haber hecho con la mayoría de los episodios, desarrollando hasta sus últimas consecuencias las respectivas historias. El tono amable, dentro del humor negro, que tienen todas las historias acaba calando en el espectador, que sale de la sala más divertido que angustiado o aterrorizado por esa violencia propia de la especie que ve aflorar crudamente en la pantalla.


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