sábado, 13 de septiembre de 2014

Begin Again (Can a Song Save Your Life?): En Manhattan todo es posible…

Título original:  Begin Again (Can a Song Save Your Life?)
Año: 2013
Duración: 104 min.
País:  Estados Unidos Estados Unidos
Director: John Carney
Guión: John Carney
Música: Gregg Alexander
Fotografía: Yaron Orbach
Reparto: Keira Knightley, Mark Ruffalo, Hailee Steinfeld, Adam Levine, James Corden, CeeLo Green, Catherine Keener, Mos Def


                               




De nuevo la vieja historia de Ha nacido una estrella, pasada por el talle de la supuesta modernidad para una puesta a punto que recorte un poco por aquí y que ensanche un poco por allá para remozar un producto que tiene el éxito garantizado, siempre y cuando el director no cometa errores de consideración y el casting se haya escogido con total rigor para garantizar la verosimilitud y una cierta empatía mínimas que puedan contribuir al mantenimiento de una película tan poca cosa como a la vez tan agradable de ver, y de cuyo visionado todo el mundo ha de salir satisfecho por el buen rato pasado. Todo es archisabido, todo es previsible, sin embargo, pero tofo acaba cumpliendo a pie de la letra lo que el espectador, incluso el menos avezado en estos menesteres críticos, hace desde que arranca la historia.
John Carney ha dado un salto de la producción indie/irish de su primera película, Once –también una película que gira alrededor del hecho musical, como esta que critico, que ganó el Oscar a la mejor canción, con la extraordinaria y bellísima Falling Slowly- a la gran producción americana que quiere aparentar aún la fidelidad a sus orígenes de pequeña producción personal rodada con objetivos que se apartan deliberadamente de los grandes públicos para buscar aquellos con suficiente sensibilidad como para apreciar unas historias que pretenden mostrar la complejidad de los sentimientos y las emociones en el marco de sociedades dominadas por una falta innegable de valores tan positivos como el compromiso, la fidelidad, la honestidad, la abnegación, la responsabilidad, etc., es decir, todos esos valores sobre los que Jordi Pujol nos ha amonestado desde su Fundación como bandera de un proyecto político independentista…

         La vida de los artistas suele ser una vida de excepción, porque no hay ninguno que no esté dominado por la sed del triunfo, a cuya conquista es capaz de sacrificarlo todo, incluso el primer amor o una amistad que hasta el momento crucial de llegar a la cumbre parecían indestructibles. No vivir con otro norte que el de conseguir este triunfo popular es el veneno de no pocas existencias y la desgracia de muchas más que ni tan solo llegarán a asomarse a la mera posibilidad de tocarlo con las manos. Este es el planteamiento de Begin Again, que mezcla a partes desiguales la Cenicienta y Pigmalión, en versión musical. Las interpretaciones de Ruffalo, un poco amanerada y algo tópica por lo que hace al repertorio gestual del perdedor, visto mil veces antes, y la de la Knightley, correcta, pero algo insípida, cumplen, sin embargo con el mínimo para no hacer pensar al espectador que ha cometido un error dejándose arrastrar al cine por el buen recuerdo de Once. Lo mejor? La unión entre música y escenario que vertebra la historia de la película y que permite tener una visión de Nueva York que no ha de envidiar a las películas de Allen, el director neoyorquino por excelencia. Al descubridor de talentos musicales que protagoniza Ruffalo, que descubre en la Knighley un diamante en bruto, en una de las mejores escenas de la película, se le ocurre la idea de hacer una grabación en vivo para el primer álbum de la cantante, con el ruido de las calles de fondo y con el consiguiente sonido sucio de la ciudad que nunca duerme, según el viejo estándar del inolvidable Sinatra. Hemos de decir que si la canción que ganó el Oscar en Once era impresionante, el repertorio de las que se escuchan en esta película justifica con creces el hecho de pasar por taquilla, excepto que se sea incompatible con el pop tradicional, por supuesto. Y hemos de añadir que ambas historias, la de la novia abandonada por un compañero que deviene un ídolo de masas casi de la noche a la mañana y que deja tirada la chica con quien lo compartía todo, aunque luego se arrepienta y decida intentar seducirla de nuevo, y la del productor, un hombre fracasado, abocado a perderlo todo: el trabajo, la mujer y la hija, a las que, enredos de los guiones acaba recuperando, tienen la dosis justa para no caer en la inverosimilitud, aunque el espectador ha de darle un voto de confianza a la historia quizás excesivo. Con todo, y lo vuelvo a decir, todos aquellos que vayan a verla pasarán un rato estupendo. La visita a Nueva York merece la pena, y si además la banda sonora del autobús turístico-fílmico es tan agradable, habrán de reconocer que no habrá sido un visionado perdido. Este crítico, tan amante del género musical, ha echado en falta que Carney no se haya atrevido a dar un paso adelante para haber convertido la película en un musical como mandan los cánones del género. Acaso la próxima vez tengamos más suerte.

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